Por Daniel Gentile
Mientras el gobierno nacional proclama la necesidad de ahorrar gastos innecesarios para paliar la gravísima situación económica del país, la ciudad de Buenos Aires está destinando parte de su presupuesto al dictado de talleres de “lenguaje inclusivo”, que dependen del área de derechos humanos de la administración de la capital de la república.
Paralelamente, el canal de televisión de la Universidad Nacional de La Plata está emitiendo el programa “Todes”, con la finalidad de contribuir a la difusión del feminismo, en sus diversas manifestaciones. Belén, la conductora de este espacio, explicó algunos de los temas que abordan. ¿Qué es el patriarcado? ¿Qué es el heteropatriarcado? ¿Qué es la sororidad? ¿Cómo se reproduce el machismo? ¿Qué son los micromachismos? ¿Qué es el lenguaje inclusivo? ¿Cuáles son las reglas del lenguaje inclusivo? ¿Por qué debemos suprimir el masculino como genérico? ¿Por qué debemos decir “todes” o “todxs” y nunca “todos”? ¿Por qué es tan importante el uso del lenguaje inclusivo? ¿Cuál es la relación de causalidad evidente entre el uso del lenguaje no inclusivo y la multiplicación de los femicidios? ¿Por qué el piropo es siempre un acoso que debe ser castigado? ¿Por qué el aborto libre y gratuito es un camino hacia la verdadera igualdad de género?
Y sigue la lista de los tópicos que se desarrollan en esta emisión televisiva cuyas mediciones de audiencia todavía se ignoran, así como el monto de los fondos públicos que se destinan al programa. Son, no olvidemos, los fondos que el Estado nacional recauda primero con los aportes de los contribuyentes, y luego los entrega a las Universidades, entre ellas la de La Plata, para que ésta garantice la educación pública.
Son los mismos fondos por cuyo reclamo se han desatado los conflictos que han generado las tomas de las casas de altos estudios en todo el país, así como los paros, la suspensión del dictado de clases y los abrazos a los edificios universitarios. Todas estas acciones de fuerza están destinadas, en última instancia, a que el gobierno entregue más dinero a las Universidades. Ese dinero permite, entre otras cosas, sostener espacios como el programa “Todes”.
Aunque no dispongo de información al respecto, descuento que el “lenguaje inclusivo” será también una de las materias centrales del Congreso Internacional de la Lengua española que se realizará en Córdoba, y que con una pompa proporcionada a la importancia del evento se está anunciando.
Casi no hay resistencia en los medios académicos, periodísticos y políticos al avance de estos terroristas del idioma, que se proponen manosear ideológicamente nuestra herramienta de diálogo. “Ese hábito de sones y de símbolos que postula una memoria compartida”, dijo Borges del lenguaje.
Pero el idioma es más que un medio de comunicación. Es un instrumento para producir arte, belleza. Es, ni más ni menos, la materia sobre la que trabajaron el propio Borges, y antes Cervantes, Góngora, Quevedo.
El idioma cambia, el idioma es dinámico, entre otros motivos porque nos vemos permanentemente en la necesidad de nombrar cosas nuevas. Por supuesto, una lengua viva no es un fósil. Pero los cambios no se producen por decreto, por sentencia o por decisión de una ideología que se ha apoderado no sólo de la Argentina sino de todo Occidente.
Los cambios van ocurriendo a medida que los hablantes incorporan nuevos modismos y palabras. La Academia toma nota de esos neologismos (todas las palabras alguna vez fueron neologismos), y nos informa en su Diccionario que son términos que se usan en tal o cual país o región hispanoparlante. Tampoco eso significa que el uso de todas las palabras que recoge la RAE equivalga a hablar bien. “Hablar bien” y “escribir bien” son cánones que determinan unas pocas personas que, por su superior condición intelectual, van construyendo a lo largo de los siglos esa Catedral que es el idioma. Dicho de otro modo, al buen idioma lo hacen las buenas lenguas. Esa Catedral, que no sólo debemos respetar sino venerar, es construida permanente por unas pocas personas del mundo de habla española.
Evidentemente, no todos poseemos el genio verbal de Borges, de Cervantes o de Quevedo, pero hay un imperativo moral por lo menos de intentar respetar el idioma y defenderlo de los vándalos que pretenden asaltarlo y bombardearlo.
Hablar y escribir bien es una obligación ética para todos los que viven del uso de la palabra: escritores, periodistas, locutores, políticos. Obligación ética, no legal. El más grotesco avance de los invasores del idioma se ha advertido en la sanción de leyes para hablar de determinada forma. De tal manera, si hablamos o escribimos en un medio de comunicación, la ley positiva, la ley elaborada por los diputados y senadores, nos obliga por ejemplo a decir “la travesti” y no “el travesti”. En este caso, el imperativo para los que aman el idioma es transgredir esa ley absurda.
Hay que resistir, hay que defender nuestra Catedral lingüística. La letra “O”, del genérico masculino, se ha convertido en el símbolo de esa resistencia.