Por Javier Boher
Probablemente la mejor serie argentina de la historia sea Los Simuladores. En un capítulo de su segunda temporada, un adolescente rebelde pide ayuda para su hermana, una modelo bulímica interpretada por Marcela Kloosterboer.
La historia se desarrolla como una crítica global sobre los estereotipos e imposiciones ideológicas que vivimos cotidianamente, pero tiene un monólogo sublime en la boca de Mario Santos -el cerebro del grupo, interpretado por Federico D’Elía-.
Al interactuar por primera vez con su ocasional empleador, Santos le pregunta sobre su apariencia, la imagen estereotipada de un adolescente rebelde para los estándares de aquella época. La condescendencia de su trato deja al joven en ridículo, al preguntarle si sabe cuánto factura el negocio de la rebeldía y de qué manera esa pose antisistema fortalece cada vez más al mismo para potenciar sus efectos.
Probablemente el vestuarista prefirió la cara de Marilyn Manson (un polémico cantante, hoy en decadencia) para decorar el pecho del joven porque no representaba una postura política. Es que si se piensa en el rostro de la rebeldía, la cara más icónica hubiese sido la de Ernesto Guevara, el «Che», de quien ayer se cumplieron 52 años de su ejecución.
Figura polémica, se convirtió involuntariamente en un símbolo de la pujanza del capitalismo al ser reproducido infinitamente en la versión que inmortalizó Alberto Korda. Remeras, gorras, tatuajes, termos y mucho más, todo sirvió como excusa para estampar su rostro antisistema y seguir alimentando al monstruo (cada uno sabrá cual).
Las figuras históricas como Guevara son producto de un tiempo específico, imposibles de juzgar fuera de las condiciones materiales y culturales que los llevaron a actuar de la manera en la que lo hicieron. Usar parámetros actuales para medir acciones pasadas lleva a un puritanismo incompatible con la comprensión de la historia.
Por supuesto que lo que vale para Guevara también vale para Sarmiento o para Roca, a quienes muchas veces se elige criticar por una visión del mundo de hace un siglo y medio. No se puede condenar a un Sarmiento quería regar el suelo de la patria con sangre de gaucho, pero evitar hacer lo mismo con un Guevara que llenaba campos de concentración con disidentes u homosexuales (y viceversa).
El verdadero debate en esas cuestiones de la historia debe hacer omisión de ciertos aspectos del ideario o el accionar del personaje bajo la lupa, para concentrarse en el trazo grueso de sus propuestas. A fin de cuentas, si se elige la defensa irrestricta de un corpus cerrado de ideas se cae en la irresponsabilidad de la adopción acrítica de prácticas incompatibles para los valores políticos contemporáneos.
Así, abrazar en la actualidad las ideas de Guevara termina siendo -para muchos- la justificación de dictaduras o tiranías que en última instancia niegan lo que inicialmente puede haber impulsado al Che en su lucha. Pretenden repetir eso que se probó equivocado, la idea de que se puede construir una sociedad igualitaria excluyendo a los diferentes.
Independientemente de las elecciones políticas personales, la inmensa mayoría de las personas pretende llegar más o menos al mismo lugar. Casi nadie pide que la gente tenga menos derechos, que no consuma, no se eduque o no se cure. Todos quieren algún tipo de sociedad más justa, con más bienestar para la mayor cantidad posible de personas, respetando las libertades de cada uno.
Quizás no se está muy de acuerdo con el camino, pero sí con el fin. Eso debería permitir la convivencia pacífica en lugar de la tensión que caracteriza el debate político actual, en el que la afirmación de una identidad política propia se consigue a través de la negación total o parcial de los diferentes.
Errico Malatesta, un anarquista italiano que llegó a Argentina a fines del siglo XIX, definió una máxima para organizar al caótico movimiento. Él aseguraba que la lógica que debe imperar cuando se piensa en el camino para llegar a la sociedad futura debe ser opuesta a la lógica maquiavélica de que el fin justifica los medios. Para Malatesta, los medios deben ser coherentes con los fines, porque de nada serviría asociarse con los que dicen ir al mismo lado si usan medios que repugnarían a los miembros de esa sociedad ideal, justa y libre.
Muchos de los que ayer conmemoraron la muerte de Guevara son personas que engrosan las arcas de los que lucran con el negocio de la rebeldía. Sin embargo, lo más grave es la repetición acrítica de un discurso absolutamente extemporáneo, que rescata medios que, a la luz de la historia, se probaron profundamente errados para recorrer el camino hacia una sociedad más libre, justa e igualitaria, el verdadero precio a pagar por la banalización de las ideas.