Por Pablo Esteban Dávila
En su incisiva obra: Homo Deus, publicada hace un lustro, el filósofo israelí Yuval Noah Harari sostiene que, durante la mayor parte de la historia de la humanidad, hubo tres causas que limitaron la expansión de la población mundial: el hambre, las guerras y las pestes. La novedad de nuestra época -explica-es que estos tres enemigos letales están siendo derrotados.
Valga una breve síntesis de las dos primeras. La hambruna, como tal, está en vías de extinción. Pueden existir casos puntuales que, naturalmente, son amplificados por los medios de comunicación, pero hace tiempo que no se ven imágenes espeluznantes de poblaciones enteras desfalleciendo de hambre. El problema es hoy el inverso: la obesidad. Aunque sin dudas es un fenómeno preocupante, pertenece a una esfera diferente al de la muerte por inanición. Por caso, en 2010 la suma de hambruna y desnutrición mató alrededor de un millón de personas, mientras que la obesidad los hizo con tres millones.
Las guerras, asimismo, matan cada vez menos gentes. En lo que va del siglo XXI explican solo el 1% de la mortalidad global. Es cierto que en el pasado reciente han existido algunas muy crueles, como la guerra civil en Siria y que, por estos días, el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán tiene evocaciones ominosas, pero las cifras totales de muertes por conflictos armados han decrecido significativamente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En 2012 murieron 120.000 personas por esta causa, en tanto que 1.5 millones fallecieron por culpa de la diabetes. En palabras de Harari: “el azúcar es ahora más peligroso que la pólvora”. Lo cierto es que, si se mira el panorama del planeta la imagen que devuelve es de una paz generalizada, allende diversas pujas comerciales o amenazas por Twitter. No son muchos los pasajes de la historia que puedan compararse con este logro.
Por último, las pestes. Es un hecho que la ciencia erradicó males que, en el pasado, diezmaron la población mundial. La viruela está extinta desde 1979, la poliomielitis es un mal recuerdo y el sarampión bajo completo control gracias a las vacunas. La gripe, que antaño causaba tantas muertes, es hoy una molestia estacional y que puede ser evitada también con inmunizaciones específicas. Hasta el Ébola parece estar rendido antes los avances de la medicina. Son verdades tan evidentes que no es necesario profundizarlas en demasía.
Sin embargo, muchos dirán que el optimismo mostrado por Harari en 2015 fue prematuro y que, al menos en este punto, la pandemia del Covid-19 lo desmiente rotundamente. Una nueva peste azota al planeta. Sus consecuencias son dolorosas y aun no terminan; un recordatorio de que los virus continuarán siendo enemigos del hombre a pesar de los jactanciosos avances científicos.
¿Es esto correcto? ¿Desmiente el surgimiento del coronavirus los logros aquilatados en los últimos setenta años contra los patógenos? Adelantamos nuestra opinión de que, lejos de contradecirlos, los enaltecen. Estamos a las puertas de una nueva victoria contra las amenazas que surgen desde la biología y que existen desde que el hombre habita el planeta.
Para advertirlo solo es necesario poner las cosas en perspectiva. El Covid-19 fue identificado como un nuevo tipo de coronavirus en diciembre de 2019, casi un año atrás. El 11 de marzo, y ante su difusión mundial, la OMS lo declaró una pandemia. Más o menos por la misma época, diferentes gobiernos tomaron medidas de clausura y confinamiento social, el argentino entre ellos. Y, en paralelo, la industria farmacéutica puso manos a la obra para encontrar una vacuna efectiva.
Apenas ocho meses después (vale la pena enfatizar el adverbio), ya existen al menos cinco vacunas listas para ser producidas masivamente, con un nivel de eficacia muy elevado. Hay muchos otros proyectos en avanzado estado de experimentación, que podrían ser aprobados próximamente. Es casi seguro que, a más tardar en marzo, comenzarán alrededor del mundo las campañas masivas de vacunación. Para finales de 2021 puede que el Covid-19 haya pasado a la historia.
Es un logro impresionante, del que la humanidad debería sentirse orgullosa y del que no existe plena conciencia. Llevó tan solo un año desarrollar un antídoto contra el virus. En este lapso la comunidad científica pudo identificarlo, descifrar su genoma, comprender su funcionamiento y producir el remedio que lo erradicará. Gobiernos y empresas están cooperando para que tanto la producción de vacunas como su logística no encuentren contratiempos. Es altamente probable que se trate a ricos y pobres por igual, en todos los países, al momento de inmunizarlos.
Cuesta encontrar ejemplos de tanta celeridad. La erradicación de la Viruela llevó más de una década, en tanto que la Gripe Española (la última gran pandemia hasta la actual) se extinguió en 1920, al cabo de dos años y cuando la población afectada había adquirido la famosa inmunidad de rebaño. Claro que esto tuvo un costo: más de 40 millones de muertes. Es el peaje que los virus solían cobrarle a los humanos antes de los avances de la ciencia.
En contraste con estos antecedentes, el Covid-19 parece ser más benévolo: hasta el momento se contabilizan 1.4 millones de muertos globales, con una tasa de letalidad en torno al 2%. Pero también aquí es necesario resaltar los progresos de la ciencia médica y de la infraestructura de salud en todo el mundo. A diferencia del pasado, existen terapias mucho más efectivas para tratar y recuperar a los pacientes infectados y mayor cantidad de hospitales. Cien años atrás este mismo virus hubiera resultado tremendamente mortífero y sus estadísticas más abrumadoras que las del presente.
Esto no significa invisibilizar a los difuntos. Precisamente por el valor que se le da actualmente a la vida humana hemos estado dispuestos, con mayor o menor convicción, a una serie de renunciamientos personales que, en épocas normales, parecerían inaceptables. Hasta cierto punto, la crisis económica generada por la pandemia se explica por la conciencia moral que la humanidad ha aquilatado desde las tragedias del Siglo XX, la que le exige salvar a la mayor cantidad de semejantes si existen los medios para hacerlo y aun si estos conllevan sacrificios de importancia.
Con el tiempo, se considerará al manejo del coronavirus como un caso de éxito ecuménico. La OMS y los gobiernos reflexionarán sobre las lecciones aprendidas y de como actuar en el futuro ante desafíos semejantes. Probablemente los países acepten ceder una parte de sus prerrogativas soberanas para coordinar mejor los criterios y medidas sanitarias a adoptarse. Las personas corrientes también habrán de tomar nota de la importancia de la responsabilidad individual como parte de la ética de la preservación de la vida y, algo más abstracto, de la libertad personal. El virus demostró, como ninguna otra contingencia, lo importante que son los derechos y principios constitucionales y que sucede cuando, por una emergencia, estos son vulnerados. Es una pedagogía dolorosa pero, al medio plazo, sumamente aleccionadora que dejará esta pandemia a punto de ser vencida.