Por J.C. Maraddón
Después de casi cinco meses de cuarentena, la catástrofe sanitaria se agrava con los efectos de un desastre económico que afecta a todas la naciones y que, por lo que se ve, también empieza a hacer sentir su rigor en compañías multinacionales de gran arraigo. Al igual que el coronavirus se ensaña con las personas que ya tenían deprimido su sistema inmunológico, también la crisis del sistema productivo tiene mayor impacto en aquellos sectores industriales que habían venido haciendo esfuerzos para adaptarse a los cambios en la tecnología y que todavía no habían logrado estabilizarse dentro de ese nuevo contexto.
En todo caso, lo que ha hecho la pandemia es agudizar procesos de declinación que hace tiempo se habían empezado a verificar y que ahora, ante las circunstancias de un aislamiento masivo a escala global, se manifiestan con una crudeza absoluta. En el ámbito de la cultura, por ejemplo, la instalación de novedosos formatos y soportes virtuales como favoritos de los consumidores, que estaba en marcha desde comienzos de este siglo, redobló su embate ante la imposibilidad del público de salir de sus hogares y las dificultades para procurarse los productos en su versión física, que en muchos lugares se restringe a la distribución por delivery.
Por el contrario, hay otros (pocos) que durante los últimos meses se han visto beneficiados por el contexto y que, por haber hecho punta dentro del universo digital, hoy se han transformado en algo imprescindible para muchas personas que, forzadamente, disponen de tiempo libre y resuelven utilizarlo para realizar consumos culturales. La música, que entre otras funciones siempre representó un acompañamiento para aquellos que la escuchan, es muy requerida en la actualidad tanto para contrarrestar estados de ánimo melancólicos o angustiantes como para distraernos de la preocupación por las consecuencias del avance del coronavirus.
Esta necesidad de una canción que acompañe se ve satisfecha en estos días por el servicio de Spotify, que además de ofrecer un catálogo por demás extenso de obras y artistas, también se toma el trabajo de sugerir a sus usuarios lo que puede resultar de su agrado, como un farmacéutico nos recomienda una medicación para el dolor de cintura. El tan ponderado algoritmo, que sigue nuestras elecciones y sonsaca a través de ellas cuáles son nuestras preferencias, actúa a sus anchas en esta plataforma y nos construye un menú personalizado sin que ni siquiera haga falta que se lo encarguemos.
Este (y sino cuál otro) es el motivo de que, tal como se informa en las publicaciones del mercado discográfico, el sello Warner Music ha reportado una caída en sus ingresos de 5,7% en el segundo trimestre de 2020 en relación a los primeros tres meses de este año. Justo en el momento en que los melómanos atrincherados en sus hogares tienen más posibilidades de escuchar sus piezas preferidas, una de las grandes compañías del mercado del disco no ha podido frenar la debacle de sus ventas, ni compensarla con la inclusión de los intérpretes de su nómina en las plataformas de streaming.
Y es que, como tantos otros negocios, Warner Music obtiene la mayor parte de su ganancia por el comercio de objetos que un gran número de consumidores ya se ha acostumbrado a procurarse online. Y los nuevos pulpos del circuito, como Spotify o Apple Music, no tienen ninguna intención de ser equitativos en el reparto de los dividendos que obtienen a través de sus suscriptores. Cuesta creerlo, pero para aquellos antiguos dinosaurios que durante décadas fueron los artífices de la industria musical, tampoco son nada fáciles los días que corren y mucho menos asoma como promisorio lo que vendrá.