¿Cuánto aman los ecologistas a los bosques nativos?

No faltarán a la manifestación los artistas, que harán oír su voz por estos reclamos tan cristalinos. La farándula, como sabemos, siempre es materia dispuesta para mostrarse en defensa de todas las causas que “quedan bien”.

Por Daniel Gentile

Una esfera que es la tierra, de la que salen brazos que parecen árboles, ilustra el afiche que invita a la movilización convocada para reclamar el archivo definitivo del proyecto de ley “de desmonte”, bajo la consigna “Somos el monte que marcha”.
Cada brazo está coronado con una mano en el típico gesto de lucha que caracteriza a las manifestaciones de izquierda.
¿Los bosques son marxistas? ¿Los árboles son socialistas? ¿La naturaleza tiene ideología? No, pero es un hecho evidente que hay ciertas causas que a pesar de que parecen refractarias a toda coloración ideológica, han sido secuestrados por la izquierda.
El ecologismo es uno de los rostros de la izquierda reconvertida. ¿Quién podría sospechar de esta gente que lucha por el aire puro, por el agua cristalina, por el regreso a un mundo bucólico? ¿Quién podría no apoyar a aquéllos que parecen tan distantes de la política y sólo buscan proteger a la naturaleza?
Sin embargo, está demasiado claro en los hechos que, así como para el feminismo el enemigo es el “patriarcado”, para el ecologismo el monstruo a destruir son las obras del hombre.
El capitalismo, basado en la libertad individual y en la iniciativa privada, ha permitido a la humanidad multiplicar sus obras hasta alcanzar el desarrollo industrial, científico y tecnológico que hoy ostenta.
Es lógico entonces que el blanco, el objetivo hacia el que apunta sus cañones el ecologismo, sea el sistema capitalista.
El hombre siempre se ha servido de la naturaleza. La naturaleza es la materia sobre la que trabaja el ingenio humano. El hombre, por razones que sólo podrían buscarse en los designios de Dios, ha dominado a la naturaleza, entendiendo por tal no sólo al mundo mineral y vegetal, sino también a nuestros hermanos menores de las otras especies animales.
El ecologismo tiene la pretensión de que el hombre renuncie a ese a ese señorío. El ambientalismo avanza redoblando sus apuestas, tensando sus posiciones. Ya no le basta que se detenga el avance del hombre sobre la naturaleza. Ahora reclama que la naturaleza recupere posiciones. Exige que vuelvan a su cauce original los ríos que el hombre encadenó para servirse de sus aguas, quiere destruir carreteras, recrear áreas salvajes, etc. Para facilitar el logro de sus objetivos, los ecologistas profesan la exaltación y la adoración de los ríos, los bosques y las selvas, como si se tratara de deidades. No les importa adulterar la ciencia. Han creado y manipulado teorías como la del calentamiento global, como una amenaza que se cierne sobre el planeta. Nunca ha sido comprobada la exactitud de esa construcción teórica. No estoy diciendo que el ecologismo sea esencialmente malo ni que todos sus postulados sean falsos. Estoy afirmando que la idea de proteger a la naturaleza ha sido apropiada por una secta de fanáticos cuyo objetivo es otro. Hay científicos brillantes y de buena fe que se han visto en la necesidad de denunciar la falta de escrúpulos de quienes conducen este movimiento. Paul Crutzen, premio Nobel de Física por su investigación sobre el agujero de ozono, se separó de Greenpeace, indignado por el hábito de este organismo de esgrimir datos falsos o utilizar mal datos ciertos.
Es tan diabólicamente hábil esta nueva izquierda, que ha logrado que algunos crean que no existe. Es tan insidiosa, que muchos aún no se dieron cuenta de que se trata de un travesti ideológico. Esta es la izquierda que no parece izquierda, lo cual representa para ella una enorme ventaja estratégica. Los buenos burgueses no se escandalizan con los reclamos de estos progresistas, pues no hablan de expropiar empresas ni de socializar los medios de producción.
Mi vecino, que jamás pondría un voto para el MST ni saldría a la calle con una pancarta del Partido Obrero, estará, como correcto ciudadano, en la manifestación por la defensa de los bosques nativos. Cree, honradamente, que cumplirá con su deber de proteger a la madre naturaleza de la avidez ilimitada de los plantadores de soja (¡Como si la soja fuera un veneno!). No sabe (y por eso es inocente) que quienes conducen este movimiento están dispuestos a avalar el ecoterrorismo.
Tampoco sabe (y por eso es inocente) que quienes echaron a Monsanto se negaron de manera contumaz al debate científico, porque la ciencia para ellos es un detalle baladí. Mi amigo, que irá al acto con su flamante celular, ha olvidado además que quienes lo convocan son los mismos que se oponían a la instalación de antenas de telefonía móvil invocando efectos cancerígenos que nunca pudieron ser comprobados.
No faltarán a la manifestación los artistas, que harán oír su voz por estos reclamos tan cristalinos. La farándula, como sabemos, siempre es materia dispuesta para mostrarse en defensa de todas las causas que “quedan bien”.
¿Cuánto le importan a mi vecino los bosques nativos? Mucho; por eso no faltará a la cita. ¿Cuánto les importan a los artistas que suman su canto? Probablemente mucho; por eso hacen su aporte desinteresado. ¿Cuánto aman a la naturaleza los que manejan los hilos ecologistas? Casi nada. Los bosques para ellos son un pretexto. El verdadero objetivo de esta gente es la destrucción del sistema capitalista liberal.