Por Javier Boher
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Todo esto ya se ha hablado. Es más, la sola idea de que el país es como «El día de la marmota» -la película con Bill Murray en la que se repite todos los días el mismo día- ya ha sido repetida hasta el hartazgo. Simplemente pensar en tener que cronicar sistemáticamente las mismas cosas es desgastante.
Por supuesto que las cosas no son exactamente iguales. Cambian los nombres, seguro, pero tampoco tanto. Por ahí es más habitual ver un cambio de funciones u obligaciones que de protagonistas. ¿Las temáticas? Por lo menos las de fondo siguen siendo más o menos las mismas.
Ayer volvimos a hablar sobre el ajuste a los jubilados, una cuestión que -al menos desde que yo tengo memoria- le permitió hacer carrera política a Norma Plá, María América González o Raúl Castells. Hoy es Gabriela Cerruti la que se quiere subir a la ola de los jubilados, aunque en un tono teenager un tanto fuera de lugar.
Las jubilaciones no alcanzaban con Menem ni De la Rúa, se congelaron con Duhalde y con Kirchner, se otorgaron indiscriminadamente con Cristina, se ajustaron a una ley con Macri y se ajustaron por decreto y sin tener en cuenta la inflación en el gobierno de Alberto. En estos 30 años hubo piquetes, ollas populares, juicios al Estado, reparaciones históricas, cambios en la fórmula previsional, piedras en el Congreso, lágrimas, lucha y cinismo. Sin embargo, la jubilación mínima no alcanza.
También ayer se habló mucho del FMI, que volvería a socorrer a la Argentina en medio de una crisis económica de proporciones épicas. Fueron todo risas en tiempos de relaciones carnales con Estados Unidos, después hubo reproches, Kirchner pagó tiki-taka para no tener que pasar datos y estadísticas sobre la economía, Cristina tuvo uno de los mejores spots de campaña (el de los nenes que no saben qué es el FMI), Macri lo trajo de vuelta porque no cerraban los números del gradualismo y hoy los que mostraban cartelitos tienen que mantenerse en la misma senda porque sino no pueden hacer frente a los vencimientos de la deuda. ¿Todos los países tendrán la misma relación tóxica con el organismo, que les impide madurar después de décadas de tironeos y caprichos?.
En los últimos años apareció un tema nuevo, pero que rápidamente se.hizo omnipresente: el aborto. De pronto la sociedad se dividió en verdes y celestes, volviendo de manera recurrente a ocupar espacios en los medios. No hay que dudar de que llevar el debate público al campo de las pasiones es un arma efectiva para que no se hable de otras cosas más mundanas, como el presupuesto, la educación o la salud. Como desee hace dos años, el debate gira en torno a la interrupción del embarazo, con más palabras que acciones, pero siempre como cortina de humo para que las personas sigan corriendo detrás de una crujiente zanahoria.
Los planteos porque tal político se sacó o no se sacó una foto con tal otro se siguen leyendo como si se tratara de interpretar cuadros centenarios mientras se recorren los pasillos de algún museo. Lo que se muestra parece ser para algunos un tanto más importante que lo que se hace.
Así, pese a que la cuarentena nos ha robado ocho meses de nuestra vida -representando además dos tercios del mandato presidencial- todo parece estar igual que en marzo, que el año pasado, que hace diez años o que hace veinte. El país de la movilidad social ascendente le dio paso al país de la inmovilidad política y la economía descendente: siempre se puede estar peor porque ninguno (ningún partido, para dejarlo claro) ha logrado sacarnos del berenjenal en el que nos encontramos desde hace décadas. Las palabras suenan bien, pero no es la música que sale del estéreo la que pone a marchar el auto ni la que lo conduce a un destino.
Se viene un ajuste padre, de esos que después duelen, por más que se lo quiera maquillar con placebos. No hay salidas mágicas, por más que en venderlas resida el éxito de los que ganan elecciones.
Como en el Día de la Marmota, tras cada elección que se gana, el nuevo gobierno amanece en el mismo lugar en el que amaneció su antecesor. ¿Cuándo se destraba el intríngulis en el que se encuentra Bill Murray? Cuando finalmente deja de pensar en él solo. Qué raro que Cristina, como buena cinéfila, no se la haya recomendado a Alberto.