Por Javier Boher
javiboher@gmail.com
El miércoles hubo un hecho que pasó bastante desapercibido, pero que sirvió perfectamente para ilustrar a dónde estamos parados en la discusión política nacional. Tras una reunión, el presidente de la nación decidió que era una magnífica idea regalarle un perro a una mujer que ha perdido a su hijo.
Después de cien días de búsqueda, los asesores presidenciales tuvieron el tacto o la delicadeza de regalarle a la mujer un sobrino de Dylan, la mascota presidencial.
La explicación que dio la misma madre fue que el presente era porque el Fernández se enteró de que el perro de Facundo Astudillo Castro había muerto con posterioridad a la desaparición del joven. Es admirable la capacidad de esa madre para separar al presidente del caso por el que se entrevistaron.
El caso remite directamente al de Santiago Maldonado, ya que en ambos las sospechas recayeron en primer lugar sobre las fuerzas de seguridad. Mientras la autopsia determinó que el artesano y tatuador murió ahogado tras un accidente en el que sus compañeros de resistencia no lo ayudaron, en el caso de Astudillo Castro las sospechas sobre la policía bonaerense todavía no han sido despejadas.
La otra gran diferencia entre ambos casos fue el rol de la oposición, que mientras en el caso de 2017 intentó prender fuego el país, cobrarse la cabeza de la ministra de seguridad y sacar rédito político para las elecciones legislativas de ese año, hoy parece mucho más mesurada pidiendo que se aclare el caso y que se castigue a los responsables, sin marchas ni fotos con cara de circunstancia en un banco de iglesia.
El silencio de los que entonces eran oposición y hoy son oficialismo sólo se explica por ese cambio de rol. Pensar en lo que podría haber sido si al mismo gesto lo tenía Macri para con la familia Maldonado es un simple ejercicio para entender la capacidad de aceptación de la verticalidad y la deglución de sapos que tiene el kirchnerismo, al punto que Sergio Maldonado -hermano de Santiago- recibió como respuesta que no debía pedir públicamente por Astudillo Castro para no hacerle el juego a la derecha. Tan ridículo y demencial que es peligroso.
Como ejercicio para descontracturar tamaña payasada presidencial, viene bien preguntarse por aquellos animales que podría regalar el presidente a algunos de los colectivos que están sufriendo las consecuencias sociales y económicas de la cuarentena.
Para los chicos que no están pudiendo ir a la escuela, probablemente habría que regalar pollitos, porque son baratos y los pueden engordar para comerlos. Un perro es demasiada responsabilidad para chicos que van a tener problemas para desarrollar el pensamiento lógico-abstracto producto de la escuela virtual, a la vez que el costo es altísimo (y muy difícil de calcular por alumnos que han aprendido a sumar y restar por Whatsapp).
A los del sector turístico podrían regalarles cotorras, cosa de que alguien les hable adentro de los hoteles vacíos. Acostumbrados al ruido de la gente, un «pepe, la papa» es mejor que el silencio sepulcral de las habitaciones sin ocupantes.
Para los gastronómicos, capaz les regalarían un chancho, aunque no sería una buena opción: ya se les han quedado con la chancha, los veinte y la máquina de hacer chorizos al dejar correr los costos como si nada.
De última al chancho le pueden aplicar la solución la solución kirchnerista clásica y hacerlo fiambre. Así volvemos al juego de la administración de recursos al uso oficialista: hoy comemos; mañana vemos. Y que otra vez nos metan el perro.