Por Pablo Esteban Dávila
Es comprensible que la pandemia global que estamos sufriendo haya desestructurado hasta los pensamientos más conservadores. Hacía más de un siglo que la humanidad no se enfrentaba a una peste decididamente global y, por otra parte, jamás lo había hecho con el nivel de compromiso moral que hoy posee, en donde la vida de cualquier ser humano es importante.
Tantas novedades de golpe, con su toque distópico de barbijos, aislamiento y quebranto económico ha llevado a mucha gente a considerar, seriamente, que habrá un antes y un después del Covid-19. Un sintagma, la “nueva normalidad”, se ha impuesto como el que mejor condensa esta impresión, jugando con su contradicción implícita pues, si algo es nuevo, no será normal hasta que sea adoptado masivamente.
La expresión es simpática y tiene el sutil toque de la incorrección contestataria pero, aun con pocas pruebas a nuestro alcance, nos atrevemos a decir que es demasiado ambiciosa. Es probable que la nueva normalidad se encuentre, cuando todo esto pase, sólo en los buscadores de internet.
Una señal de esta sensación es lo ocurrido ayer en el centro de la ciudad de Córdoba. Desde media mañana hasta el mediodía fue un auténtico caos, exactamente igual de que lo era antes del aislamiento social, preventivo y obligatorio. Las razones también lo son: manifestaciones gremiales y de movimientos sociales, proliferación de manteros y una excesiva cantidad de automóviles por prestación deficiente del servicio público de transporte. Decididamente suena conocido pero, a decir verdad, son consecuencias relativamente directas del coronavirus.
Uno de los protagonistas de la jornada fue el SUOEM, agraviado por los recortes de horas dispuestos por Martín Llaryora semanas atrás. A pesar de que la culpable elegida por el intendente para justificar la medida fue, precisamente, la cuarentena, esto no es del todo cierto. La municipalidad viene arrastrando un problema estructural con su gasto en personal que, alguna vez, debía enfrentarse. La pandemia ha obrado, en este caso, sólo como un pretexto adecuado, un catalizador de apremiantes restricciones presupuestarias.
Lo mismo sucede con la agrupación piquetera Barrios de Pie, que movilizó una importante cantidad de militantes hacia las adyacencias del Patio Olmos. El eje de sus reclamos consistió, sorprendentemente, en la exigencia de mantener la cuarentena, aunque para ello hubieron de violarla abiertamente. Bajo esa extraña combinación regresaron a las demandas tradicionales, que no son otras que pedir más plata y planes sociales para continuar sin trabajar y colaborar, de tal suerte, en el asilamiento que encandila al presidente Alberto Fernández.
Pronto sobrevendrán otras protestas. Los empleados de la provincia tienen sus propias cuitas a raíz la reforma jubilatoria incoada por el gobernador y sancionada en trámite Express por la legislatura. Al igual que el ajuste de Llaryora, este también es un tema de vieja data. La Caja de Jubilaciones no era sustentable antes de la crisis, y ahora lo es menos. Juan Schiaretti activó lo que ya tenía pensado hacer cuando percibió que el confinamiento le proporcionaba la ventana de tiempo para aplicar el bisturí a fondo. El encono de los estatales, en este punto, no ha hecho otra cosa que comenzar a manifestarse y, de seguro, continuará en esta senda.
También regresaron los manteros, eternos subversivos del orden municipal. Sin inspectores a la vista, actualmente viven en el paraíso de la clandestinidad, a plena vista de los comerciantes formales, todavía impedidos de atender a sus clientes como lo hacían antes. Su retorno, vale señalarlo, se antoja triunfal: es posible encontrarlos en todas partes, ofreciendo las mercaderías más inverosímiles. Sus nacionalidades son, para sumar romanticismo de mercachifle, un misterio. Los hay africanos, centroamericanos, sudamericanos y… cordobeses, pero estos parecen ser la minoría. Algunos hasta se asemejan a recién llegados, como si las fronteras no estuvieran cerradas para el común de las gentes. Es altamente probable que, tan pronto la ciudad ingrese a la fase 5, regresen los reclamos para erradicarlos y la consiguiente resistencia a liberar las veredas, exactamente igual a como sucedió siempre.
Los automovilistas, finalmente, resultaron atrapados por todas aquellas pinzas dentro del campo de batalla en que se convirtió el microcentro. Muchos se habían acostumbrado al estacionamiento liberado y a la relativa soledad de las calles. Otros readquirieron el hábito de conducir ante el prolongado paro de la UTA que, por casi un mes, vació de colectivos a la ciudad. Ayer pagaron un alto precio por atreverse donde antes no lo intentaban.
Es preciso insistir de que estas no son novedades. Las tensiones con el SUOEM ya existían y los reclamos de los movimientos sociales forman parte del paisaje urbano desde hace años, amén de los problemas en el tránsito. Idéntica tensión sobrevolaba, de la misma manera, los números de los pasivos provinciales antes del 19 de marzo, en tanto que los manteros parecen inmunes a las reclusiones forzadas o las restricciones normativas, con epidemias o plena salud.
A medida que las restricciones continúen aflojándose el espacio público volverá a su condición habitual, que no es precisamente la de un vergel. No obstante que los apologistas del nuevo orden social se resistan a aceptarlo, Córdoba está regresando a la vieja normalidad antes que alumbrando a una nueva.