Por Javier Boher
javiboher@gmail.com
Los cambios tecnológicos aceleran la velocidad de circulación de la información, que se multiplica exponencialmente hasta conformar lo que se conoce como “posverdad”, que es la proliferación de relatos que dificultan su comprobación. En la sobreabundancia informativa las emociones acaban determinando qué se cree.
A eso le debemos sumar lo que se conoce como “filtro burbuja”, cuando las redes sociales se convierten en un espiral de reafirmación de las propias convicciones, generando la ilusión de un sentimiento colectivo que acompaña nuestra visión del mundo.
Si tendemos a considerar como verdadero lo que confirma nuestras creencias, y los algoritmos de internet nos encierran en una burbuja en la que encontramos resonancia de nuestras posturas, el resultado es peligroso. Si como sociedad pecamos de soberbios, aquel efecto intensifica este defecto.
En las últimas horas la violencia verbal (que a través de las frías pantallas de computadoras y celulares calienta el diálogo político) ha escalado hasta posiciones que conllevan cierto riesgo.
Lo que parecía un desacuerdo en torno al rumbo a seguir ante las violaciones de la ley por parte de un grupo minúsculo de la sociedad civil se ha convertido virtualmente en un plebiscito sobre el uso de la violencia por parte de las fuerzas de seguridad.
De un lado, casi que se sostiene que las fuerzas de seguridad no deberían existir. Aunque en el futuro utópico que podemos imaginar eso puede ser algo deseable, desde los conflictos cotidianos que se suceden día a día es algo poco práctico. La gente humilde es rehén de los narcos en barrios en los que el Estado ha abandonado la función primordial que justifica su existencia, la de la seguridad.
Desde el otro lado, almas inseguras, verticalistas y conservadoras que sueñan con el retorno de la mano dura, no tienen vergüenza en defender y alentar cualquier abuso por parte de fuerzas de seguridad mal formadas, que muchas veces portan armas de fuego cargadas de resentimiento y revanchismo.
Entre medio de esos dos extremos, la gente que desea vivir en un marco de seguridad jurídica y política pero no a costa de perder derechos, por lo que simpatiza con una u otra postura.
Tristemente, hay algunos irresponsables que pretenden obtener alguna victoria política de todo esto. Los relatos racistas y xenófobos de unos chocan con las acusaciones clasistas de otros.
A casi 35 años del regreso de la democracia, muchos esperábamos que ya se hubiese hecho carne el mensaje más puro del “Nunca Más”, el de no repetir la violencia política.
En línea con eso, parte de la sociedad argentina se resiste a ser arrasada por esta ola de ignorancia fanática. Con diferencias y tensiones, pero tratando de sostener la convivencia de la diversidad que nos supo caracterizar, esa es la burbuja que tenemos que intentar construir.