Una banana en la gran manzana

Una argentina residente en Estados Unidos decidió incomodar al Jefe de Gabinete regalándole la “banana del siglo al gorila del año” al salir de una reunión en Nueva York.

Por Javier Boher
javiboher@gmail.com

bananaMarcos Peña fue sorprendido al salir de una reunión en la ciudad de Nueva York, otra escala en su gira de optimismo y alegría para atraer inversores. Al ser solicitado para tomarse una foto, se acercó a la persona que se lo pidió esbozando una amplia sonrisa, que mutó a una expresión forzada cuando le entregaron el premio de la “banana del siglo al gorila del año”.
Una argentina residente en Estados Unidos decidió incomodar al Jefe de Gabinete recurriendo a aquellas modernas consignas y figuras de las que siempre se vanaglorió el kirchnerismo. En lugar de transmitir vergüenza ajena, el rostro de Peña combinaba algunas dosis de malestar y sorpresa detrás de una sonrisa muy poco convincente.
Pese a ser un experto en el área de la comunicación política, la falta de cintura en el trabajo de campo lo dejó expuesto. Tal como sucede con los teóricos de las diversas disciplinas, al momento de pasar a la acción cometió el terrible error de dudar. Y una duda es un gol en contra.
En lugar de agarrar la banana, pelarla y ofrecerle la mitad a su interlocutora como ofrenda de paz, el Jefe de Gabinete optó por ignorarla, como suponiendo que así la señora iba a dejar de existir. Su negativa a sostener el presente ayudó al objetivo de quien lo provocó, consumando la puesta en escena que fue hábilmente viralizada.
Quien demostró con altura y elegancia las virtudes negociadoras que debe poseer un diplomático fue el embajador Fernando Oris de Roa, que con mucha calma se acercó a interrogar a quienes los estaban interpelando, que reconocieron los muchos años que llevan viviendo en Estados Unidos, en contraposición a lo que dijeron en un primer momento de que se habían ido por el hambre.
Aunque fue un incidente menor, no deja de llamar la atención lo lejos que pueden viajar las máximas discursivas como las de los presos políticos y la libertad de expresión, dos reclamos centrales en el relato fantástico de la militancia kirchnerista. Es como si esa desgastada consigna de que “adonde vayan los iremos a buscar” se resistiera a morir, para presentándose cada tanto como una caricatura de lo que supo ser.
Así como aquella canción se desplaza desde las barricadas y marchas del progresismo argentino hacia el confort de los Estados Unidos, bien podríamos hacer nuestro aporte desde el pasado cordobés para el análisis de la actualidad.
El viaje de Peña apunta, en última instancia, a llevar confianza a los actores extranjeros con el argumento de que el kirchnerismo es parte del pasado, para destrabar préstamos e inversiones en nuestro país.
Esa idea de que en Argentina no hay dinero nos remonta a aquella iniciativa de Orestes Lucero en tiempos de la gestión Kammerath, cuando convirtió a la banana en símbolo institucional del área que estaba a su cargo, para graficar que en Córdoba, “plata-no” había.
La delicada situación de nuestro país, aunque lejos de esos críticos años previos a la debacle de 2001, trae reminiscencias de aquellas escenas en las que para conseguir mantener el barco a flote había que remar con mucha fuerza.
Quizás toda la interpretación conflictiva sobre el encuentro entre Peña y la militante kirchnerista sea producto de años de reflejo condicionado de que en Argentina hay una grieta insalvable. Solemos entender las interacciones entre representantes de ambos bandos siempre desde el enfrentamiento y la división.
Se sabe que la banana es rica en potasio y se consume para evitar calambres. Tal vez en un gesto humano y caritativo la militante kirchnerista decidió darle la banana para ayudarlo a que no se quede duro y se pueda seguir moviendo para conseguir esa plata que tanto necesita el gobierno. Porque aunque no sea cierto, es más divertido pensar que fue así.