Por J.C. Maraddón
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Antes de que el fin de la Guerra Fría, con la caída de la Unión Soviética, pusiera en pausa la pesadilla de una guerra nuclear, los años ochenta vieron florecer numerosas fantasías apocalípticas en la pantalla grande, que exploraban la posibilidad de que el mundo sobreviviera a la hecatombe. Y, sobre todo, daban detalles de las consecuencias que podría tener para el planeta un enfrentamiento de tales características, en caso de que algo de todo lo conocido permaneciera en pie, una vez que las grandes potencias hubiesen saciado sus ansias de destrucción mutua y que la humanidad debiera barajar y dar de nuevo.
En el año 1981, la asunción de Ronald Reagan como presidente de los Estados Unidos potenció los temores globales y precipitó la catarata de filmes hollywoodenses que presagiaban una catástrofe atómica, como corolario de los asuntos no resueltos después de la Segunda Guerra Mundial entre el capitalismo norteamericano y el comunismo soviético. La paranoia asumía un carácter ecuménico, porque se suponía que ningún rincón del globo, por muy alejado que estuviera, podría permanecer ajeno a esa lucha de titanes que se proponían la destrucción total, no sólo de su rival, sino también de cualquiera de sus aliados.
Apenas seis meses después de que Reagan empezara a habitar la Casa Blanca, se producía el estreno del largometraje “Escape de Nueva York”, una obra hoy clásica del cineasta John Carpenter. La historia transcurre en un futuro que para nosotros ya es pasado, 1997, cuando la isla de Manhattan se ha transformado en un enorme presidio donde, tras un muro, purgan su condena los peores criminales. Pero hete aquí que el mandatario estadounidense termina siendo tomado de rehén por los presos, luego de que el avión presidencial sufriera un atentado y de que, al eyectarse, el jefe del ejecutivo tuviera la mala fortuna de caer dentro del predio de la cárcel.
Para extraer de ese reducto al presidente, será convocado Snake Plissken, quien alguna vez fue soldado ejemplar de las Fuerzas Especiales en la Tercera Guerra Mundial, pero cayó en desgracia luego robar la Reserva Federal en Denver. Si cumple con su objetivo, Snake será recompensado con la conmutación de la pena que está purgando por ese desliz. En el rol del héroe maldito, Kurt Russell se convertiría en un ícono del cine de ciencia ficción, en especial por el aspecto estrafalario de su personaje, cuyo parche en el ojo se volvió icónico.
Que John Carpenter ideó el argumento a poco de finalizado el caso Watergate, es fácil de inferir por la manera en que aborda la investidura presidencial, que había sufrido un demérito luego de que se descubrieran las maniobras electorales ilícitas de Richard Nixon. Y que la narración incluya la posibilidad de una inminente batalla nuclear, responde a ese espíritu característico de la época reaganiana. Pero que Carpenter haya presentido hace casi 40 años que el crecimiento de la delincuencia iba a obligar a transformar en una prisión la isla de Manhattan, rodeándola de una muralla, resulta por lo menos llamativo.
Tal vez por eso, ante un presente en el que un mandatario estadounidense (que se parece bastante a un personaje de ciencia ficción) vuelve a apretar el acelerador de la carrera armamentista e insiste en construir un muro fronterizo, Hollywood ha retomado el viejo proyecto de promover una remake de “Escape de Nueva York”, ahora con John Carpenter como productor. En los noventa, una secuela que volvía a juntar al realizador con Kurt Russell concluyó en un fracaso estrepitoso. Tal vez los avatares de la actualidad ayuden a que la apuesta de una nueva versión corra mejor suerte.