Por Gabriel Osman
En su paso rutilante por la política británica del siglo XIX, Benjamín Disraeli dejó destellos de su genio en frases memorables, como aquella que señala que “quien ostenta el poder es siempre impopular”. Para que cualquier sentencia de un personaje de acción -no de letras-, trascienda en el tiempo a quien la pronunció, debe ser certera y apretada. Curiosamente, la economía también conviene a la buena literatura, como recomendara nuestro Jorge Luis Borges.
Con los pies sobre la tierra, lo que está sucediendo en la Municipalidad de Córdoba es una pelea desnuda por el poder. Así lo describió Jorge Sappia, uno de los mejores abogados laboralistas, que ha sabido de triunfos y derrotas en los dos lados del mostrador, pero nunca simultáneamente. El veterano dirigente radical no se enredó en argumentos leguleyos, como conviene a la estatura moral que todos le reconocen a quien preside la Convención Nacional de la UCR.
Palabras más, palabras menos, lo que está en disputa en la Municipalidad desde el 10 de diciembre pasado es una tenida política pura por el poder, entre el prepotente gremio municipal que desde 1999 se lo conculcó a Germán Kammerath y a los sucesivos intendentes -incluida la gravosa y ridícula abdicación de Luis Juez- y Martín Llaryora.
La firmeza exhibida por el jefe comunal para poner en caja los gastos municipales nos ha sorprendido gratamente a los cordobeses. Gratamente porque no lo conocíamos. Ignorábamos, por ejemplo, que al asumir en la Municipalidad de San Francisco, el 10 de diciembre de 2007, protagonizó en los primeros meses de 2008 una tenida brutal con los municipales de la ciudad cabecera del Departamento San Justo.
Su antecesor en el cargo, el radical-K Hugo Madonna, símil en escala de nuestro Luis Juez, intendente también en esos tiempos de bonanza fiscal, había casi duplicado la planta de empleados. Llaryora, más joven que el aún muy joven Llaryora, rescindió 600 contratos, a lo que el gremio respondió usurpando y destruyendo su casa e incendiando su automóvil. Sin sobre dramatizar sus problemas, se mudó al séptimo piso de un edificio –menos expuesto a las iras gremiales- y sostuvo su decisión, solo promediando la dramática medida con algunas reincorporaciones.
Por si alguien en la cosmopolita Córdoba dudó de sus credenciales, está claro que por lo hecho hasta acá, Llaryora ya tiene ciudadanía cordobesa. Al 10 de diciembre, el Suoem se llevaba casi el 70 por ciento de los recursos municipales por todo concepto. Con el derrumbe de los ingresos por la pandemia –aproximadamente del 30%-, sumado el 18% que insume la higiene urbana y los subsidios al transporte, el municipio ya estaría en default.
No lo está y el achique todavía no es suficiente. Por eso, con el régimen de retiro voluntario puesto en práctica y otras medidas de ahorro, el intendente pretende llevar el gasto en sueldos a los valores históricos de las dos administraciones también históricas de Ramón Bautista Mestre y Rubén Martí (50%). Por supuesto, todo sin renunciar a las conquistas alcanzadas por el municipio, esto es, por los contribuyentes.
La tensión en el conflicto tuvo su punto crítico el 7 de julio. Fue cuando Rubén Daniele participó de la comisión negociadora. Al término de la reunión, el capo sindical salió si no exultante, sí sorprendido porque los funcionarios municipales habían cedido en la cesantía de 120 contratados. Pareció haber entendido que el intendente le había restituido el placet que le había quitado Ramón Mestre. Sucedió bajo la tutela de dos conceptos del intendente: presumir, correctamente, que es mucho más conducente negociar con quien tiene el poder real en el sindicato y no con la caótica representación de una federación de reparticiones, que es la estructura de base del Suoem; la segunda, más compleja, que Daniele sabe leer el lenguaje gestual.
El presente es prometedor pero aun prematuro para sacar conclusiones. La nueva fecha para la presencia plena de los municipales en el Palacio 6 de Julio y el resto de las dependencias es para dentro de una semana. Este reinicio ha sido diferido por enésima vez, al comienzo para enfriar el conflicto y desarmar las protestas, pero el pico de la pandemia puede ahora volver a aplazar este regreso de los municipales a sus puestos de trabajo.
Pero más tarde o más temprano volverán al trabajo. Su ausencia, por los “méritos” propios de su improductividad, poco se ha notado. Se verá entonces cómo sigue la historia. Llaryora y también el sindicato deberán balbucear, aunque seguro sin la elegancia de Disraeli, ¿cuál es la química sutil entre la ostentación y el ejercicio pleno del poder pero sin excesos?
El intendente todavía tiene mucha disposición y recursos políticos a su alcance para blandir más medidas correctivas. Y si hay dudas, que vayan y averigüen en San Francisco hasta dónde puede llegar este político de rostro aniñado que mejor definen sus incipientes canas.