Por Gabriela Origlia
El presidente Alberto Fernández aporta cada día alguna expresión a la nueva grieta argentina, la que él mismo dijo varias veces no alimentar, la división entre economía y salud. “La cuarentena no hizo daño, lo hizo la pandemia, que ha paralizado la economía del mundo. No discutamos más eso”, sostuvo en su visita a la planta de Toyota, que volvió a producir en Buenos Aires. El lunes había sido más duro cuando cargó contra los economistas: “La preocupación de un economista no es necesariamente salvar vidas y empieza a pesar ideologías e intereses».
En sus últimas presentaciones se viene mostrando cada vez más enfático (él asegura que no es intolerante) no sólo con quienes se posicionan en contra de la cuarentena (aun cumpliéndola) sino con quienes reclaman un horizonte más claro de cómo será la salida hacia la “nueva normalidad”.
Cuando anunció la extensión del aislamiento se molestó ante la consulta sobre si valoraban la angustia que generaba. «¿Es angustiante salvarse? Angustiante es enfermarse. No salvarse. No preservar la salud. Angustiante es eso», dijo y agregó: «Angustiante es que el Estado te abandone y te diga: ‘Arreglátela como puedas’”.
Además de la obviedad de que las causas de la angustia son personales y de que no hay termómetro para medirlas, estar de acuerdo con la cuarentena –como muestran las encuestas- no necesariamente significa no tener angustia. Pandemia y cuarentena, ambas y no una u otra, impactaron en la economía argentina por encima del promedio de otros países y regiones porque ya se venía arrastrando una recesión de casi dos años.
En el primer trimestre –período en el que la pandemia llegó posteriormente a la Argentina y el aislamiento sólo alcanzó 15 días- la actividad local cayó 4,8% por encima del 3% de la europea, donde desde febrero ya había casos. Los primeros indicadores económicos correspondientes a abril, cuando las restricciones a la circulación tuvieron plena vigencia, confirman la gravedad de la situación: las ventas minoristas cayeron 57,6% interanual, mientras que la venta de insumos para la construcción retrocedió 74,3%.
Los patentamientos bajaron 88%; los despachos de cemento, 55%; la recaudación de IVA interno se desmoronó 34% interanual en términos reales; la producción de acero, fue 74,5% menor que a abril de 2019 y la demanda energética de grandes industrias 46% abajo. El sector agropecuario es el mejor parado; cerrará con una mínima caída el año. Gracias a una buena campaña, se proyecta una producción 2019/20 apenas por debajo de los niveles máximos, pero con menores precios internacionales.
Un trabajo del Cedlas de La Plata da cuenta de que todos los indicadores de desigualdad confirman el aumento en las disparidades de ingresos laborales producto de los efectos asimétricos de la cuarentena; la brecha entre los deciles 10 y 1 crecería de 22.9 a 32.5. El coeficiente de Gini de los ingresos laborales aumentaría de 40.9 a 44.9, un cambio muy significativo aun cuando la simulación implique solo dos meses de interrupción de los ingresos.
Más allá de quién mida, hay coincidencia de que la pobreza rondará el 50% en el segundo semestre y el desempleo estará en alrededor de 15%. Son varios los economistas que coinciden en que lo peor de la crisis está por verse ya que no hay perspectivas de que el consumo repunte con fuerza por la pérdida de ingresos y de puestos laborales que ya se registra.
La opción de un comité de economistas no parece estar en el menú del Presidente; como tampoco el de sumar médicos no epidemiólogos y especialistas en salud mental a su lista de consultados. Como sus opiniones no son vinculantes podrían servir para delinear cómo se sigue después de la cuarentena. El Estado argentino hace tiempo que cuenta con poco margen para políticas activas de rescate; esta administración puso en marcha todo lo que puede financiando con emisión pero esa receta no puede extenderse sin límite.