Por Javier Boher
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¡No se va a librar de mí, amigo lector! Solo me tomé un día para acomodar un poco las ideas, porque se van apilando los temas a medida que nos vamos acercando al cambio de gobierno. Pensar que nos pasamos como quince días sacando temas de la galera como en el Show de Gigantes de Jorge Anesin para que de golpe no nos den tiempo a comentar nada.
Vamos a dejar los temas que necesitarían un análisis denso como pan de polenta para otro día y vamos a ir con el tema más farandulezco que hay, el que de nuevo muestra que cuando hace falta, el feminismo arría la bandera verde para izar la de los corsarios. Hoy le toca a la denuncia por violación al ex gobernador de Tucumán, José Alperovich.
Acá voy a tirar algunas opiniones polémicas, estimado. Seguro a algunas ya las ha escuchado antes, pero por las dudas le aviso antes de refrescarlas.
Por acá ya hemos hablado de Cesare Lombroso, un italiano que intentó vender una teoría racista de que se podía anticipar si alguien era delincuente en base a sus rasgos físicos, que es algo así como decir que por tener cara de choro vas a ser ladrón. Quizás sea exagerado, pero ¿usted le vio la cara a Alperovich y se puso a pensar en la denuncia? Mínimamente deberíamos darle otra chance al pobre tano para ver si no tenía algo de razón.
No vamos a entrar en los detalles escabrosos de la carta abierta en la que la mujer cuenta los abusos, pero resultan bastante verosímiles, especialmente cuando provienen de una tierra de excesos como el Jardín de la República (que a juzgar por sus personajes debe ser la parte del patio que no se muestra a las visitas porque es adónde van a hacer pipi y demás necesidades los perros).
Cómo será que allá la ley es letra muerta que es más fácil creer en la justicia de los elfos del Señor de los Anillos que en la de los jueces tucumanos. Es como un gran experimento social para saber cuánto se puede degradar a un pueblo sin que deje de creerse el mejor del mundo, algo parecido al primer cordón del conurbano bonaerense: agrandados como porteños; pobres como en provincia.
No me juzgue, amigo lector, pero lo único bueno que recuerdo de Tucumán en este momento son los limones y el azúcar, como para hacer mojitos con estos calores. Palito Ortega, Bussi, el Malevo Ferreyra… se la regalo aguantarse a esas figuras del orden.
Como no podía ser de otra forma, salió a la luz un vídeo de la tía Betty (en realidad Beatriz Rojkés, mujer del senador lombrosiano) diciendo que la violencia es de a dos, más o menos como si hubiese salido en plan Gustavo Cordera a decir que la chica quería que la violen.
Encima, para tratar de calmar a la gente, el sábado Alperovich tuiteó de su imposibilidad de tener erecciones desde aquella vez que tuvo un accidente en bicicleta, un eufemismo para no mencionar un ajuste de cuentas “de dientes apretados” con tía Betty después de un lío de polleras con una chica de Gran Hermano. Con esas historias es lógico que Jorge Rial quiera meter política en su programa.
La cosa se puso interesante cuando Vicky Donda -defensora de progres y delincuentes- no salió a pedir solidaridad y sororidad con la víctima, ni la renuncia, castración y linchamiento para un senador del palo. No sería tan grave si no fuese una de las que suena para el nuevo ministerio de la igualdad, justamente la que debería trabajar en políticas para evitar este tipo de cosas. Un detalle menor de que la moral puede hacer excepciones.
Es comprensible que este tema de las denuncias sea menos consistente que gelatina con poco frío, porque en el fondo (o bien arribita, nomás) mucho del ruido del feminismo se trata de cuestiones partidarias que no tienen mucho que ver con defender de verdad a las mujeres.
Piense por un momento en Juan Darthés. No hubo mucho más que esto, pero el tipo se quedó sin trabajo y se fue a Brasil a vender choclos a la playa, tratando de perderse en el tiempo. A la picota por un par de lágrimas televisadas (sin ánimo de defenderlo, ojo).
Piense que Alperovich no va a dejar su banca en Senado, no lo va a atacar ningún colectivo de actrices, secretarias, costureras ni metalúrgicas argentinas y en estos días va a estar tomándose un café en el bar del congreso -disfrutando sus fueros- mientras hace alguna broma subida de tono cuando le ve las piernas a alguna empleada del lugar. Porque los machos norteños son así, guapos como ellos solos.
La verdad, amigo lector, yo no sabría decirle qué hay que hacer. Me limito a mostrar que las varas son distintas, protegiendo al que consigue votos y picoteando al que no les gusta. No hay duda de eso, porque en un par de meses este es el tercer político de cierto espacio ideológico al que acusan de lo mismo. Ninguno dejó la función pública.
Siempre recuerde que en ese mezcla que ganó las elecciones y han dado en llamar “Frente de Todos”, conviven efectivamente de todos los colores ideológicos. No pretenda que alguno de ellos se ponga de su lado si un compañero le vulnera los derechos. Porque así como alguna vez alguien dijo que “el peronismo perdona una traición, pero nunca una derrota”, lo mismo vale para figuras sobre las que se aplica el código penal, como la que le cabría al senador Alperovich.