(No tan) tontas canciones de amor

Una de las formaciones más representativas de la movida pop que hizo eclosión en Córdoba entre fines de los noventa y comienzos del nuevo siglo es Capuchas de Hop, el proyecto encabezado por Santos Barcos, que el viernes pasado celebró su vigésimo aniversario con un emotivo concierto.

Por J.C. Maraddón
jcmaraddon@diarioalfil.com.ar

BarcosSobre todo cuando el rock se ideologizó y trascendió la esfera de lo musical, el pop empezó a ser considerado como una especie de hijo bastardo. Se le criticaba su simpleza y, sobre todo, que se le notara demasiado su ambición de éxito. Así, mientras algunas bandas rockeras se enfrascaban en obras conceptuales que incluían temas de más de 15 minutos de duración, los artistas del pop insistían en ejercer su capacidad de síntesis para redondear una joya sonora en la quinta parte de ese tiempo. Y en tanto ciertos compositores apelaban en sus letras a teorías filosóficas o a leyendas celtas, otros se aferraban a la infalible fórmula de la historia de amor.
Si los Beatles habían recurrido en innumerables ocasiones a esa fuente creativa, ¿por qué debía considerársela como un género menor, indigno de un estilo que había devenido en movimiento cultural? En esos tiempos de rock progresivo y de folk comprometido con la sociedad, que alguien tuviese el atrevimiento de entonar una canción sin más pretensiones que la de gustar al público, parecía algo intolerable. Y se jibarizaban sus méritos, como si conseguir el prodigio de crear algo sencillo y efectivo fuese cuestión de soplar y hacer botellas.
En 1976, en el momento en que el rascacielos del rock sinfónico empezaba a ser demolido por el punk, Paul McCartney publicaba el tema “Silly Love Songs”, conocido por aquí como “Tontas canciones de amor”. Allí, Paul reivindicaba el rol de este tipo de composiciones y, en una especie de arenga, decía: “What’s wrong with that/I need to know/’Cause here I go again” (Que hay de malo en eso/Necesito saberlo/Porque acá voy de nuevo). El paso del tiempo inclinó tan fuertemente la balanza hacia este lado, que hasta se debió habilitar un subgénero llamado “pop rock” para cobijar a los rocanroleros que cambiaban de bando.
Y si bien en los años sesenta hubo en Córdoba numerosos atisbos de música pop que se escondían detrás del “beat”, que era la etiqueta de moda en aquel entonces, también caló hondo por aquí la degradación que el rock había ejercido sobre ese género. De hecho, durante la década del setenta fue el cuarteto el que cumplió el rol de “pop cordobés”, con canciones pegadizas que todos cantaban. Recién en los ochenta, con el desprejuicio que sembraron los nuevos tiempos democráticos, la ciudad alojó otra vez propuestas que, desde el rock, pusieran el foco en la simpleza y en la efectividad.
Los noventa, con su pátina de protesta y resistencia, volvieron a bajar la cotización de las “tontas canciones de amor”, dejándolas en manos de los cantantes latinos. Pero a finales de esa década y comienzos del nuevo siglo, Córdoba vivió una eclosión de bandas pop (en algunos casos, vinculadas estrechamente a la movida electrónica) como nunca antes había ocurrido. Militantes de la autogestión y la independencia creativa, esos artistas publicaron obras de gran calibre y recorrieron todos los escenarios ciudadanos, hasta conformar su propia grey de fans y conquistar espacios en los grandes medios.
Una de las formaciones más representativas de ese fenómeno es Capuchas de Hop, el proyecto encabezado por Santos Barcos, que el viernes pasado celebró su vigésimo aniversario con un emotivo show en el Salón de Actos del Pabellón Argentina. Cuesta no ver en esa banda el antecedente del gran momento que vive hoy el pop en la provincia de Córdoba. Y la presencia en la platea de músicos de otros géneros durante el concierto del viernes, demuestra que el estilo se ha ganado un respeto largamente merecido. Y que Capuchas de Hop es, a esta altura, un nombre escrito con letras de molde dentro de nuestra memoria musical.