Por Gonzalo Neidal
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Con el paso de los años, los argentinos hemos desarrollado una cierta inmunidad al asombro. Ni nos mosqueamos ya ante hechos que en otros países o en otro tiempo podrían haber calificado como extraordinarios o vergonzosos o asombrosos.
Ahora nos pasó con el camarista Eduardo Freiler, identificado con el gobierno anterior y protegido por los restos de kirchnerismo que aún quedan y que entorpecen cualquier intento de jerarquizar la Justicia.
Freiler exhibe una fortuna diez o veinte veces superior a la que podría explicar con sus ingresos. Un verdadero escándalo por donde se lo pueda mirar. Pero goza de la protección de los votos kirchneristas en el Consejo de la Magistratura y, por ese motivo, ni aún con los datos más comprobables, puede separársele del cargo. Además de todo, en el Consejo de la Magistratura hubo un votante que cambió su voto oportunamente para que Freiler no fuera sometido a juicio político. Se trata de Jorge Candis, quese había mostrado favorable a una censura al camarista pero a último momento mudó su forma de pensar y de ese modo aseguró la permanencia de Freiler. Probablemente haya recibido una propuesta que no pudo rehusar.
Este bochorno se suma a otros hechos graves que ya desde hace mucho tiempo han ido configurando una Justicia impresentable, centrada en los tribunales federales de Comodoro Py.
Casi nadie recuerda que Cristina presentó un proyecto para que los jueces fueran elegidos por el voto popular. Un espanto que ni siquiera contó con el apoyo de Eugenio Zaffaroni, uno de los referentes jurídicos del gobierno de los Kirchner. De haberse aprobado la propuesta kirchnerista, hubiéramos clonado a Norberto Oyarbide en cada juzgado.
El propio Zaffaroni, con muchos pergaminos académicos, en realidad siempre se mostró provocador y desafiante al saber que contaba con el apoyo mayoritario de los votos kirchneristas como para ser sostenido en la Corte Suprema. Zaffaroni fue juez de dos gobierno militares: la Revolución Argentina (1968-1973) y el Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983). Y existen pruebas documentadas de que en este último período rechazó pedidos de hábeas corpus en forma rutinaria. Un horror como antecedente. Sin embargo fue promovido con gusto por los Kirchner (antes, por De la Rúa y Alfonsín).
La presencia de Oyarbide, por otra parte, ha sido un símbolo representativo de la Justicia en tiempos del peronismo kirchnerista. A él iban a parar –quién sabe por qué milagro del azar- las causas más complicadas para los Kirchner. Y el juez las resolvía rápidamente con sobreseimientos y archivo.
De tal manera que el caso de Freiler no es más que una puñado de arena en el desierto. Tenemos que aceptar que hemos construido una Justicia deplorable, que sostiene la impunidad y, por eso mismo, alienta que gobiernen los ladrones.