Por J.C. Maraddón
jcmaraddon@diarioalfil.com.ar
El humor suele reflejar un estado de ánimo de la sociedad en el momento en que un chiste o una broma despiertan la carcajada del público. Aunque el gesto parezca una tontería, por detrás asoma un tsunami de prejuicios, costumbres e ideas dominantes de una época que deja traslucir, así, cuáles son sus principales características. Por eso, un somero relevamiento de la comicidad que estaba de moda en cierto momento de la historia, nos permite trazar un panorama bastante preciso de cuáles eran las temáticas que constituían la preocupación central en ese entonces, y sobre todo, desde qué lugar se las analizaba. Los años noventa, como cualquier periodo finisecular, tuvieron ese tufillo apocalíptico que llevó a que las cosas más bizarras fueran vistas con simpatía. En una escalada que parecía imparable, los humoristas buscaron llevar el asunto al extremo y todo lo que traspusiera los límites de lo correcto era saludado como una genialidad. Después de años y años en los que la pacatería siempre tenía razón, se empezó a premiar a los más audaces, a los que desafiaban la imaginación con gags que estuvieran rondando lo escatológico. Mientras más agresivo, mientras más truculento, mientras más chabacano, mucho mejor. Este estilo, que se prolongó hasta bien entrado el siglo veintiuno y que tuvo en la Argentina a representantes como el Andy Kusnetzoff que besaba a sus entrevistadas o el José María Listorti que se desnudaba delante de las top models en las cámaras ocultas, encontró su punto culminante en Estados Unidos con la serie “Jackass”. A través de la pantalla de la cadena MTV, este programa ofrecía (en tono jocoso) imágenes de personas que aceptaban someterse a pruebas en las que corrían serios riesgos, pero sobre todo quedaban al borde del ridículo durante esas sesiones de prácticas peligrosas y flagelaciones. En simultáneo con este fenómeno, la industria cinematográfica detectó vetas que le permitían captar la atención del público más joven, ese que prefería ver televisión por cable o alquilar DVDs. Por una parte, se dio rienda suelta a un catálogo de películas que daban un giro más a la rosca del terror, hasta dejarlo en manos del absurdo y llevarlo a provocar la risa de los espectadores. Y, por otro lado, se extremaron los recursos de la comedia, un género habitualmente blanco, que se oscureció hasta caer en golpes bajos nunca vistos antes, que conducían directamente a la carcajada, aunque para hacerlo tomaran un camino muy poco gentil. Dentro de esta corriente, los hermanos Peter y Bobbie Farrelly brillaron con luz propia. “Tonto y retonto”, “Locos por el juego”, “Loco por Mary” e “Irene, yo y mi otro yo” son los títulos clásicos de esta dupla que extendió su reinado hasta la actualidad. Personajes que orinaban, eructaban y expelían flatulencias a diestra y siniestra, animaban estas historias que volvían a llenar las salas de proyección con el bullicio juvenil de una platea que consumía pochoclo, nachos y gaseosa, mientras se divertía con esas procacidades que sus padres jamás hubieran admitido en un largometraje. Las vueltas de la vida han depositado a Peter Farrelly en lo más alto de la ceremonia de los Oscar, como director de la galardonada con la estatuilla de la Academia a la mejor película: “Green Book”, una comedia dramática que desentona con los antecedentes de su realizador. Sin embargo, al Farrelly modelo 2019 lo acosa el fantasma de su propia conducta en el pasado, cuando rodaba filmes plagados del humor más grueso, mientras entre bambalinas se bajaba los pantalones delante de las actrices a las que estaba dirigiendo. Aunque el cineasta ha sincerado su arrepentimiento, el archivo lo condena a ese tipo de disculpas… que nunca alcanzan.