Por J.C. Maraddón
jcmaraddon@diarioalfil.com.ar
El cine es una de las ramas del arte que, para su concreción, requiere de un trabajo colectivo, a diferencia de otras, como la poesía o la escultura, en las que con una persona basta para realizar la obra, más allá de los editores y los galeristas que facilitan su llegada al público. La pieza cinematográfica, en cambio, es un emprendimiento que, si bien parte de la idea de un director, un guionista o un productor, exige la participación de un número de personas que varía según la envergadura comercial del filme, pero que casi siempre se plasma en una extensa lista. Así lo muestran los créditos de los filmes, donde se recopilan esos nombres y se los asocia con la función que cumplen en la película, y cuyo triste destino es aparecer en el final, después de que la historia acabó y cuando ya no queda nadie en las butacas y se han encendido las luces de la sala. Si hasta Netflix se ahorra ese epílogo de la cinta, porque mucho antes de que se lea el staff completo ya nos insta a saltear lo que sigue para pasar a un nuevo ítem dentro del menú de opciones manejado por el siempre presente algoritmo. Lo cierto es que ese multitudinario equipo de profesionales que congrega, por ejemplo, una producción hollywoodense, debe manejarse dentro de estrictas pautas de desempeño, para que el asunto no degenere en un desmadre que acarree pérdidas millonarias para los inversores. Algo en lo que estuvo a punto de incursionar “Rapsodia bohemia”, la biopic sobre Freddie Mercury que se estrenó el año pasado y que sufrió un cambio de director sobre la marcha, cuando el rodaje corría peligro de derrapar de muy mala manera. Las nominaciones al Oscar y las estatuillas ganadas terminaron ocultando los detalles de lo que podría haber sido una catástrofe. Las leyendas entre bambalinas, acerca de cineastas que partían de cero e iban elaborando la historia a medida que avanzaba la filmación, se cimentan sobre el férreo manejo que estos realizadores tenían sobre ese proceso, para lograr que todo se encarrilara según sus deseos. En definitiva, sea por el capitán o por el timonel, el barco llega a buen puerto y nosotros pagamos la entrada para ver un largometraje como producto terminado, sin siquiera imaginar todo lo que pasó desde que alguien sugirió un proyecto hasta que llegó el momento de la avant premiere. “Apocalypse Now”, la pintura épica que Francis Ford Coppola le dedicó a la Guerra de Vietnam, de cuyo estreno se están cumpliendo 40 años, es un capítulo aparte dentro de la historia de la cinematografía, precisamente porque después de un caótico proceso de producción emergió como resultado una obra maestra. Varios años de rodaje en regiones selváticas de clima intratable, caprichos actorales que alteraban de un día para el otro el plan de trabajo y un presupuesto imposible de recuperar, transformaron a esta película en una epopeya en sí misma, más allá del sanguinario conflicto bélico que recreaba en sus imágenes. Eran otros tiempos, todavía los directores manejaban ciertas riendas que después fueron perdiendo y el cine aún no sentía la amenaza de los VHS. Fue entonces el propio Coppola quien debió asumir el control de una situación de que se había salido de su cauce y que tenía serias chances de transformarse en uno de los fracasos más estrepitosos de la historia de la industria audiovisual. A pesar de las deudas que contrajo y que marcaron su carrera de allí en más, el realizador se dio con el gusto y consiguió juntar esas voluntades dispersas para llevar a la pantalla un filme monumental.