¿Cómo se arma la mesa?

Por Javier Boher
javiboher@gmail.com

Las internas existen en todos los partidos. Son parte de su democracia interna, aunque todos esquiven el democrático mecanismo de las internas y prefieran definir cargos a dedo y con mucha rosca.

Aunque muchos pretendan mostrar lo contrario, el gobierno nacional es una gran coalición peronista en la que conviven peronistas clásicos (nostálgicos del plan quinquenal y el Rastrojero) con menemistas reconvertidos y añejos militantes de la tendencia setentista. A eso el kirchnerismo supo sumarle -en los viejos tiempos de la transversalidad- a los organismos de DDHH y organizaciones piqueteras, tradicionalmente más volcadas a la izquierda clasista (aunque casi no haya cabecillas de las clases populares).

Los gobernadores (guapos en sus tierras; dóciles en la capital) también forman parte de ese complejo mosaico cubista, en el que las figuras aparecen o se esconden según la forma en la que se lo mire. Quizás por eso la convivencia tras la cuarentena perpetua se está tornando un tanto más difícil de sobrellevar.

Los que compraron un Alberto Fernández moderado se llevaron un chasco cuando empezó a sobrevolar el fantasma de Vicentin, una amenaza directa a la propiedad privada y la división de poderes. Eso hizo las mieles de los que hace cincuenta años esperaban que con Perón y (el recuerdo de) Evita se alcanzara la patria socialista.

Esta semana, acuciado por la caída de su imagen en las encuestas, el presidente decidió convocar a la oposición para dialogar. Sin anestesia, Jorge Lanata dijo que en realidad los estaba invitando al velorio, para llevarlos con él.

Aunque lo que buscaba era un baño de republicanismo para hacer repuntar su consideración pública, la jugada no salió como esperaba.

Primero fueron Elisa Carrió y Alfredo Cornejo los que se negaron a asistir al convite. La chaqueña, por una costumbre inaugurada allá por 2009: no hay que dar apariencia de normalidad institucional con gobiernos que fuerzan las reglas hasta el límite.

El mendocino, por su parte, se negaba a que Juntos por el Cambio fuese tratado bajo el genérico «oposición», cuando la realidad dicta que es el único espacio opositor con presencia en las dos cámaras, que logró empujar al sistema político a un lugar cercano al bipartidismo que durante tanto tiempo hubo en Argentina. Finalmente formó parte de la reunión en la que le dieron la razón (y algo de espalda para competir por la conducción del espacio opositor).

Sin embargo, lo que sorprendió a muchos fue lo que pasó ayer, cuando se conoció una carta de Madres de Plaza de Mayo (firmada por Hebe de Bonafini) en la que expresan su desconcierto por la decisión presidencial de dialogar con el resto de los representantes del pueblo democráticamente elegidos y con los principales referentes de las organizaciones empresarias y sindicales (como se vio en el acto por el 9 de Julio).

Es difícil saber si efectivamente el presidente está tratando de incursionar (finalmente) en la construcción del albertismo, atento a que no tiene apoyos políticos en la región más allá de las famélicas Venezuela y Cuba, a que los niveles de pobreza siguen creciendo y a que se necesita de muchas inversiones para recuperar el descalabro económico que -según algunos analistas- ya es peor que en los años de la salida de la convertibilidad.

El presidente tuvo su tiempo para construir su propio espacio, pero hasta ahora solo se ha dedicado a matizar los rasgos más autoritarios de su jefa y vicepresidenta. Los tiempos de pandemia (y el hartazgo por la cuarentena, ya que tanto le gusta diferenciarlas) imponen un giro político dialoguista (sin limitaciones sectarias como la dogmática propuesta de Bonafini).

El kirchnerismo duro (pero pragmático) de Cristina Kirchner ha empezado a hacer crecer las oposiciones internas, inflando a Sergio Berni, dejando hablar a Juan Grabois o dando vía libre a la prédica de Bonafini, esperando para ver cómo decanta la polvareda y por dónde se despeja el camino. Ejerce la autoridad en su espacio, dejando expuesto -y erosionando- al presidente.

El planteo de las Madres de Plaza de Mayo es ridículo en todos los planos posibles, porque no se puede gobernar un país sólo con la primera minoría -aunque eso alcance para ganar elecciones-, especialmente en el delicado escenario que se abre a futuro. Quizás el presidente deba aprovechar que son personas de riesgo para excusarse de sentarlas a su mesa, para empezar a evitar que el cristinismo se quede con el cuchillo de servir.