Por J.C. Maraddón
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En los años cincuenta, estilos musicales latinos como el mambo y el bolero se volvieron populares en los Estados Unidos y familiarizaron a ese mercado con las canciones interpretadas en idioma español, una lengua hablada por muchos de los inmigrantes que recalaban en ese país. Por eso, no llamó la atención que un crooner como Nat King Cole decidiera en 1958 grabar en estudios de Cuba y México un disco en castellano que le reportó un éxito impensado en Latinoamérica, al punto que apenas un año después reincidió con otro álbum, “A mis amigos”, donde se incluye su famosa versión de “Ansiedad”.
También de 1958 data “La bamba”, el gran suceso del rocanrolero californiano Ritchie Valens, un músico de ascendencia mexicana cuyo veradero nombre era Ricardo Valenzuela. Fue un hit extraordinario cuya particularidad era que se basaba en el tradicional son jarocho, oriundo de la región de Veracruz, y que por lo tanto tenía una letra en español. Fue tal la popularidad de este tema, que en 1961 Phil Medley y Bert Russell lo utilizaron como base para una composición llamada “Shake it Up Baby”, que sería versionada por The Beatles en su primer disco, aunque bajo el título de “Twist and Shout”.
Mientras tanto, el furor por las canciones en castellano no se sostuvo y, por el contrario, lo que se impuso fue el sentido inverso en los intercambios idiomáticos. La fascinación por el rock angloparlante determinó que fuera el inglés la lengua favorita para incursionar en este género. Y así empezaron a surgir artistas franceses, alemanes y españoles que se expresaban mediante el habla inglesa con el afán de ganar nuevos mercados. En Uruguay, el grupo Los Shakers logró un altísimo impacto continental con su single “Rompan todo”, aunque al cantar el estribillo se los escuchaba decir “break it all”.
Esta tendencia se mantuvo constante con el correr de los años, incluso durante la década del noventa, cuando la canción latina volvió a sonar fuerte en territorio estadounidense, gracias a estrellas como Luis Miguel, Ricky Martin o Shakira. El negocio de la música tenía su vértice en los Estados Unidos y quien quisiera triunfar en él debía hablar el idioma universal, que no venía a ser el originario de Castilla, sino el salido de la rubia Albión. Como toque exótico, las lenguas locales funcionaban, pero quien buscase algo más que exotismo debía ajustarse a las normativas de la globalización.
En enero de 2017, con el “Despacito” de Luis Fonsi y Daddy Yankee, estas jerarquías idiomáticas sufieron un traspié irreversible, que obligó a un astro pop como Justin Bieber a plegarse al éxito, cantando el estribillo en lengua castiza. El actual aluvión latino, que parece ser algo más que una moda, trastocó los parámetros vigentes y, si faltaba algo más para corroborarlo, ahí está el nuevo sencillo del trapero Bad Bunny, “Mía”, donde vocaliza a dúo con Drake, quien no tiene remilgos en ensayar unos versos en español, con la misma naturalidad con que lo haría en su lengua nativa.
Peor aún, el grupo mexicano Reik acaba de estrenar una colaboración junto a la boy band surcoreana Super Junior, que termina de poner en jaque la supremacía angloparlante de la industria discográfica. El tema se llama “One More Time (Otra vez)” y es un reguetón en el que predominan el coreano y el español, con unas escasas frases interpretadas en inglés. La fuerza de la música latina y del efervescente K-Pop dentro de las preferencias juveniles no se está limitando a lo estrictamente sonoro, sino que empieza a involucrar aspectos culturales, entre los que ocupa un lugar destacado el idioma.