Por Javier Boher
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Nadie puede dudar de las bondades de la socialdemocracia nórdica, esa utopía terrenal del Estado benefactor que se encarga de sostener socialmente a sus ciudadanos. Desde el salvajismo sudamericano en el que crecimos, la prosperidad de un Estado eficiente e inclusivo es un anhelo de gran parte de la dirigencia.
Por supuesto que se trata más de una construcción romántica que una aspiración real. Es que, en última instancia, todos saben que esos países ordenados y previsibles son bastante aburridos. No sólo eso: además requieren una ética férrea para sostener un elevado nivel de gasto público sin ser destruido bajo el déficit o la inflación.
Numerosos políticos y partidos dicen querer emular los ideales de los ascéticos vikingos que han sido capaces de sacarle agua a las piedras, construyendo una alternativa humana frente al implacable avance del individualismo y la exclusión.
No en vano Laura Sesma, disidente del oficialismo, ha bautizado a su bloque con el genérico con el que se reconoce a los socialismo amigables con el mercado. Desde su Bloque Socialdemócrata declama su pertenencia a Cambiemos, ese paraguas incómodo debajo del cual se agrupan numerosas expresiones políticas locales.
Pese a su trayectoria en la política cordobesa (que le ha permitido desarrollar toda una carrera en diversos niveles del Estado), hoy ha quedado atrapada en el medio de la línea de fuego. Hay que reconocer que hizo bastante mérito para convertirse en el blanco predilecto de todo el abanico político que ronda en la ciudad.
El debate aquí no es menor. La ofensiva de sus detractores apunta al punto flojo de la concejala, el de la asistencia. El olguismo se propuso hacer el recuento y, según sus números, Sesma falta al 25% de las sesiones. Con precisión suiza, se toma el trabajo de asistir a tres para poder faltar a una.
No es poco si trasladamos ese porcentaje a otros rubros. Imaginemos a un docente que decide faltar a la misma proporción de clases. Serían 45 días -hábiles- de un ciclo lectivo de 180: más de dos meses sin pisar la escuela ni para tomarse unos mates en la sala de profesores.
No sólo eso, sino que además decidió renunciar a su participación en las comisiones, acaso la principal obligación de los concejales. Si alguien pudiera renunciar a sus obligaciones, y a su vez registrar faltazos permanentes a lo poco que le queda de su tarea, ciertamente no podría hablarse de un empleado eficiente.
La posición de Sesma ante algunas cuestiones la ha convertido en una figura incómoda para el oficialismo, la oposición y otros interesados en hacerse con los recursos del Estado. Aunque eso pueda darle argumentos para esgrimir su defensa, la realidad indica que su poco interés por asistir al cuerpo genera rechazo por parte de sus pares.
En la sesión de ayer, cuando agonizaba el encuentro, presentó dos cuestiones de privilegio por sentirse agraviada en su honorabilidad como representante de los vecinos. Los dirigió hacia Victoria Flores (quien presentó el proyecto para descontar del sueldo las inasistencias) y hacia Santiago Gómez (por agravios).
Los números no acompañan a Sesma, que tuvo 11 inasistencias el año pasado y ya lleva 8 en lo que va de este. Como reza el dicho, la verdad no ofende, pero duele. Cubrirse bajo la figura de Elisa Carrió, nombrar al bloque con una ideología política sinónimo de eficiencia, transparencia y honestidad o interpelar a las marañas sindicales no alcanza para ocultar el hecho de que tiene un sueldo siete veces superior al de un docente que recién se inicia.
Para funcionar, las ideas que declama deben ser acompañadas por la ética pública del respeto por los recursos que se le sacan a los más vulnerables. Qué ironía esa de ingresar unas sorpresivas cuestiones de privilegio cuando se tienen los ingresos de los más privilegiados, y no se trabaja con la exigencia que pesa sobre los simples trabajadores.