Por Marcelo Capello
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La inflación en septiembre resultó 2,8%, la mayor desde marzo pasado, cuando comenzaron los efectos de la pandemia y el confinamiento social. En buena medida, la tasa de inflación se encuentra contenida en los últimos meses por congelamiento de precios y existencia de precios máximos para numerosos productos, lo que constituye una situación de creciente inflación reprimida. No sólo es el caso de servicios de utilidad general y de comunicaciones, también ocurre con el efecto de los precios máximos en el caso de los alimentos: mientras dichos precios máximos subieron sólo 3% entre marzo y septiembre, algunos índices representativos de costos, como el índice de precios mayoristas, subieron cerca de 15%, y el tipo de cambio oficial un 19% en dicho lapso. En el futuro cercano, se deberán autorizar importantes actualizaciones en dichos precios máximos o eliminarse el programa, de lo contrario comenzarán a faltar los productos en las estanterías.
Así, es probable que en los próximos meses la inflación resulte más alta que en los últimos seis meses. En ello tendrán algo que ver las nuevas subas del dólar blue, aunque es conocido que el tipo de cambio que más afecta a la tasa de inflación es el oficial. Pero las crecientes restricciones para hacerse de dólares inducen un mayor impacto del tipo de cambio informal sobre la inflación. También las crecientes restricciones a las importaciones, en un contexto en que algunos sectores muestran mejorías, como la construcción privada, y la mayor demanda se encuentra con problemas para obtener algunos insumos. Adicionalmente, ajustes insalvables en algunos precios controlados también podrían alimentar una velocidad mayor en el índice de precios en los próximos meses y/o en 2021.
Pero especialmente impactará el efecto de la alta emisión monetaria de los últimos meses (suba nominal mayor al 70% en 2020), pues el aumento de la base monetaria suele demorar sus efectos sobre los precios, pero finalmente se produce. Por ejemplo, si bien en 2014 la inflación resultó del 38%, frente a una suba de la base monetaria del 20%, si se toma el último período presidencial de CFK (2012-2015), la inflación acumulada fue del 176%, cuando la suba de la base monetaria resultó del 180%.
La inflación a largo plazo depende mayormente de lo que ocurre con la emisión de dinero (descontando el aumento de la producción), aunque en el corto plazo influyen también las variaciones en el tipo de cambio y los salarios, entre otros factores. En el segundo período de gobierno de CFK, la inflación acumulada en cuatro años resultó del 176%, con una suba de salarios nominales de 184% y del tipo de cambio nominal oficial (peso/dólar) del 124%. Esto es, se observó una inflación anual promedio del 29% en esos años, que podría haber sido mayor si no se usaba como ancla al tipo de cambio que, como es conocido, quedó excesivamente retrasado y con el BCRA con muy escasas reservas de libre disponibilidad al final del período de gobierno, en diciembre de 2015.
Dicho retraso cambiario, que ayudó a contener la inflación en ese período de gobierno, pudo ocurrir gracias al oxígeno cambiario que existía en los años previos a 2011, y especialmente por las reservas del BCRA acumuladas hasta dicho año, además del precio récord de la soja en 2012 y 2013, que ayudó a generar dólares para la economía.
En el proyecto de presupuesto nacional para 2021 se ha previsto una inflación anual del 29%. ¿Tendremos en los próximos años una inflación parecida a la de 2012 – 2015, el último período de CFK, con cepo duro y escasez de divisas, como ahora ocurre? Se trataría de una visión optimista sobre la inflación futura, en primer lugar, y como ya se indicó, dado que se parte de un 2020 con alta emisión monetaria, y que seguirá así en 2021 por un déficit fiscal primario presupuestado de 4,2% del PIB.
Tal déficit primario previsto para 2021 resulta similar al observado en 2015, último año del segundo período de CFK. Pero en dicho período de gobierno el déficit primario había exhibido una tendencia creciente, desde un nivel inicial cercano al 1% del PIB en 2012, hasta 4,2% en 2015. De modo que la asistencia del BCRA al Tesoro Nacional en dicho período se traducía en una importante suba de la base monetaria, pero que no pasó del 35% en ninguno de los cuatro años. En cambio, en el actual período de gobierno, la base monetaria crece más del 70% en 2020, y podría volver a crecer entre 50 y 60% en 2021, dado el déficit previsto en el presupuesto.
Por otra parte, en el actual período de gobierno no existe la posibilidad de utilizar el tipo de cambio oficial como ancla para la inflación, pues éste ya exhibe síntomas de retraso, y especialmente porque las reservas de libre disponibilidad del BCRA resultan exiguas. Si bien el TC real multilateral en 2020 se encuentra en niveles similares al de 2011, la diferencia es que en dicho año existían reservas de libre disponibilidad en el BCRA por aproximadamente 34 mil millones de dólares, mientras en 2020 ya perforaron los 6 mil millones de dólares. En la actual situación, un mayor atraso cambiario redundaría en mayores problemas de competitividad, pero especialmente en una situación insostenible para las reservas del BCRA, de modo que, por el lado del tipo de cambio oficial, como mínimo se debe esperar que tienda a acompañar a la inflación en los próximos meses (en el caso que se pueda evitar un salto cambiario discreto mayor).
Los salarios tampoco podrán actuar como ancla de la inflación en los próximos meses, pues han perdido cuantioso terreno en los últimos años (30% desde 2012), y por una razón de tipo social, pero especialmente política, ante la proximidad de una elección se debe esperar que como mínimo acompañen a la inflación en 2021, y quizá exista intención de ubicarlos levemente por encima de la suba de precios.
¿Actuará el gasto público nacional y provincial como ancla nominal en 2021, como sería deseable, al ubicarse en niveles extravagantes del PIB, y que implican una presión tributaria entre las dos más altas de Latinoamérica? No parece ser la intención del gobierno, según declaraciones de sus funcionarios y los números del proyecto de presupuesto.
Con una emisión monetaria esperada para 2021 en niveles todavía muy altos, dado el déficit fiscal proyectado para dicho año, sin la posibilidad práctica de usar como anclas nominales al tipo de cambio o los salarios, y ante la imposibilidad política – ideológica de usar el gasto público con ese fin, se debe esperar para 2021 una tasa de inflación superior a la prevista en el presupuesto para dicho año (29%), y mayor también a la que se proyecta finalmente para 2020 (36,6% según el REM de septiembre). Si finalmente la inflación de 2021 excede en poco o en mucho a la que se observe en 2020, dependerá especialmente de lo que ocurra con el tipo de cambio oficial, si se logra evitar o no una fuerte devaluación discreta del peso en 2021 (o en lo que resta de 2020), ante el creciente problema de escasez de reservas de libre disponibilidad, y de la actualización que en algún momento se deberá llevar a cabo para los servicios con precios congelados y/o los productos con precios máximos.