Por J.C. Maraddón
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En la escena de la música actual, los álbumes van perdiendo preeminencia y son las canciones individuales las que se imponen como formato para el consumo, como parte de listas armadas en las plataformas de streaming. Ya sea dentro de un set prearmado o integrando un listado que determinado usuario elaboró de manera personal, esos temas no funcionan como un extracto de una obra sino como una pieza autosuficiente, que es apta para insertarse en una selección en la que deberá compartir espacio con otras que le son afines, por motivos estilísticos, rítmicos o simplemente por una mera contemporaneidad.
Estas coincidencias que saltan a la vista (y al oído) terminan, muchas veces, plasmándose en asociaciones que no se limitan a las listas de las plataformas de streaming, sino que se traducen en horas de grabación en un estudio, donde estos intérpretes unen sus talentos para conformar un hit. Vivimos una época de cruces, en la que los nombres de las figuras más importantes suelen aparecer juntos, como intérpretes de un tema de moda, con la intención de potenciar la fama que cada uno tiene de manera individual, para que el efecto del conjunto convierta a la canción en un gran éxito de ventas.
En la mayor parte de las ocasiones, estos vínculos se establecen entre pares. Estrellas que se encuentran en sincronía, sin que uno sobresalga más que el otro. Pero hay casos que presentan una disparidad notoria, donde está claro que el más conocido busca respaldar a un colega en ascenso, ya sea sumándolo a una creación propia o apadrinando una composición ajena. Las combinaciones son múltiples y cada vez más frecuentes, en una industria que parece dispuesta a agotar los recursos para llamar la atención de un público que hoy dispone de una oferta musical nunca antes soñada.
En este juego de sociedades artísticas, también se aprecia la complicidad entre músicos actuales y antiguos ídolos, que retroalimentan sus respectivas carreras a partir de un trabajo mancomunado. A las viejas glorias este tipo de acuerdos los beneficia, porque les ayuda a apuntalar su vigencia. Y a los más jóvenes, esta clase de aportes compartidos, les reporta un prestigio al que todavía no estarían en condiciones de acceder por su propia cuenta. “FourFiveSeconds”, el tema que interpretaron Paul McCartney, Rihanna y Kanye West en 2015, representa un claro ejemplo de esta mezcla generacional que termina siendo provechosa para todos.
Entre todas estas alianzas estratégicas, siempre hay algunas figuritas difíciles. Y una de ellas es Madonna, que no ha sido tan remisa a contar con invitados en sus grabaciones, pero que no se ha mostrado igual de generosa cuando le toca prestarse a participar en las sesiones de otros. Tal vez su título honorífico como “reina del pop” tenga algo que ver en esta conducta, porque pertenecer a la nobleza de la música contemporánea hace que cualquier intervención suya en un producto lo eleve en la escala de las expectativas industriales y lo califique como potencial suceso entre una enorme masa de consumidores.
Por eso, ha llamado la atención que le pusiera su voz (con mucho autotune) al más reciente single de Quavo, uno de los tres integrantes del grupo Migos, que se cuenta entre los más renombrados dentro de la escena internacional del hip hop. Como solista, Quavo acaba de lanzar “Champagne Rosé”, una oda a esa bebida que, vaya casualidad, es la favorita de Madonna. Aunque en la canción también se la escucha a Cardi B (en pareja con otro de los miembros de Migos), lo que sorprende es que hasta en el inminente videoclip haya aceptado aparecer junto a ellos una diva que desde hace casi 40 años es la soberana ante la que el resto de prosterna.