Por Javier Boher
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Los caminos del peronismo son insondables. No importa cuánto se profundice en sus entrañas, es imposible recorrerlo por completo. Hay elementos predominantes, claro, pero tampoco pueden generalizarse a todos los que se identifican con la doctrina del General Perón.
Más allá de la imposibilidad real de definir qué es el peronismo (pensemos en esa esquiva aproximación de que es un sentimiento, y por ende, algo inasible al que es incapaz de experimentarlo) no por ello dejará de valer la pena intentarlo.
Tal vez hay dos elementos que sus detractores pueden ver con gran claridad atravesando a todo (o a la mayor parte) del espectro justicialista. Lo primero es la constante búsqueda del poder, siempre a cualquier precio. Lo segundo, una laca convicción democrática y republicana, postergada la más de las veces por la máxima anterior.
No vale la pena entrar aquí en en una discusión técnica sobre los tipos de democracia o sobre los elementos característicos de las democracias con adjetivos, con los que algunos pretenden ponerlas por encima de la democracia liberal republicana, acaso la única que verdaderamente funciona respetando los principios de derechos y libertades de los individuos (y protegiendo a través de los mismos a la sociedad en su conjunto).
El peronismo ha sido proteccionista o neoliberal, autoritario o democrático, subversivo o terrorista de estado, estatista o mercantilista, empresarial o sindicalista, machista o feminista, proyanqui o promarxista, para terminar -a fin de cuentas- siempre siendo peronista. No debería sorprender a nadie, desde que Borges dio en la tecla definiéndolos como incorregibles.
En medio de la vorágine de la cuarentena -que sigue molestando a muchos-, algunas veces se pasan por algo los gestos a través de los cuales el justicialismo evidencia su sed de poder y su saciedad democrática. Probablemente habría que estar más atentos a ello si se prende conservar las bondades de un sistema que -aun con fallas- nos permite recordarnos, quejarnos o demandar respuestas y soluciones a los políticos de turno.
No vamos a entrar hoy en todos los tironeos por la clausura de facto del congreso (decretada por sus presidentes, Cristina Fernández de Kirchner y Sergio Massa, que mandaron a todos sus integrantes a sus casas) sino en una de las expresiones que una de los típicos alcahuetes de turno esbozó para justificar su voluntad de atropello a las instituciones republicanas.
Graciana Peñafort -abogada del Senado y de la ex presidenta y supuesta aguda comentarista de la realidad judicial argentina- publicó un extenso hilo de Twitter para desarrollar su perspectiva sobre la cuestión, antes mencionada, del funcionamiento del congreso.
Aunque en su hilo pretende tratar la cuestión de la posibilidad legal de sesionar de modo virtual (con lo que concuerdo, valga la aclaración) y la responsabilidad de la Corte Suprema para avalarlo, la realidad indica que es una movida para embarrar la cancha ante la voluntad oficialista de mantener cerrado el congreso para seguir legislando a través de decretos presidenciales, habida cuenta de que es el Poder Legislativo el que define su reglamento interno y las formas en las que se va a organizar para desempeñar sus tareas.
En su hilo reacomoda lo dicho en una famosa sentencia judicial norteamericana y lo complementa con una frase un tema de los Redonditos de Ricota, diciendo que la historia se puede escribir con sangre o con razones, y que la Corte Suprema es la que «tiene que decidir si los argentinos vamos a escribir la historia con sangre o con razones (…) ‘fijate de que lado de la mecha te encontrás'», en una apelación violenta y agresiva que también es innecesaria.
El peronismo es tan grande y tan curioso que el mismo General Perón tomó una frase de Cicerón para ilustrar lo que le hicieron los brutos militares cuando lo depusieron del cargo en 1955. Con elegancia sentenció que «la fuerza es el derecho de las bestias», dejando en claro -al menos aquella vez- que las razones son preferibles antes que la fuerza.
Peñafort es una fiel exponente del peso de aquellas dos máximas del peronismo desarrolladas más arriba: volvieron por todo el poder, sin importar esas doctrinas foráneas de las instituciones y la República. A fin de cuentas, ¿para qué querrían las incorregibles bestias tener razones, si otra vez podrían usar la fuerza para escribir la historia con sangre?.