Por Javier Boher
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Se sabe que la verdadera cuna de Cambiemos está en Córdoba. No importa si el PRO es casi un partido vecinal porteño o si el radicalismo es un centenario partido de alcance nacional. Todo el mundo coincide en que el triunfo de 2015 tenía más sabor a Córdoba que la peperina fresca a la mañana.
Aunque las encuestas señalen que los cordobeses ya empiezan a tener dudas, el nivel de apoyo al presidente es muy alto en estas tierras. Aunque a veces sentimos orgullo por nuestra condición insular en la política criolla, los años del kirchnerato (y en especial los de Cristina) fueron los de la hostilidad que prepararon el terreno para que la idea del cambio creciera con fuerza.
Tal vez por eso el presidente decide pasar a visitar nuestra provincia con alguna regularidad. Por eso de que rara vez Cristina decidía salir de su zona de confort electoral para visitar nuestro terruño es que se nota algún tipo de emoción en los relatores de estas visitas protocolares.
Con esta visita del presidente, entre sus viajes por trabajo o por descanso familiar, ya ha venido a nuestros pagos promediando casi cuatro visitas al año. Esa insistencia para el regreso ya debe tener alguna lectura extrapolítica, algo que pueda ser interpretado desde otro ángulo. Probablemente necesitemos otro enfoque para entender su reincidencia.
Podríamos esbozar una hipótesis gastronómica. Quizás le gusta disfrutar de algún chivito asado por algún militante de alguna seccional determinada, o tal vez algún precandidato a gobernador sea muy bueno preparando el fernet sin que levante espuma.
Considerando que ambos productos pueden ser accesibles en Buenos Aires, la exclusividad del alfajor cordobés de fruta puede ser lo que lo traiga cada tanto, aunque sería algo raro: es sabido que los porteños prefieren el de dulce de leche, que tiene competencia en el resto del país.
Podemos imaginarnos una hipótesis turística. En una de esas a Macri le gustan las sierras. Ya ha visitado varias localidades de las principales regiones para esparcimiento en el país, lo que lo hace verosímil. A todos nos gustan las sierras, porque las tenemos cerca para salir a pasear. Siendo que el presidente puede ir al sur, al norte, a la cordillera o al mar, atribuir su fascinación a una cuestión paisajística puede ser exagerado.
Otra hipótesis es un poco más descabellada, pero en la búsqueda de la verdad no debe ser descartada. Tal vez se siente fuertemente atraído por las mujeres cordobesas. Ya sabemos que alguna vez tuvo palabras elogiosas para una importante dama casada, violando el noveno mandamiento, aquel de no desear la mujer del prójimo.
Por más cordobesas que emigren hacia la capital del país, la concentración de belleza acumulada en nuestra provincia probablemente no tenga competencia en otro lado. Por más que nos gustaría imaginarnos al presidente llegar en helicóptero para saltar una tapia, es difícil pensar que arruinaría su imagen por seguir el impulso de la carne.
Vamos a descartar que quiera ser candidato a algo por Córdoba, porque no nació ni es residente. Aunque Massot ha dejado en claro que acá importa poco, Macri es el presidente. Por mucho que nos quiera y aunque piense que somos el pueblo elegido, dejar la presidencia para pelear un cargo acá es muy improbable.
Tal vez lo que queda es pensar que en épocas complicadas para la imagen hay que recluirse en aquellos lugares en los que más lo estiman. Cualquier persona que atraviesa un momento complicado recurre en primer lugar a los padres. Si en Córdoba se parió el triunfo de 2015, es lógico que los progenitores anden por acá en algún lado.
Si es así, lo más probable es que todas nuestras hipótesis estén erradas. Aunque nos guste pensarlo persiguiendo algo poco convencional, en una de esas lo único que venía a buscar era una caricia o un mimo que le den ganas de seguir aguantando. Suena lógico.