Bonadio y el dilema de celebrar la muerte

Como cada vez que muere una figura pública, parte de la gente celebra mientras otra pide respeto. La muerte del juez Bonadio reflota la discusión al respecto.

Por Javier Boher
javiboher@gmail.com

Es imposible celebrar la muerte. En realidad no es imposible, sino de mal gusto, y si de algo se jactan los militantes del campo Nacional y Popular es de su falta de tacto o refinamiento, confundiendo lo crudo con lo grotesco.
Ayer se conoció sobre el fallecimiento del juez Claudio Bonadio, quien casi en soledad emprendió la búsqueda de justicia respecto a algunas de las más resonantes causas de corrupción vinculadas al kirchnerismo, pero especialmente en aquellas que más cerca tocaban a la vicepresidenta. En el camino, logró que la causa de los cuadernos finalmente fuese elevada a juicio oral, pese a la lucha que mantuvo con el cáncer que finalmente le costó la vida.
Desde muy temprano en la mañana twitter se llenó de posteos alusivos, que llevaron a situar como trending topic varios temas relacionados al hecho. Además de “Bonadio”, “Murió” o “Cáncer”, aparecieron las llamativas “Nisman” y “Justicia divina”. Así como las primeras tres resultan imprescindibles para explicar qué había pasado, las otras fueron las que mostraron lo peor del regocijo ante la muerte del enemigo (así definido entre los que creen que impartir justicia es un acto hostil).
Con una historia nacional marcada por tan nefasta enfermedad, los que se horrorizaban por las pintadas que celebraban el cáncer que le valió la muerte a Eva Perón fueron capaces de asimilar lo que le había pasado al juez con algo de justicia divina, como si el karma le hubiese cobrado la osadía de demandarle a la jefa que rinda cuentas ante la justicia.
En esa misma línea de razonamiento, muchos reflotaron el nombre de Alberto Nisman, como si la muerte acechara a los que osan manchar el impoluto halo de superioridad de la lideresa del campo populista. No importa que en el caso de fiscal todavía haya dudas respecto al asesinato o al suicidio o que al juez le hubiesen puesto una bomba en su casa (que por suerte no explotó). Ella es intocable.
Por eso las expresiones se cruzaron: habiendo fallecido los dos mayores exponentes del intento de someter a la expresidenta a las leyes de la república que versan sobre las obligaciones de los funcionarios y representantes, tal vez sólo queda esperar la justicia divina (al menos lo harán los que crean existe). Es que la desaparición de Nisman o Bonadio no la hacen inocente, simplemente demuestran que tiene demasiada suerte.
Todos los posteos dicharacheros ponen de nuevo el foco de la discusión en cómo se debe tratar el tema de la muerte de las figuras públicas. Otra vez, la lógica es tan absurda como la adopción de posiciones por bandos: si el que se muere es de los míos, está mal; si es de los tuyos, sos un exagerado al enojarte.
La muerte sigue siendo inevitable y por lo tanto -tal como dijo Woody Allen- es parte de la vida. Alegrarnos, enojarnos o entristecernos son reacciones normales y humanas ante un hecho como cualquier otro. Para los que no es un hecho intrascendente es para los que tuvieron contacto de cerca con el difunto. De ahí que sea de mal gusto hacer público el regocijo.
La muerte no es nada sagrado como para evitar hablar con irreverencia al respecto. De hecho, la posibilidad de reírse de las tragedias y de hacer humor a partir de las mismas es una buena manera de afrontarlas (aunque por supuesto siempre haya que ser ubicado respecto al momento y lugar en el que se tratará el tema).
Si la muerte fuese sagrada, aquel meme de un Santiago Maldonado invitando a ir al río un día tórrido de verano bien podría valer un linchamiento. Decir que una mañana de julio que amanece con el suelo escarchado está más fría que Nisman tampoco podría reproducirse en boca de nadie sin recibir sanciones. Por suerte la condena social ante tales expresiones no significa condena jurídica, por lo que se pueden seguir usando.
La idea de que no se pueden festejar las muertes son parte de la moral cristiana que indica que habrá un castigo ultraterreno por nuestras acciones en vida, algo que como mínimo es incomprobable.
La regla, como con todas las cosas, es obrar pensando en cómo se respondería si las mismas acciones fuesen ejecutadas por “el otro”. Si se ofendió por el tratamiento que el kirchnerismo dispensó al tema del fallecimiento de Bonadio, trate de no ofender a nadie el día que fallezca alguno de los que ayer eligió celebrar. Reírse a conveniencia de los muertos no es ninguna virtud; la coherencia si.