Por Javier Boher
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El encierro, la soledad, el aislamiento son todos rasgos antinaturales de la cuarentena, que se agravan por la falta de certezas sobre el futuro, veta oportunamente explotada por el gobierno. No es normal llevar casi medio año con la vida suspendida.
Esa situación va generando un caldo de cultivo óptimo para que se intensifique el malestar de la gente. Nadie sabe muy bien qué le deparará el futuro, pero tiene la certeza de que el presente no la convence. Eso impulsó a miles de argentinos a la calle, a reclamar por el hartazgo.
No vale la pena detenerse en otra movilización más. Seguramente el mensaje político llegó a los altos mandos del gobierno, pero la protesta callejera es parte innegable de la vida democrática. Uno gobierna, el otro se moviliza.
Lo particular de esta vez, es que se pudo ver con toda la crudeza del mundo que no hay una misma vara para medir las acciones. Si la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, queda todavía saber quién es el pueblo. Mientras la lógica de la etimología dice que todos, el vulgo entiende que el proletariado.
Así, varios fueron los que salieron a desmerecer la movilización bajo ridículas consignas de clase, como si la gente solo pudiera o debiera manifestarse si tiene hambre, pero no para reclamar por esos lujos burgueses de la división de poderes, la libertad de expresión o la libertad individual. ¡A quién se le ocurre!.
El que otra vez salió a darle una mano enorme al gobierno en eso de cerrar la grieta fue Juan Grabois, que dijo que el Estado debería multar a los que violaron la cuareterna. Lindo doble estándar, Juancho.
El dirigente social (eufemismo para gerente de la pobreza) se ha visto envuelto en decenas de marchas y movilizaciones. Aquí en Córdoba, organizaciones nucleadas en la CTEP que él lidera llevan cuatro sobre cinco meses violando sistemáticamente todas las disposiciones al respecto, cortando puentes, haciendo ollas populares o marchando por el centro.
En la cabeza de Grabois, las leyes son distintas a las que tenemos. Es más, las leyes son las que a él le parecen necesarias para acompañar su causa.
Hace apenas unas semanas se pronunció sobre las posibles tomas de tierra que se podrían dar si la cuestión económica no mejora. La última vez que revisé la Constitución, ese tipo de acciones eran absolutamente ilegales. Creo que sigue igual desde hace un cuarto de siglo.
La miopía política del gobierno y sus satélites les hace perder de vista el giro discursivo y político de la sociedad, ante un kirchnerismo que ya es una caricatura de sí mismo, exagerando los rasgos más antipáticos de sus gestiones.
A esa lógica del encadenamiento de significantes que caracteriza al populismo (y que tanto le ha servido al génesis y apogeo del kirchnerismo), hoy la vemos en las filas de la oposición. Con muchas menos obligaciones que el gobierno, conviven en su seno moderados como Larreta o duros como Bullrich; provincianos como Cornejo o porteños como Lousteau; conservadores como los radicales cordobeses y liberales como los radicales porteños. Ninguno tiene necesidad de romper con ninguno, porque nada deben demostrar ante el electorado. Todos llevan agua para el molino de la oposición.
El gobierno, por su parte, queda atado a las declaraciones de tipos como Grabois, que no tiene ningún cargo, pero al que le dieron el poder de la palabra cuando estaban en la oposición. Que Aníbal Fernández (responsable por la muerte de Kosteki y Santillán) diga que tiene plena confianza en Berni no ayuda a apuntalar el perfil de serio que le quieren dar al ex militar. Que el mismísimo ministro de salud reconozca haber violado la cuarentena para ver a los nietos es tan sincero respecto a la doble vara que duele.
Esa falta de coherencia entre lo que se le pide a la oposición y a la ciudadanía, respecto a lo que deben y pueden hacer los funcionarios, es la mismísima definición de impunidad. El camino hasta el colapso es muy corto desde ese punto de la decadencia.