Por Javier Boher
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Los resultados del domingo en Marcos Juárez han dejado en claro que la tendencia detectada el año pasado en las legislativas se va a ir profundizando con el paso del tiempo. La polarización empieza a expulsar de la disputa a los terceros partidos.
Independientemente de los nombres, se puede esperar que esta tendencia se mantenga en la mayoría de los comicios por venir. Los que se verán beneficiados en un escenario de esas características serán los peronismos provinciales, que le tratarán de disputar al oficialismo nacional el poder en el territorio. Pocas veces en nuestra historia hubo una escisión tan grande entre lo que se podía esperar en los diversos niveles de gobierno.
El último domingo, el candidato del kirchnerismo sacó unos tímidos tres puntos. “Qué miseria”, dijo Brandoni mientras se comía una de las tres empanadas en la recordada escena de “Esperando la Carroza”. Qué difícil pensar en un futuro cuando en el presente se tiene tan poco.
Pese a ello, siempre se la rebuscan para aparentar que no son tres unidades, sino tres docenas. En algunos noticieros hablan del repunte de Cristina Fernández en las encuestas y del derrumbe de la imagen del presidente. Para esos optimistas incurables, difícilmente el kirchnerismo saque menos del 35% de los votos.
Las tomas de las universidades, las marchas, los cortes de calles, los paros y las ollas populares, aunque puedan ser un síntoma de malestar ciudadano (que no debe ser menospreciado si se pretende prosperar en el gobierno) generan la ilusión de que el contendiente está fuerte y armado, amenazante para las esperanzas reeleccionarias.
Se replica en los medios y en las redes la idea de que la debacle del peronismo organizado sólo puede revertirse si se apuesta por figuras preexistentes. Por eso Hugo Moyano salió a defender a una Cristina candidata. El kirchnerismo está sabiendo venderse a lo que todos creen que vale, muy por encima de lo que arrojan los datos.
Salvo allá por 2003 (cuando el “estilo K” todavía era una moda que aparentaba honestidad y no un modus operandi de desfalco generalizado) o en 2015 (que pusieron un sello testimonial que limpiara de kirchnerismo al verdadero candidato), en nuestra ciudad el kirchnerismo nunca hizo pie.
Lo mismo vale para las elecciones provinciales, en las que sólo estuvo cerca cuando todavía duraba el idilio entre Luis Juez y Néstor Kirchner, en el recordado 2007 en el que un conocido político del interior le hizo sentir a Juez el rigor del aparato. Con la soltada de mano posterior llegó la pelea con el kirchnerismo y la catastrófica gestión de Daniel Giacomino, soldado de la ex presidenta.
Durante mucho tiempo nuestra provincia fue a contramano de lo que pasaba en el resto del país. Hoy eso ya no es tan claro. Ya se pueden apreciar divisiones que están claramente plasmadas en la decisión de los gobernadores de sentarse a negociar el presupuesto con el gobierno nacional.
Es indudable que la persistencia del kirchnerismo en el conurbano bonaerense magnifica cualquier análisis que se pueda hacer al respecto, ocupando grandes coberturas en las cadenas de alcance nacional que tienen base en el núcleo duro de un partido que aparenta más de lo que es.
En estos días en los que va creciendo la psicosis sobre la bacteria asesina que está asolando a la patria, no importa cuántos expertos en salud pública salgan a tranquilizar a la población. Con la amplia cobertura que se le está dando al fenómeno la gente se convence que vamos camino a una epidemia que traiga un derrumbe demográfico por el aumento exponencial de la mortalidad.
A la larga, quizás esto termine en un par de muertes (lamentables, por supuesto) que redondeen un número inferior al de los decesos por gripe, enfermedades de transmisión sexual o accidentes de tránsito.
La alarma por lo que parece un futuro inexorable dejará su lugar a algunos recuerdos jocosos sobre cómo fuimos capaces de creernos semejante historia. Probablemente, cuando la realidad se revele con firmeza, la angina asesina y el kirchnerismo redentor terminen compartiendo espacio en el cajón de aquellas cosas que nos quisieron vender muy por encima de su valor.