Los “compañeros” radicales no entienden de preferencias

Las expresiones de ciertos sectores del radicalismo que defienden una alianza con algunas expresiones del peronismo parecen no entender las preferencias que muestra la gente.

Por Javier Boher
javiboher@gmail.com

Lo dice Andrés Malamud (el politólogo de moda) en una entrevista publicada ayer por el diario Infobae: en Argentina hay dos identidades, el peronismo y el antiperonismo. Su definición hace referencia al escenario que se prevé para la elección a presidente y (aunque implícito) decreta la muerte del radicalismo (con el que igualmente se identifica).
Suena fuerte o extremo, pero el radicalismo hoy es poco más que un sello. No hay que menospreciar su legado, todo lo contrario. Pero ha envejecido junto a aquellos que hoy toman decisiones entre sus filas, siempre dispuestos a limitar la participación de los jóvenes.
No importa si estos se siguen acercando al brazo universitario del partido (tal vez el más exitoso). Los guardianes de la verdad radical absoluta siempre se las rebuscan para desalentarlos a que se mantengan dentro de la organicidad partidaria. Así, emigran a otros espacios o abandonan la militancia.
Este tipo de situaciones explican, en gran medida, las declaraciones de algunos dirigentes que siguen incómodos por la alianza entre la UCR y el PRO. No terminan de digerir que hoy son el vehículo con el que un puñado de porteños alcanzó todos los rincones del país.
Las declaraciones de Jorge Sappia, presidente de la Convención Nacional la UCR, apuntaron un poco hacia allá. Según el experimentado dirigente, hay un ala del radicalismo que no descarta un acuerdo con el Peronismo Federal. Vaya definición.
Si bien esto puede ser una chicana para apurar definiciones u obtener mayores ganancias en la negociación de lugares, también es una muestra de que los dirigentes parecen no percatarse de que la gente, en última instancia, elige entre una opción peronista y otra no peronista.
Partiendo de un supuesto arbitrario de que cada uno de esos polos concentra alrededor de un 30% de votos en su núcleo duro, la elección se define por ver quién suma la mayor parte del 40% restante, más apático y cambiante que el resto.
Esos dirigentes (más experimentados, menos aggiornados, algo desgastados) que hoy dicen defender las banderas del progresismo radical son los mismos que en 2007 decidieron cerrar un acuerdo con Lavagna como candidato a presidente, dejando al grueso del antiperonismo en el espacio que apoyó a Elisa Carrió.
Ya entonces Lavagna salió tercero, sumando un 16% de los votos que evitó que se diera un ballotage entre Carrió y Cristina Fernández de Kirchner. Si en aquel entonces no funcionó ¿por qué habría de funcionar hoy, con el grueso del electorado antiperonista eligiendo a Mauricio Macri como alternativa a la ex presidenta?
El otro que ha amenazado con romper Cambiemos (y que trabaja para impulsar a otro candidato dentro de las PASO) es Ricardo Alfonsín, aún con menos experencia y actualización que Sappia y el sector que representa. También candidato, sacó sólo 11% de los votos.
Quizás los radicales que aspiran a presentar un candidato peronista, progresista, metodista, tarotista o lo-que-sea para superar a Macri en una interna no se percatan de que el riesgo es sacar el 2,3% de Moreau en 2003, una performance menos digna que el 3,3% de Sanz en las PASO 2015, por cuanto con el segundo llegaron al gobierno, mientras que el primero terminó enrolado en el kirchnerismo.
Los dirigentes radicales que apuntan contra el gobierno nacional para defender un supuesto progresismo doctrinario no terminan de entender que no son dueños de los votos, sino que la gente decide acompañarlos cuando se unifican preferencias.
Esas preferencias hoy indican que progresismo o conservadurismo (salvo en sus extremos) son opciones que se hacen después de aquella distinción primigenia, central en la política nacional de los últimos 70 años, entre peronismo y antiperonismo. Si algunos radicales insisten en coquetear con el peronismo, sólo van a diluir aún más su peso político.