La inentendible pelea del gobierno contra el campo

Necesitado de dólares, el gobierno planea manotearlos de un sector que ya lo venció en 2008, cuando el kirchnerismo era un Goliat poderoso y no el deforme raquítico que es hoy.

Por Javier Boher
javiboher@gmail.com

El ciclo sin fin es la idea fuerza de El Rey León. Cuando Mufasa le explica a su hijo Simba cómo funciona su reino y que cada especie se necesita mutuamente para sobrevivir definitivamente circunscribió su explicación a ese imaginario enclave africano. En Argentina parecen no entender que todos se necesitan mutuamente para no perecer.
Los rumores de un nuevo aumento a las retenciones (se habla solamente de sumar tres puntos a la soja, algo que no se sabrá hasta que no se concrete la medida) dejan a la vista que muchos sectores de la sociedad no entienden que la supervivencia del colectivo depende de la supervivencia de sus partes.
Se están por cumplir doce años de un conflicto que marcó al campo argentino, el de la Resolución 125, por la cual se pretendía imponer un esquema de retenciones móviles que cruzaban en algunos casos el umbral confiscatorio del 35%. Aunque para los que viven mentalmente entre 1930 y 1980 las cosas no han cambiado, incluso 2008 fue muy distinto a 2020.
En aquel entonces el campo estaba fracturado con múltiples representaciones, que por primera vez conformaron una Mesa de Enlace que ayudó a unificar reclamos. Pasó el tiempo y -aunque el gobierno intentó quebrarla- se mantiene en pie. El campo obtuvo una identidad colectiva y una representación política que no tenía antes del conflicto anterior.
El contexto internacional también es muy diferente. La crisis financiera de 2008 recién se estaba insinuando, pero le llevó tiempo cambiar el contexto global de relativa estabilidad y cooperación que había existido hasta entonces. Hoy el mundo está atravesado por una guerra comercial entre Estados Unidos y China, con varios actores apostando a la inestabilidad.
Por aquellos años China apenas estaba asomando con sus tasas de crecimiento y su altísima demanda de granos argentinos. Hoy está sufriendo el brote de coronavirus como segundo momento de un golpe a la economía que empezó con el sacrificio de millones de cerdos infectados con la peste porcina africana.
Esa caída en la demanda china, sumado a una mayor producción global de soja impactaron fuertemente en el precio. En febrero de 2008 la tonelada de soja en Chicago estaba a 560 dólares. Hoy está a U$D 325, alrededor de 40% menos. En el mismo período, la inflación en dólares fue de casi el 20%, es decir que aquellos 560 dólares hoy serían unos 670, más del doble de lo que cuesta actualmente la tonelada.
Ese contexto hace inentendible la decisión del gobierno de enfrentarse a uno de los pocos sectores que ingresa dólares genuinos al país, en un contexto en el que hacen mucha falta. Viendo su avance sobre las industrias del conocimiento y el ajuste a los jubilados es lógico que quieran ir por la renta, aunque ese cálculo económico ignore por completo los cálculos políticos que deberían orientar las acciones en un contexto tan delicado.
El kirchnerismo parece ignorar que el campo es un actor particular: no son los sojeros ni los oligarcas. El campo reúne a múltiples geografías, muchas producciones distintas y con márgenes de ganancia muy diversos. Agrupa a gente con los pies en la tierra y la nuca al sol. Hay grandes productores y exportadores, pero al nivel de la producción es el sector menos concentrado de la economía argentina.
Los kirchneristas menos racionales creen que la situación es como con el primer peronismo. En aquel entonces se producía con mucha mano de obra y baja tecnificación. Las políticas peronistas aumentaron el costo de mano de obra y se apropiaron de la renta de grandes productores con el control del comercio exterior. Esas políticas permitieron que una naciente clase media rural pudiera convertirse en dueña de la tierra.
La ecuación hoy es diferente. Apropiarse de la renta es quitársela a productores que no pueden hacer frente a costos crecientes por el aumento de la tecnificación. Eso habilita a que aparezcan grandes empresas con economías de escala a apropiarse y concentrar la tierra. Todo lo contrario de lo que pretenden lograr.
El gobierno se maneja con una mentalidad propia del feudalismo: todo lo que se produce en su territorio le pertenece. No hay ciudadanos, sino súbditos, que deben sostener el funcionamiento de un estado que no cumple su parte del trato. Los que viven en las ciudades son como los que vivían adentro del castillo, que también creían que debían vivir de los tributos que los campesinos enviaban al rey.
Ese razonamiento ignora mecanismos básicos de la economía capitalista, que incluso con errores permitió que más gente coma a menor precio, que más gente se eduque o que más gente pueda curarse de enfermedades por las que antes morían como moscas. Si no se va a ser dueño de lo que se produce, ¿cuál es el incentivo para producir?.
El kirchnerismo está a las puertas de un error estratégico garrafal. Se va a pelear con un actor que definió su identidad, que se organizó políticamente, que tiene recursos económicos (porque no depende de la dádiva del estado, sino que produce la riqueza en su tierra), que se identificó políticamente con la oposición (como habría dicho Marcos Peña, “nos votó el 85% del PBI”) y que siente que si ya les ganó una vez (cuando el kirchnerismo era un Goliat poderoso y no el deforme raquítico que es hoy), otra vez les podría torcer el brazo. Y la historia.