Por Germán L. Kammerath
En un mundo cada día más interdependiente, en el que el comercio y las inversiones son los módulos con los cuales se mide la complementación entre los países, Argentina está en el sendero de profundizar su integración con China, que se ha convertido en un socio trascendental.
Si bien según la estadística tradicional Brasil es el socio más relevante, una visión amplia de la integración permite apreciar que la República Popular China es el más importante socio en materia de comercio, inversiones y financiamiento.
El despertar de China
Desde 1978, hace sólo 40 años (de los 4.000 años de su historia nacional), China se ha erigido como la segunda potencia económica del mundo, teniendo en su agenda nacional una acción de ensamblaje con diversos países del mundo. A mi entender, no hay dos países que puedan complementarse tanto como Argentina y China, y de esa relación estratégica nuestro país tiene aún mucho más para ganar.
En 1978, el liderazgo chino inició su programa de Reforma y Apertura, el camino de cambios económicos y sociales que sacó a China de le extrema pobreza que sufría y la convirtió en la relevante potencia que hoy conocemos. Abandonó lenta pero decididamente el modelo de colectivización que había adoptado especialmente desde 1959, denominado “el Gran Salto Adelante”, un programa de industrialización fracasado que incluyó la implantación de las “Comunas Populares” por las que estatizó la producción agrícola, desincentivando el esfuerzo de los campesinos y desalentando cualquier mejora en su productividad. China tocó fondo con los padecimientos en su calidad de vida.
Luego de la muerte de Mao, y destituidos los herederos políticos encabezados por su viuda y sus adláteres, el ala pragmática del Partido Comunista Chino inició el 13 de diciembre de 1978 el largo y decidido camino a incorporar la economía de mercado como motor de crecimiento, y abrir China al mundo en la búsqueda de tecnología, inversiones y socios comerciales. Buscar lo que necesitaban y producir lo que tenía mercado.
El cambio chino fue paulatino, con aproximaciones sucesivas, en la búsqueda de resultados que fueran lo suficientemente contundentes para ganar la batalla interna entre los defensores del modelo colectivista y los del modelo pragmático, que finalmente triunfó y de cuyos resultados hoy China puede sentirse orgullosa.
En 1978, el PBI per cápita de China era de 156 USD y las reservas de su Banco Central apenas alcanzaban los 167 millones de USD. La colectivización de la producción agrícola había provocado una cruel hambruna. Además, en medio de esas desgracias, el pueblo chino también padeció una letal purga política, denominada “Revolución Cultural”: una sistemática persecución política, científica e ideológica que significó la parálisis del gobierno, junto con el sistema educativo, científico e industrial.
El primer desafío del liderazgo chino fue poner en marcha el potencial de producción agrícola. La acción gubernamental estuvo destinada a recompensar el rendimiento y la productividad de los agricultores, que había caído enormemente fruto de la colectivización. La acción del gobierno consistió en un consentimiento tácito a los agricultores chinos de recuperar la gestión agrícola de sus tierras, violando el régimen de Comuna Popular.
En pocos años y a pesar tener un sistema de micro parcelas de tierra, la producción creció de modo espectacular, comenzando a garantizar los granos suficientes para erradicar el hambre. Casi sin tecnología y con una agricultura familiar intensiva, el sector agrícola chino supo como a salir del pozo en el que los había hundido el colectivismo y, con su éxito, dieron argumentos a sus líderes: el camino de la Reforma y Apertura daba resultados.
La apertura al mundo
En 1978, China estableció relaciones diplomáticas con EEUU, ingresó al FMI y al Banco Mundial. Su líder indiscutido, Deng Xiaoping, realizó una visita de trabajo a Japón, su antiguo enemigo, para conocer la innovación tecnológica e industrial que ese país llevaba adelante. Además, China miraba y estudiaba de cerca el rutilante éxito de los denominados “Tigres Asiáticos”: Hong Kong (en ese momento colonia inglesa), Singapur, Corea del Sur y Taiwán, que con economías de mercado abiertas y competitivas habían surgido como un faro de aprendizaje demostrativo de los resultados de lograr eficiencia económica basada en el motor del libre mercado.
