Viejos textos sobre el quichua santiagueño

El diario El Imparcial publica en abril de 1858 un texto de Juan María Gutiérrez desplegando sus ideas sobre el arribo a Santiago del Estero del habla de los Incas. Esta es la primera de dos notas sobre esa publicación.

Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com

Juan María Gutiérrez, estadista, jurisconsulto y escritor.

El “enigma” del quichua santiagueño no ha sido todavía despejado. Deriva de un proceso poblacional del pasado digno de seguir investigándose por tratarse de una provincia quichuista aislada por una amplia faja de territorio, del lado argentino de la frontera, donde no habría arraigado el influjo del quechua peruano,. Mucha corriente de investigación y discusión teórica ha corrido sobre ese tema, que se cifra en dos ramas centrales de hipótesis: si acaso se hablaba quechua (o quichua, como se le dice en Santiago) en ese territorio del noroeste argentino antes de la llegada de los españoles, debido a un contacto estrecho y directo con el incario prehispánico; o si en cambio fueron los propios conquistadores quienes lo llevaron allí en sus columnas de avanzada fundacional, como Diego de Rojas que incluía a yanaconas en su expedición, o bien posteriormente los misioneros.
Lo que interesa a esta nota en particular es la publicación el 7 y el 9 de abril de 1858, en el diario cordobés El Imparcial, de un texto extenso que ocupaba dos ediciones sobre el tema, y su importancia es la de fechar el estado de esa discusión a mediados del siglo XIX.
En la columna editorial del periódico se da a conocer este aporte que importa porque ayuda a tomar conciencia de la antigüedad de esa problemática acerca del territorio lingüístico único que configuraba el quichua santiagueño, así como la pertinencia del enfoque del problema en esa época. El texto que publica El Imparcial es presentado por medio de un copete, bajo el titulo “La quichua en Santiago”, donde se lee: “Un rato de conversación con el Sr. D. B. Poucel que le remite escrita S. M. A. S. S. Juan María Gutiérrez”. Saludaba así el autor al director del Imparcial como “Su muy afecto seguro servidor”.
Se trata, en efecto, de la difusión anticipada de un texto que con ese mismo título publicaría Gutiérrez un par de años más tarde en la revista El Orden, de Tucumán, en 1861, en el que apoyaba la hipótesis de la llegada del quichua a Santiago traído por los españoles, y destacaba opiniones de Benjamin Poucel sobre el tema.
Poucel era un explorador marsellés que tuvo mucho contacto con Hispanoamérica durante el siglo XIX. Poucel se había establecido en Uruguay en los años ’30 de ese siglo y fundado una sociedad de explotación de ganado lanar que el Bloqueo anglo-francés al Río de la Plata (1845-1851) condujo al fracaso. Debido a ser un residente en Uruguay de nacionalidad francesa, fue mantenido como rehén en Durazno, episodio al que dedicó uno de sus libros. Tras ese período, Poucel probó fortuna en Catamarca, y estudió la posibilidad de trazar rutas para el desarrollo de la industria algodonera. Visitó Córdoba y Tucumán y fue compañero de Martín de Moussy.
Juan María Gutiérrez hace referencia a un trabajo publicado hacía poco tiempo por Poucel, en la misma revista tucumana Orden donde Gutiérrez publicaría más tarde.
Volviendo al texto de Juan María Gutiérrez, éste se lo hacía llegar al propietario y redactor en jefe del diario El Imparcial, el Dr. Luis Cáceres, con el interés de que saliese publicado en la prensa de Córdoba. La cita de Estrada nos aproximan un poco al aporte a esa temática por Benjamin Poucel:
«Es un hecho, al abrigo de toda duda, que la población de la provincia argentina de Santiago del Estero habla la lengua quichua ó quichua que es la lengua general del Perú. Si esa parle del territorio de la Confederación se hallase inmediatamente en contacto con la República Boliviana, no causaría tanta extrañeza el fenómeno que acabamos de señalar; pero no es así. Entre la parte meridional del territorio boliviano y la provincia de Santiago, se interponen otras provincias argentinas cuyas poblaciones no conocen la lengua de los Incas y hablan el español únicamente.
El señor Poucel, con la sagacidad de inducción que le es familiar, ha echado de paso algunas ideas sobre esta materia en un artículo recientemente publicado en El Orden; ideas que nos proponemos ayudar un poco con los presentes renglones.
La cuestión histórica que á este respecto debe ventilarse es: ¿Los pobladores primitivos de los llanos de Santiago, se establecieron allí durante el gobierno de los Incas, ó con posterioridad á la conquista del Perú por las armas españolas? Nos parece que por mucho que se compulsen los demonios deficientes que componen la historia de esta parte de América, no se hallarían pruebas terminantes para asegurar lo primero ni para negar lo segundo. Los Incas eran conquistadores é invasores; hicieron por muchos siglos el papel de los romanos, y se ha dicho de ellos, como se ha dicho de los Señores del mundo, que tomaban lo mejor de los usos y costumbres de los pueblos que sometían á su do minio. Eran tolerantes y trataban de aligerar la mortificación de la conquista derramando en sus nuevos dominios los beneficios de la excelencia de su gobierno, de su administración y de su civilización verdaderamente notables. Es de creer, pues, que tanto por medio de las armas como de la habilidad, y sobre todo por la fuerza de expansión que tienen en sí los pueblos adelantados, se extendió el Imperio de los Incas en el ámbito que le señalan los historiadores. Oigamos á este respecto al señor Prescott (Guillermo), quien, refiriéndose á la relación manuscrita de Sarmiento, á la Crónica del Perú de Cieza de León, y al exactísimo y bien informado Garcilaso de la Vega, dice lo siguiente: «El Imperio del Perú en !a época de la invasión española, se extendía por la costa del Pacífico, desde el segundo grado, por más ó menos de latitud Norte, hasta el 37 de latitud Sur; línea que describen actualmente los límites occidentales de las repúblicas modernas del Ecuador, Perú, Bolivia y Chile. Su anchura no puede ser determinada con exactitud, porque aunque totalmente limitado al Oeste por el gran Océano, hacia el Este se dilataba en varias partes más allá de los montes, hasta los confines de las tribus bárbaras, cuya exacta situación no es conocida y cuyos nombres han sido borrados del mapa de la historia».