Reír sin ofender

Uno de los éxitos más redondos los ex humoristas de Tinelli ha sido “Peligro… sin codificar”, un ciclo que se transformó en un clásico dominguero de la programación de Telefé, al que el canal discontinuó después de haberlo exprimido hasta el hartazgo, y al que ahora apela otra vez.

Por J.C. Maraddón
jcmaraddon@diarioalfil.com.ar

Sobre todo en los años noventa, la incorrección humorística ganó la batalla que habían comenzado en los años setenta Jorge Porcel y Alberto Olmedo. Antes de ellos, la guarangada se reservaba para el teatro de revistas, donde se daba por supuesto que los espectadores respondían a un segmento adulto. Primero en el cine y después, ya entrados los ochenta, en la televisión, ellos se permitieron irse al pasto, a la par que la picardía se extendía hacia otros ciclos, como por ejemplo “Matrimonios y algo más”. Los estrechos límites impuestos por la dictadura se corrieron para abrirle el paso a un desparpajo lindante con la chabacanería.
Durante la década menemista, las pocas barreras que seguían bajas se levantaron y ya no hubo nada de qué sorprenderse. Si hasta la televisión pública daba espacio a Antonio Gasalla, con aquel recordado sketch en el que Humberto Tortonese y Alejandro Urdapilleta, disfrazados de mujeres, se agarraban de los pelos y terminaban pegándose en el piso. Lo que hasta ese momento se había refugiado en el under, salía a la superficie, como la troupe de “Cha Cha Cha”, encabezada por Alfredo Casero, que iba a provocar en esos años una revolución en la forma de hacer humor en la Argentina.
Para consumo popular, ahí estaban el clan de “Rompeportones” con sus chicas pulposas y la gran apuesta de Guillermo Francella como aspirante a heredar el cetro de Olmedo, del que tomó la muletilla de “la nena”, ese chiste que tanta risa causaba entonces y que tanta vergüenza retroactiva produce hoy. En las postrimerías de ese decenío iba a empezar a brillar con luz propia el talento de Fernando Peña, cuyo estilo llevó al extremo lo que otros habían insinuado, derribando todos los tabúes con una mordacidad que él precipitaba a partir de reírse de sí mismo, para luego no dejar títere con cabeza.
En ese contexto de decadencia finisecular, se encumbró el fenómeno de Marcelo Tinelli, que por esa época ofrecía un rejunte de sketches, en vez de los paquidérmicos reality shows que conduce ahora. Bajo su ala protectora, un enjambre de humoristas apelaba a los más bajos recursos (generalmente, burlarse del otro) para ganarse la complicidad de los espectadores. Unos más graciosos, otros más caraduras, de allí surgió una camada de cómicos que, a su manera, también se proponían ignorar los límites, aunque en este caso fueran los del buen gusto, la delicadeza y la corrección.
Cuando el zar de Ideas del Sur optó por resetear a su programa y dejar fuera de circuito a varios de sus villanos favoritos, ellos no se amilanaron y buscaron rápidamente un refugio en otras pantallas, aunque sin perder esa vocación por la fantochada que tan buenos resultados les dio durante sus años junto a Tinelli. Uno de los éxitos más redondos de esa banda de la risa ha sido “Peligro… sin codificar”, un ciclo que se transformó en un clásico dominguero de la programación de Telefé, al que el canal discontinuó después de haberlo exprimido hasta el hartazgo.
El programa es el corolario de esa evolución de la picaresca televisva que detallamos más arriba… y también, en apariencia, podría ser su última expresión. Porque en su retorno a Telefé para ocupar la tarde de los domingos, “Peligro… sin codificar” ha debido necesariamente adaptarse a estos tiempos en los que el humor está sometido al espíritu de la época, que pone la lupa sobre los chistes sexistas o discriminatorios. Quizás estemos, entonces, ante una transición en la que los ex bufones de Tinelli funcionan como cobayos de un laboratorio, donde se los entrena para ver si son capaces de hacer reír sin ofender a nadie.