Una vez iniciadas las reformas agrícolas con sus alentadores resultados, el gobierno chino comenzó a promover las inversiones industriales y de servicios en un conjunto de ciudades costeras, instituyendo las denominadas “Zonas Económicas Especiales”, donde se implementó la flexibilización de normas comerciales, legales, impositivas y laborales. El resultado fue un crecimiento extraordinario. La ciudad de Shenzhen, que antes de estos cambios era una pequeña aldea de pescadores, se convirtió en la meca tecnológica de China en donde confluyeron inversiones de extranjeros y de chinos de ultramar (radicados en Hong Kong, Macao y Taiwán), deseosas de participar activamente del proceso de reforma. Ese éxito permitió llevar adelante cambios legales y comerciales que se extendieron a toda China, iniciando un retiro del Estado de muchas empresas gubernamentales, y la apertura de muchas actividades al sector privado.
Junto a Shenzhen se destaca también la ciudad de Guangzhou, que se convirtió en la meca de la producción industrial china. Si entendemos a China como “la Fábrica del Mundo”, indefectiblemente debemos categorizar a Guangzhou como “la Fábrica de China”. En la actualidad, además, es sede de grandes exposiciones internacionales que acercan a vendedores chinos y compradores extranjeros que intercambian toda clase de productos..
China y el boom de la soja
En los años 80 China era –aunque nos parezca extraño- un país exportador de soja. Vendía aproximadamente un millón de toneladas anuales. El resto de su producción, de 14 millones de toneladas, era utilizada para su propio consumo, tanto humano como animal.
Sin embargo, el éxito económico de la Reforma y Apertura modificó los paradigmas. En pocos años más, gracias al incremento del poder adquisitivo de los sectores populares y de su incipiente clase media, aumentó la demanda interna de soja, con lo cual en los primeros años de la década del 2000 China irrumpió como importador neto de soja, beneficiando a Estados Unidos, Brasil y Argentina. El boom de los precios de la soja durante estos años debe entenderse en ese contexto. Esa avidez de importación trajo grandes beneficios para países como el nuestro, que tiene un altísimo rendimiento en su producción agrícola, fortalecido por la calidad de la gestión productiva, la técnica agrícola de siembra directa y el uso de semillas genéticamente modificadas.
Argentina fue uno de los países más beneficiados por el éxito económico de China, que hasta hoy es uno de los grandes compradores de poroto de soja y probablemente lo sea, en un futuro cercano, de harina de soja y otros subproductos.
Nueva clase media y oferta argentina
Con la consolidación de los cambios alimentarios producto del boom económico chino, se abrieron otras grandes oportunidades que benefician a Argentina, aunque aún es poca nuestra oferta frente a la enorme demanda. Carne bovina, porcina, subproductos avícolas, pescados y mariscos, frutas como mandarinas, limones, cerezas, peras, frutas secas, miel, leche con fórmula maternal, agua mineral, vino tinto (fino o a granel), alimento para mascotas, caballos de polo y de turf, arte, conforman una agenda de oportunidades, algunas de las cuales ya se comercializan aunque en volúmenes menores en relación al potencial exportador argentino y la demanda china.
La carne es el mejor símbolo de esa oportunidad. Hasta hace pocos años, la oferta regional de carne bovina estaba liderada, en Sudamérica, por Brasil, Uruguay y Paraguay, ya que Argentina casi no disponía de capacidad exportable, pero en los últimos dos años Argentina tuvo un crecimiento impactante. Actualmente China representa el destino de aproximadamente el 55% de las exportaciones nacionales de carne, mientras que la carne argentina representa el 20% de las importaciones chinas en el sector.
¿Está Argentina preparada?
Los resultados exitosos con varios de los productos que ya se exportan a China son pequeños frente al potencial. Un ejemplo de las transformaciones del consumo chino son las golosinas. Antes eran productos inexistentes en las góndolas chinas, que actualmente están sobrepobladas de productos de Italia, Dinamarca, Bélgica, Reino Unido. Se trata de una de las muchas oportunidades de crecer. El vino tinto, que se ha convertido en un símbolo glamoroso de la cultura moderna de China, también tiene un potencial enorme ya que los consumidores chinos tienen en Argentina una referencia de calidad.
Está claro que estamos apenas en el inicio de un espectacular crecimiento de los productos argentinos en China. Está todo por hacerse. Observar las enormes dificultades económicas por las que atraviesa la industria láctea argentina y saber del potencial que tiene en China es una demostración de que Argentina aun no comprendió que su gran socio comercial es China, donde tendrá las mejores oportunidades para crecer.
Han pasado 40 años desde que China eligió el camino de la economía de mercado, con sus propias características, descubriendo además que la apertura al mundo es un camino beneficioso. En este continente en el que ambos conceptos intermitentemente se ponen en crisis por la demagogia y el aislacionismo, es indudable que China ha dado una buena lección.