La conciliación tan temida

Valeria Lynch ha publicado “Extraña dama del rock”, un disco donde aborda algunos clásicos rockeros de Argentina, con el aporte de músicos de ese género como invitados. Se trata de un ambicioso proyecto, tras 50 años de disidencias que agitaron las aguas de la música nacional.

Por J.C. Maraddón
jcmaraddon@diarioalfil.com.ar

Durante unos cuantos años, la música joven que triunfaba en la Argentina giraba en torno a esos artistas que surgieron dentro de la denominada “nueva ola” y que habían tenido su vidriera principal en el programa “El Club del Clan”. El abanderado de ese fenómeno fue Palito Ortega, que encarnó el mito del changuito cañero tucumano que se transformó en un ídolo de la canción y se casó con una actriz de moda. Pocos años después, siguiendo el mismo modelo, desde Santiago del Estero llegó Leo Dan, en tanto que el mendocino Leonardo Favio, que había despuntado como director de cine, se plegaba a la fuerza arrasadora del pop melódico.
Contemporáneo de esa camada era Sandro, quien si bien no provenía de provincias alejadas de la Capital Federal, habitaba la barriada de Valentín Alsina y tenía un origen humilde, a partir del cual escaló a las alturas del éxito hasta pasar a ser Sandro de América. Una primera escala en el género del rockabilly junto a Los de Fuego, lo impulsó luego hacia un estilo más romántico, aunque no faltaban en su repertorio los temas que la gente podía cantar y bailar. Siempre siguió coqueteando con la pulsión rockera, pero su fuerte era la música melódica y allí se refugió hasta el final.
En la segunda mitad de los años sesenta, el rock nacional surgió como un reflejo local de lo que pasaba en el hemisferio norte, aunque las letras en castellano y la influencia de la música autóctona le imprimieron un carácter especial que todavía perdura. De entrada, estos artistas se plantaron ante las imposiciones que les enrostraban sus mayores, consistentes en escuchar y disfrutar del cancionero folklórico y de la sonoridad del tango, que eran sinónimos de la argentinidad más rancia y que, como tales, debían ser respetados y honrados.
Pero, además, el incipiente rock argentino se expresó como una alternativa frente a esa música heredada del “Club del Clan”, a la que se denostaba por ser prefabricada y carente de profundidad en su estructura y en su mensaje. Se trataba de una propuesta verdaderamente nueva y auténtica, que se consideraba por encima de aquellos que se aferraban a los dictados de los sellos musicales y que nivelaban hacia abajo los gustos juveniles. Sin embargo, el rock debería esperar hasta comienzos de los años ochenta para disfrutar de las mieles de la popularidad. Mientras tanto, el pop y lo melódico seguían siendo pasión de multitudes.
Cuando rockeros como Charly García o León Gieco pasaron a ser los referentes de la música que sonaba en la radio, aquellos que habían liderado durante veinte años el gusto de las mayorías, cayeron en un descrédito indisimulable. Hasta el mismo Sandro se vio afectado por esa tendencia, que lo confinó al lugar de la leyenda viviente y lo circunscribió al mercado de sus fanáticas incondicionales que le pedían una y otra vez sus temas más conocidos. Fue una década entera de ostracismo, hasta que en los noventa la bailanta le quitó a los rockeros su preeminencia.
En medio de ese tira y afloje quedó Valeria Lynch, la cantante melódica de voz estridente que se dio a conocer como parte del elenco de la versión argentina de “Hair” a comienzos de los setenta, pero que se consagró con esos éxitos románticos a los que interpretó con alma y vida. En tono conciliador, ella ha publicado “Extraña dama del rock”, un disco donde aborda algunos clásicos del rock nacional, con el aporte de músicos de ese género como invitados. Un proyecto que se propone cerrar 50 años de disidencias, aunque su publicación, lejos de aquietar las aguas, pareciera haberlas agitado todavía más.