Por Javier Boher
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Hace ya un par de meses un amigo definió de gran manera al conocido emoji de «deposición» (hay que cuidar el lenguaje…). Según él, ese dibujo es una gran forma de hacer parecer simpático algo que en realidad no lo es, como suele pasar con algunas personas (o incluso políticos) que podrían ser merecedoras de tal adjetivo (el que usaríamos frecuentemente, no el que usé yo…).
Detrás de esa aguda observación (muy acertada pese a su simpleza) hay una lógica que es implacable: cuando acompañada de ciertos atributos, no importa la realidad de lo que se observa, sino la impresión que genera. Con el mencionado emoji quizás sean la simpática sonrisa o los grandes ojos; el efecto es que en algún punto la gente se olvida de que se trata de un sorete.
En política pasa algo parecido. No necesariamente se trata de calificar así a ningún dirigente, pero sí de apreciar el funcionamiento del mecanismo. Con el tiempo pareciera ser que la gente se olvida de la trayectoria de cada político para concentrarse en lo que dice. Así, pese a que cambian su piel según la necesidad del momento, la que muestran es aquella que mejor suaviza sus rasgos frente a los ciudadanos.
El domingo se publicó en Perfil una entrevista que Jorge Fontevecchia le realizó el presidente Alberto Fernández. Jugosa, repasaron momentos de la vida del Jefe de Estado y trataron de definir algunos lineamientos ideológicos en el primer mandatario. De alguna manera, el entrevistador trató de pintar una simpática sonrisa y unos grandes ojos para suavizar al entrevistado.
Uno de los puntos que quizás haya despertado un poco más esta percepción, fue cuando Fontevecchia le ofrece una etiqueta al presidente para ver si éste la acepta y le calza. Concretamente, el periodista le pregunta si él es un socialdemócrata, a lo que el ex Jefe de Gabinete responde afirmativamente, justificando posteriormente su elección.
Por supuesto que no hay nada de malo en identificarse con dicha tradición política, pero sí es un engaño hacerlo sólo discursivamente, especialmente en un momento en el que el término ya no me designa nada con claridad.¿Qué significa hoy ser socialdemócrata? ¿existen efectivamente socialdemócratas en Argentina? ¿pueden el kirchnerismo y el peronismo considerarse dentro de esa tradición?.
En la historia política nacional algunos han recibido ese mote y muchos pretenden tenerlo. Son -en algún punto- herederos de la tradición de Juan B. Justo, que pese a haber traducido «El capital» de Karl Marx al castellano, lo integró con el liberalismo en las bases del Partido Socialista (que más allá de eso nunca logró procesar esa idea).
Probablemente el último gran exponente haya sido Raúl Alfonsín, tratando de equilibrar Estado y Mercado hasta donde lo dejó la intransigente oposición peronista, nacionalista y estatista del Senado. Los alfonsinistas son otro cantar: creen ser sus herederos, aunque ni siquiera tienen los trajes que heredó Ricardito. Desde entonces, pocos -y sin mucho éxito- han tratado de ocupar ese espacio (con actos, no con declaraciones).
Tony fernandes aceptando ese calificativo es para ignorar su historia y tratar de atrapar a mucha gente que tiene una vaga idea de la socialdemocracia. La mayoría cree en un estado benefactor como en los países nórdicos. Entienden que allí hay una negación del capitalismo y el mercado, términos que usados en la cotidianidad del lenguaje no designan nada. En la entrevista el presidente defiende el capitalismo, pero después pone en duda su forma; habla sin decir nada.
Cuando el Jefe de Estado asegura que el peronismo podría ser socialdemócrata porque nunca accedió al poder por la fuerza (una verdad a medias) hace una definición pobre. Según la misma, Cambiemos o el radicalismo serían socialdemócratas, aunque en los hechos sería difícil sostenerlo (o al menos de modo tajante). Fernández sabe que la democracia es más que votar, pero prefiere omitirlo o esconderlo en vagas fórmulas de justicia social, bien común, interés general y un largo etcétera que, por más que se pronuncien, no dicen nada.
Por último, en Argentina la socialdemocracia no designa nada, como tampoco lo hacen el liberalismo, el progresismo, el nacionalismo y todos los ismos que se tergiversan tratando de suavizar los rasgos menos amigables de los políticos. Casi se podría decir que los socialdemócratas entrarían en la definición que dió Perón de los radicales, cuando los tildó de «bosta de paloma». Para los defensores de la igualdad y la intervención estatal, un socialdemócrata es un tibio. El marxismo los detesta, aunque después añoren la calidad de vida de aquellos tiempos. Para los amantes del mercado y la asignación de recursos a través de oferta y demanda, un socialdemócrata es un comunista. Los liberalotes los odian, aunque disfruten sus tímidas aperturas económicas.
Alberto decidió ponerse ahí, en el lugar de la bosta de paloma, para tratar de convencer a mucha gente de que él sabe estar en equilibrio. Aspira así a ponerse una simpática sonrisa y unos grandes ojos que oculten la realidad, aceptando etiquetas y usando términos para hablar sin decir nada, justo lo que le demanda el electorado que lo ha votado.