Por Javier Boher
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Como cada fin de semana, este domingo hubo noticias del exterior. El referéndum catalán ha demostrado una vez más la importancia de una buena cintura política para resolver una crisis.
Cataluña es una región europea que se extiende por terrirorio español, francés y andorrano. Pese a tener una identidad muy marcada y una cierta pujanza económica, históricamente ha visto su libertad constreñida por distintos estados, siendo la relación más tirante la que la une con el estado español.
Luego de la crisis económica de 2008 el sentimiento independentista catalán resurgió. Como otras veces antes, sintieron que España era un lastre para el desarrollo. Esa pequeña bola de nieve recibió todo lo necesario para convertirse en lo que es hoy, una avalancha política grave en uno de los países más grandes de Europa.
El accionar de Mariano Rajoy, primer ministro español, demuestra todo lo que no se debe hacer ante un desafío similar. Su gobierno carece de apoyo popular y se sostiene ante la incapacidad de la oposición de nombrar un nuevo Presidente de Gobierno. En las dos últimas elecciones fue imposible tanto respaldar su investidura como designar a un reemplazante.
La alta fragmentación del electorado español contribuyó a la causa nacionalista, unificando políticamente a gran parte de los catalanes. Lejos de apaciguar, Rajoy les negó toda posibilidad de mayor autonomía, defendiendo una España unida y unitaria. Su estrategia fue buscar mayor apoyo electoral en los sectores más conservadores, reacios incluso a la autonomía.
El resultado fue desastroso. El parlamento catalán convocó al referéndum, ilegal según las leyes españolas. Ese fue el primero de los últimos errores de Rajoy. En lugar de bloquear el referéndum, debería haberlo permitido.
El ejemplo inglés es paradigmático: Cameron permitió el referéndum escocés, hizo campaña para evitar su independencia y finalmente terminó ganando su posición. La prohibición de Rajoy sólo agravó la situación.
En segundo lugar, una vez convocado, debería haberlo dejado desarrollarse, sólo para decretar después que era ilegal. Eso hubiese preservado la legitimidad de la posición española. Pero no. El accionar violento de la Guardia Civil convirtió una postura legal (la de Rajoy) en ilegítima, mientras que convirtió una ilegal (la catalana) en legítima.
Toda causa necesita un mito fundamental para sobrevivir. Rajoy le dio a Cataluña la justificación absoluta para reclamar por su independencia y defenderla ante su población. ¿A quién se le ocurre defender ahora a un gobierno que manda a uniformados a robarse las urnas a puro golpe de bastón?
Las próximas horas son cruciales para el futuro de España. Si Rajoy no pone a disposición su renuncia como garantía para una negociación madura -y política- para salir de la crisis y preservar la integridad española, lo que se pone en riesgo es más que la estabilidad del país ibérico. Rajoy podría lograr, esta vez sí como Cameron, asestarle otra estocada a una alicaída Unión Europea.