Por Javier Boher
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La situación económica se muestra tan delicada como para tomar todos los recaudos posibles. Si los pesos en la mano no le pueden ganar a la inflación, y los dólares en el banco suenan apetecibles para ser incautados, la mejor solución es llevarlos siempre con uno. Así lo dejó claro la ex ministra de economía Felisa Miceli.
Miceli fue la responsable del manejo de la economía (o prestó la cara para las formalidades en un país que Néstor Kirchner manejaba como si fuese la ferretería de Julio Grondona) entre 2005 y 2007. Fue ese año que descubrieron que en el baño de su despacho tenía una bolsa con 100.000 pesos y 31.000 dólares.
Por supuesto que los números son engañosos y hacen que la gente se confunda. La inflación y la devaluación acumuladas en más de una década hacen pensar en que esos pesos no son tantos, unos 1.700 dólares al cambio actual que no compran ni un auto usado de pocos años. Sin embargo, los pesos que Felisa guardaba al lado del inodoro se cambiaban entonces a $3,10 por dólar, unos 32.000 en billetes verdes.
Sus casi U$D 60.000 hoy serían la nada despreciable suma de $3.400.000, más que suficiente para remodelar el baño y agregarle una bovedita para el papel moneda (y del otro también, por qué no).
La ex ministra sabe de primera mano cómo sus pesos pasaron a comprar casi un veinteavo de lo que compraban en 2007, motivo más que suficiente para que hoy recomiende refugiarse en la divisa norteamericana hasta que pase la turbulencia. Al final Felipe Solá tenía razón cuando hace tan solo una semana pedía control de cambios: hay muchos que amarrocan.
Más allá de la humorada, la ex ministra se suma al coro de adoradores del caos que espera generar las condiciones para que el gobierno se vaya antes. Con una irresponsabilidad absoluta, creen que un quiebre institucional les puede servir para que el presidente dé un paso al costado mientras aún queden reservas en el Banco Central.
Quizás se olvidan que hoy Alberto Fernández es un ciudadano común y corriente, que da clases en la UBA y pasea a su perro por el coqueto Puerto Madero. Si dimitiera Macri, se pondría en funcionamiento la Ley de Acefalía, reformada tras el colapso de 2001. En 48 horas se elegiría un nuevo presidente entre diputados, senadores o gobernadores. Alberto no encaja en ninguno. Si hubiera presidente y vice electos, podrían adelantar la asunción. Tampoco sería el caso.
Si esa situación se convirtiera en realidad, probablemente Felisa y los que sigan sus consejos de ahorrar en dólares puedan preservar su patrimonio, porque vaya uno a saber en qué punto se podría parar la escalada del dólar.
En ese grupo de hábiles especuladores podríamos encontrar a Saillén y Catrambone, con sus plazos fijos en dólares; Herme Juárez, el portuario detenido hace menos de un mes con casi 250.000 dólares; a Marcelo Balcedo, dirigente del SOEME apresado en Uruguay con 500.000 billetes verdes; “Pata” Medina, de UOCRA, con más de 300.000; o Florencia Kirchner, la hija del ex matrimonio presidencial, con 4,6 millones en una caja de seguridad.
Los personajes anteriores -todos muy respetuosos de los consejos económicos de la ex ministra- no sufrirían el crash de la inestabilidad política. Los que paradójicamente verían que su trabajo valga menos -en su sueldo o en sus ahorros- serían los trabajadores que se dice defender, al no dejar muy claro qué se pretende hacer económicamente en el casi seguro gobierno que viene.
Aunque la política económica del kirchnerismo fue empeorando año a año durante sus tres períodos, la historia del empobrecimiento sistemático de las arcas públicas por cepo, default, mal uso de reservas, subsidios financiados con emisión, estatización de empresas deficitarias o el aumento del gasto por el otorgamiento de jubilaciones a personas sin aportes no parecieron impactar en las cuentas personales de los funcionarios. Mejor dicho, al menos no lo hicieron de manera negativa.
Tal vez ahora haya que hacerle caso a Felisa que, siendo coherente con el delito que le valió una inhabilitación para ejercer cargos públicos que recién caducará el año que viene, escondió los dólares y se salvó de la devaluación que sumó el peso en esta docena de años desde que le encontraron el botín escondido en el baño. En la era del pragmatismo, al menos es de las que se mantiene fiel a sus convicciones.