Por Pablo Esteban Dávila
Alberto Fernández necesita la vacuna. De inmediato. Sin demoras. No sólo por la salud de los argentinos -el propósito explícito- sino por la salud de su propio gobierno (el objetivo latente). En buen castizo: el presidente no podrá soportar políticamente otro año como el 2020 si no hace algo. El único antídoto es comenzar, tan pronto sea posible, con la vacunación masiva contra el coronavirus.
Debe reconocérsele precocidad en este diagnóstico. Tan pronto como a mediados de agosto, la Casa Rosada suscribió un acuerdo con el empresario argentino Hugo Sigman para que la vacuna de la universidad de Oxford y la farmacéutica AstraZeneca fuera producida en el país. Por entonces, esta era uno de las más avanzados entre los diferentes proyectos en desarrollo en todo el mundo. Elaborarla en la Argentina garantizaría una abundante y oportuna provisión de dosis.
Pero el diablo metió la cola. Su desarrollo comenzó a sufrir retrasos en el crucial mes de noviembre y la fecha de aprobación en el Reino Unido se espera ahora para los últimos días del año o los primeros de 2021. Su eficacia, asimismo, todavía se encuentra en entredicho. Aunque sus investigadores anunciaron ayer que, finalmente, se había dado con “la fórmula ganadora”, las pruebas en fase tres habían arrojado una inmunidad del 70%, bastante por debajo que las de Pfizer y Moderna, las primeras en haber sido autorizadas en toda la regla.
La Argentina resultó una de las víctimas silenciosas de estas demoras. Jugado como lo estaba al producto de AstraZeneca, el gobierno tuvo que improvisar sobre la marcha. Lo único que encontró a mano fue la Sputnik V, la vacuna producida por el instituto Nikolay Gamaleya de la Federación Rusa que preside Vladimir Putin y prematuramente anunciada como la primera en contrarrestar al Covid-19.
Pero se trata de un producto opaco elaborado por un país opaco. Sus bondades no han sido validadas por ninguna publicación científica occidental y, de hecho, su fase tres culminará recién el a comienzos de mayo del próximo año. No obstante ello, las autoridades rusas han afirmado que su eficiencia supera el 90% y que la vacuna es eficaz y segura. Creer o reventar. El presidente Fernández ha decidido creer y adquirir de apuro, en consecuencia, unas 300.000 dosis.
Como es de norma, el transporte de la Sputnik V por parte de la estatal Aerolíneas Argentinas procuró tapar la evidente improvisación con una pátina de epopeya. Bautizando el traslado como “Operación Moscú” (revival semántico de la guerra fría) un Airbus A330 partió desde Buenos Aires el 23 de diciembre para regresar al país al día siguiente con las cantidades adquiridas. Dando bastante de vergüenza ajena, la compañía transformó un vuelo rutinario de un moderno jet comercial en una proeza equiparable a los viajes de Cristóbal Colón o a la vuelta al mundo de Hernando de Magallanes en 1519. En paralelo, y como para dejar al descubierto la exageración, cientos de aeronaves de carga de diferentes empresas privadas trasladan, todos los días, millones de dosis de Pfizer y Moderna a diferentes destinos, sin tanta fanfarria y con menos tripulantes que los asignados por Aerolíneas para esta épica de cotillón.
El eje farmacológico planteado de apuro entre Buenos Aires y Moscú encierra una confesión geopolítica, esto es, que la Casa Rosada prefiere opciones alejadas de los poderosos laboratorios occidentales antes de negociar con ellos sobre la base de crudas transacciones capitalistas. No importa si, en definitiva, la Sputnik V sirve o no sirve, lo relevante es no aparecer como de rodillas ante lo que el relato kirchnerista imagina como poderes transnacionales al servicio del lucro y las grandes potencias liberales. Esta percepción determina que la Argentina integre el variopinto lote de países que han optado por aquella junto con Egipto, Corea del Sur, India, Nepal, Bielorrusia, Kazajstán, Uzbekistán, Venezuela, México y un par de estados brasileños.
De todas maneras es evidente que, aunque las vacunas arribadas al país alcanzan apenas para un puñado de personas, el presidente no está dispuesto a resignar un momento de gloria, quizá el primero desde que, un lejano 19 de marzo, decretara la cuarentena obligatoria. A tono con estas miras, el operativo de inoculación comenzará mañana e involucrará una logística especial a cargo de las Fuerzas Armadas y los ministerios de Salud de las diferentes provincias.
La cortedad de las dosis en poder del gobierno contrasta vivamente con las 10 millones ya adquiridas por Chile o las 1.4 millones que arribarán a México hasta el próximo 31 de enero, por citar ejemplos cercanos. Este hecho no impide, sin embargo, la exhibición sin pudor del clásico triunfalismo K despojado, como corresponde, de cualquier autocrítica.
Prueba de ello son las declaraciones presidenciales sobre que “somos menos de 10 los países que comenzamos a vacunar antes de fin de año”, una filípica que adolece de inexactitud. Informaciones periodísticas incontestadas afirman que, para cuando Argentina inicie su campaña de vacunación, al menos 30 países ya habrán comenzado con las suyas (en América Latina, Chile, México y Costa Rica han hecho punta). Es evidente que Fernández continua, siempre de la mano del inefable Ginés González García, penando con los números como lo hizo a lo largo de la pandemia.
¿Cómo seguirá esta historia en el futuro próximo? Las predicciones son sencillas. Más Sputnik V, más vuelos homéricos de Aerolíneas Argentinas, pocas novedades de Pfizer y Moderna y el presidente comportándose como un adelantado español ganándole que le disputa el terreno al coronavirus con determinación y audacia. Esta etapa épica continuará así hasta que la vacuna de Oxford AstraZeneca obtenga la luz verde y comience a ser fabricada en el país, dando una solución más estructural al problema. Será en ese entonces cuando las expectativas se coloquen, finalmente, del lado de la Casa Rosada y comiencen las apuestas sobre que porcentaje de la población será inoculada antes de las cruciales elecciones de octubre. Todo está jugado a este número. No solo para salvar las vidas que podrían perderse por no proceder de prisa, sino también para revertir un humor social sumamente adverso hacia los referentes y las políticas del Frente de Todos.