José Manuel De la Sota, un líder humano

El De la Sota de este último tiempo tenía claro cómo resolver los temas más importantes.

Por Marcelo Falo

Eran cerca de las 21 hs. La actividad recién estaba aquietándose en la vieja Casa de las Tejas. Ya no quedaban audiencias pendientes; sin embargo, alguien aguardaba en la antesala. Me extrañó ver al viejo caudillo sindical a esa hora. Se sentó frente a mí con un semblante diferente al de otras veces. Su gesto no tenía la dureza de las luchas gremiales, ni sus puños venían apretados como en cada negociación salarial. Se lo veía abatido y con los ojos vidriosos. Fue directo al grano con la voz entrecortada. Me suplicó un imposible: que consiguiéramos un corazón artificial para su nieta Dominique, que por aquellos días tenía su corazoncito agotado y se iba a morir con certeza en las próximas horas.
El precio en dólares y la inmediatez de la logística necesaria para conectar un “Berlín Hearth” a Dominique, hacían prácticamente imposible el trámite. Le dije que debía consultar personalmente al gobernador, porque a mí me excedía totalmente semejante decisión. Caminé los metros que me separaban de su despacho pidiendo a Dios encontrar las palabras justas para poner aquel drama en su justa dimensión. En sólo un minuto relaté la situación y finalicé diciendo: “Necesitamos actuar con velocidad porque Dominique se muere este viernes”. Implicaba un desembolso enorme, complejos trámites administrativos y una logística aún más compleja, que habríamos de concretar en tiempo récord. Sin embargo, la respuesta del gobernador De la Sota no se hizo esperar ni un segundo. Me dijo: “Compremos ya ese corazón artificial para Dominique. No te demores. Y teneme al tanto”.
Esta anécdota cobra relevancia porque esa luchadora inmensa que fue Domy, falleció luego de recibir un segundo transplante cardíaco. Pero gracias a aquel gesto de De la Sota, pudo disfrutar una vida maravillosa y brindarnos su simpatía y contagiarnos su fuerza y su alegría todos estos años.
Aquella actitud tan humana de De la Sota no fue una excepción. Resolver priorizando al ser humano ante todo, era la regla y la norma. Hay cientos de anécdotas similares que atesoro en mi corazón. Todas parecidas. Dramas humanos que golpeaban cotidianamente las puertas del despacho de De la Sota, y que él resolvía con la misma sencillez, la misma rapidez y la misma humanidad. Detrás del estadista, detrás del político, detrás del gobernante, detrás del líder y conductor, había un hombre, que expresaba lo mejor de la condición humana en cada gesto, en cada acto. Jamás dejaba de atender un pedido sincero por más complejo que fuera. Detestaba los “mangueos” mezquinos de políticos, especuladores baratos y ventajistas de cuarta. Pero cuando se trataba de un pedido serio, de un reclamo de alguien realmente necesitado, ponía toda su energía en resolverlo.
Se sentía muchísimo más cerca de la gente de a pie que de los personajes cercanos al poder. Tenía especial afecto por quienes trabajaban sirviendo: mozos, choferes, recepcionistas, jardineros, agentes de policía, ordenanzas. Era caballeroso, simpático y educado en el trato con los poderosos, pero se sentía más cómodo con obreros, militantes y empleados, a quienes les prestaba especial atención y prodigaba generosamente su tiempo, con su sonrisa amplia, relajado, distendido y feliz. Su humanidad era inmensa. De la Sota era un líder democrático, carismático e inteligente; pero, sobre todo, profundamente humano.Y esa condición tan conmovedora era lo que le permitía ver la realidad con descomunal claridad y, siempre, estar adelantado varios pasos al resto.
Detrás de cada decisión y de cada obra estaba ese mismo sentimiento humanitario de anhelar una sociedad mejor, más justa, con más oportunidades, más equilibrada. Por eso su esmero por construir cientos de escuelas públicas, potenciar el PAICOR, mejorar los hospitales, hacer más eficiente y transparente al Estado, gastar menos para brindar más, hacer casas para que los pobres de las villas tuvieran un techo digno, y generar empleo para todos.
Sostenía que para que Argentina saliera adelante, la solución estaba en las antípodas del ajuste. Para él, la solución era crecer. Creía fervientemente en rebajar impuestos para potenciar la actividad económica, y que las economías regionales precisaban de un empuje especial por parte del Estado. Y sabía que el rol principal de un gobernante debía ser conducir con mano firme y convicción ese proceso.
El De la Sota de este último tiempo tenía claro cómo resolver los temas más importantes. Estaba convencido de la necesidad de poner al ser humano en el centro. Siempre. En los temas educativos, enfocándose en el alumno y en el docente. En los problemas laborales, en el trabajador. En los problemas sociales, poniendo en el centro a cada pobre. En los problemas de la Argentina en general, enfocándose en cada mujer y en cada hombre. En eso creía con convicción. Un humanista con todas las letras. Esa descomunal calidad personal hizo a De la Sota grande en vida. Y mucho más después de muerto. Su enorme y profunda humanidad será siempre un faro para la dirigencia y un recuerdo imborrable para quienes tuvimos un trato personal con él.
Hasta siempre, amigo. Se escribirán libros sobre vos, le pondrán tu nombre a calles, plazas y monumentos, te recordarán con sentidos discursos en cada aniversario, pero el verdadero homenaje te lo rendirán los corazones sencillos que se toparon alguna vez con tu figura tan inmensamente humana. No sé si tu sueño de una Argentina grande,unida y pujante se podrá concretar sin vos. Pero estoy seguro de que,con tu existencia, con tu obra, con tu proceder, con tu impronta, con tus decisiones, enseñando y aprendiendo, contagiando a todos a tu alrededor, y poniendo al ser humano por encima de todo, dejaste para los tiempos venideros una Argentina mucho mejor.