Por Pablo Esteban Dávila
¿Un brulote? ¿Simple expresión de deseos? Lo que fuere, resulta innegable que una eventual candidatura cordobesa de Mauricio Macri deja tela para acortar, precisamente porque no parece ser una idea descabellada. En absoluto.
Debe descartarse, a priori, la prevención de que Macri es porteño y no un cordobés. La Argentina es un país libre, en donde cada uno puede elegir su distrito para vivir o, si lo desea, hacer política. La provincia tuvo gobernadores nacidos en otros lares (el brigadier Juan Ignacio San Martín o Ramón Bautista Mestre) y legisladores que, como el bonaerense Nicolás Massot, la eligieron en fechas recientes para lanzar desde aquí sus apetencias nacionales. El hecho de contar con muchos expatriados voluntarios habla bien de esta tierra.
No puede soslayarse, en el mismo sentido, que entre la ciudad Autónoma de Buenos Aires y la provincia de Buenos Aires -pese a ser jurisdicciones diferentes- existe un permanente flujo de candidatos que entrecruzan la General Paz al más mínimo incentivo político. Que se sepa, Axel Kicillof vivía en la Capital Federal desde siempre, una limitación que no le impidió, sin embargo, mudarse a La Plata al ser ungido gobernador. Su antecesora, María Eugenia Vidal, había sido la vice jefa de Gobierno del propio Macri en su segundo mandato, algo que tampoco importó al comisionarla para enfrentar (y derrotar) a Aníbal Fernandez en las recordadas elecciones de 2015. Entre decenas de ejemplos, el propio matrimonio Kirchner decidió cambiar la ventosa Santa Cruz por el estratégico territorio bonaerense. La mudanza fue tan rápida que, en 2017, la propia Cristina no pudo votarse como senadora porque todavía no figuraba en los padrones de su provincia nativa.
Por otra parte, la continuación de la carrera política de Macri desde la plataforma mediterránea es políticamente verosímil. Difícilmente el electorado local vería con malos ojos su transferencia geográfica. El expresidente ha dejado en claro que Córdoba es su lugar en el mundo y ha hecho muchos esfuerzos para demostrarlo. Los cordobeses le han correspondido siempre estos gestos con cientos de miles de sufragios.
Debe recordarse que Macri frecuentaba córdoba asiduamente cuando dedicarse a la política no figuraba en sus planes. Una empresa del grupo SOCMA, SEVEL, fabricaba automóviles en la década del ’80 en la planta de Ferreyra y Franco Macri tenía participación en la producción de IVECO, también radicada en aquel barrio. Mauricio, fiel al mandato de su padre, visitaba constantemente las líneas de producción de ambas factorías y supo trabar, por entonces, sólidas relaciones tanto con trabajadores como con profesionales locales.
Esta tradición fue continuada por su otra gran pasión, el fútbol. Antes de soñar siquiera con ser presidente de Boca Junior y de hacerse famoso con el Xeneise, viajaba a estas latitudes siguiendo al club de sus amores por el medio de transporte que fuera, incluso en colectivo (una faceta que muchos ignoran). Luego, ya en la titularidad de la institución, acompañó a su plantel de primera las veces que pudo para alentarlo en sus compromisos en La Docta donde también, desde lo deportivo, se sintió muy a gusto.
Como candidato, y luego como presidente, Macri hizo más que visitas protocolares o de ocasión, aceptando que, como Cataluña, Córdoba necesita que la halaguen. Sin menospreciar el obligatorio besamanos de la Bolsa de Comercio o de la Fundación Mediterránea (tan cordobesas como la peperina), no dudó en participar aquí de cuanto festival fue invitado, aun los más ignaros. Podría decirse que la célebre afirmación de José Manuel de la Sota, “somos fiesteros los cordobeses”, caló hondo en el porteño. En estas celebraciones populares pudo entremezclarse con gente que, probablemente, nunca hubiera frecuentado en un ambiente estrictamente político. Es posible que el halo de frialdad que suele rodearlo se haya desvanecido por completo en aquellas giras no demasiado promocionadas, pero de alta efectividad. Como nota al pie, dígase que no tuvo la misma predilección con eventos similares en, por ejemplo, Santa Fe o Buenos Aires.
Otro punto que debe destacarse es que, salvo la minoritaria izquierda y el también derrengado kirhcerismo, Macri no tiene enemigos de peso en la política local. Supo cultivar una relación de confianza con José Manuel de la Sota cuando este era gobernador y hasta que el gallego comenzó a verlo como un competidor, pero con Juan Schiaretti jamás tuvo un cortocircuito. De hecho, durante su paso por la Casa Rosada, hizo todo lo posible para poner las cuentas en orden con el Panal, desandando eficazmente el camino de arbitrariedades y discriminación con el cual Cristina Fernández supo paviementar la animadversión del distrito. Hasta con la aeronáutica FADEA, un reducto de militantes incompetentes durante los gobiernos K, Macri mostró prudencia hacia el peronismo. Un técnico aséptico pero de indudable mérito industrial, Antonio Beltramone, se las arregló para entregar nuevos aviones Pampa a la Fuerza Aérea luego de 15 años de promesas incumplidas, sin generar ruidos con el Centro Cívico con semejante logro ni pretender otra cosa que hacer sustentable una industria emblemática de la ciudad capital.
Con tales antecedentes, es un hecho que el gobernador no pondría ningún palo en la rueda para su hipotético desembarco y que incluso, si pudiera, lo alentaría sotto voce; descuenta que Hacemos por Córdoba no tiene demasiadas chances en las próximas legislativas y que, si se trata de perder, mejor hacerlo frente a un expresidente que ante un radical doméstico.
Es interesante señalar, en este punto, que Juntos por el Cambio no tiene un candidato natural en la provincia, ni ideólogos que proyecten el espacio como una construcción de categoría a los fines de que pudiera sobrevivir, autónomamente, a la dialéctica anti-kirchnerista que la mantiene viva por la negativa. Aunque se descuenta que la coalición se impondría en las elecciones de medio término, hay muchos que se consideran como predestinados a ocupar las posiciones más relevantes sin alcanzar mayores estándares. Si Macri lograra efectivamente postularse nadie osaría discutirle el privilegio, aunque lo aceptasen a regañadientes. Todos, sin excepción, no dejan de ser meros vicarios de sus votos.
También sería un mensaje para el resto del país. Esta vez Macri elegiría a Córdoba, que ya lo ha elegido en los momentos más importantes. Sería una inteligente devolución de favores y una señal política de que pretende regresar a la presidencia desde uno de los territorios más contraculturales de la Argentina. Significaría reforzar sus lazos con la región central del país y su alianza con quienes pretenden más libertad para producir y, aunque no cumplió del todo en su gobierno, también menos impuestos y regulaciones por parte del Estado. Como yapa, quitaría presión a Horacio Rodríguez Larreta, dado que se enfrentaría con Alberto Fernández desde un territorio diferente al de la ciudad que gobierna su socio en el PRO y que, por lógicas razones, debe mantener cordialidad con la Nación.
Claro que este entramado requiere de un asunto de previo y especial pronunciamiento: que, decidido a dar este paso, la justicia habilitase su candidatura. Técnicamente es casi imposible. La ley requiere o domicilio o residencia con dos años de antigüedad, extremos hoy difíciles de cumplimentar. Ni siquiera podría argumentar el interesado haber nacido en el distrito, como sí lo hicieron otros dirigentes en situaciones semejantes, como la propia Cristina. A menos que aparezca un jurista dotado de creatividad, el proyecto no será presentado oficialmente y quedará como una utopía desafiante, bien a tono con los años por venir.