Por Daniel V. González
El breve reinado de cinco años de Juan XXIII fue prolífico en definiciones políticas y sociales. En tan corto tiempo convocó al Concilio Vaticano II y fijó posición en dos Cartas Encíclicas de alto tono, que introdujeron nuevos conceptos y actualizaron las ideas clásicas.
Habían pasado setenta años desde la Rerum Novarum y apenas había sido actualizada treinta años atrás por Pío XI, en plena crisis de los años treinta. Terminó esa década crucial, llegó la Segunda Guerra y se abrió la Guerra Fría sin que la Iglesia hubiese dado a conocer sus puntos de vista de un modo integral y ambicioso.
La Encíclica Mater et Magistra (1961) coincide con el 70° aniversario de la Rerum Novarum y significa una actualización completa e integral de los puntos de vista de la Iglesia respecto de los temas sociales transcurridos desde fines del siglo anterior.
En un primer tramo, recorre toda la Doctrina Social de la Iglesia hasta ese momento poniendo especial énfasis en la defensa del trabajo, la libertad de sindicalización, el valor de la propiedad privada y el rol del estado.
Sintetiza de este modo los postulados de la Encíclica de León XIII:
• “Con relación al trabajo, enseña que éste de ninguna manera puede considerarse como una mercancía más”.
• “La propiedad privada lleva naturalmente intrínseca una función social, por eso quien disfruta de tal derecho debe necesariamente ejercitarlo para beneficio propio y de los demás”.
• El fin del Estado es “proveer al bien común en el orden temporal, no puede en modo alguno permanecer al margen de las actividades económicas de los ciudadanos, sino que, por el contrario, ha de intervenir a tiempo para que aquéllos contribuyan a producir la abundancia de bienes materiales, cuyo uso es necesario para el ejercicio de la virtud y también para tutelar los derechos de todos los ciudadanos”.
• También atribuye al Estado la tarea de “vigilar que los contratos de trabajo se regulen de acuerdo con la justicia y la equidad”. Defiende también el derecho de sindicalización.
• Toma distancia de “la libre competencia ilimitada”, a la que identifica con el liberalismo y de “la lucha de clases que el marxismo predica”.
A continuación, Juan XXIII resume los postulados que considera más importantes de la CE Quadragesimo Anno, de Pío XI y advierte sobre algunas modificaciones “en consonancia con los cambios de la época”.
En tal sentido, el punto más importante es el relacionado con la participación de los trabajadores en las empresas.
“(Pío XI) enseña… que en las presentes circunstancias conviene suavizar el contrato de trabajo con algunos elementos tomados del contrato de sociedad, de tal manera que los obreros y los empleados compartan el dominio y la administración o participen en cierta medida de los beneficios obtenidos”, dice Juan XXIII.
Y resalta un concepto importante, hoy ya olvidado por parte de la Iglesia: “Es asimismo de suma importancia doctrinal y práctica la afirmación de Pío XI de que el trabajo no se puede valorar justamente ni retribuir con equidad si no se tiene en cuenta su doble naturaleza, social e individual. Por consiguiente, al determinar la remuneración del trabajo, la justicia exige que se consideren las necesidades de los propios trabajadores y de sus respectivas familias, pero también la situación real de la empresa en que trabajan y las exigencias del bien común económico”. Un concepto notable y equilibrado, que tiene en cuenta las necesidades de los trabajadores pero también el contexto social y empresario en el que se expresan. Con el paso de los años este equilibrio se ha ido perdiendo y sólo parece haber perdurado la demanda por mayores retribuciones con abstracción de la situación económica y empresaria.
Finalmente, refuerza los conceptos ideológicos de fondo, tradicionales en todas las Cartas Encíclicas, al menos hasta Benedicto XVI inclusive. En primer lugar, Juan XXIII recuerda que “el Sumo Pontífice (Pío XI) manifiesta además que la oposición entre el comunismo y el cristianismo es radical”. Y más adelante también recuerda que su predecesor advierte que “la dictadura económica ha suplantado al mercado libre; al deseo de lucro ha sucedido la desenfrenada ambición del poder, la economía toda se ha hecho horriblemente dura, inexorable, cruel”. No hay que olvidar que estos conceptos se enmarcan en la crisis de los años treinta y que son también una constante en los pronunciamientos de la Iglesia: la toma de distancia tanto del capitalismo libérrimo como del socialismo marxista.
A continuación, y como preámbulo a los propios postulados de su Encíclica, Juan XXIII enuncia los cambios técnicos ocurridos en las décadas anteriores: el descubrimiento de la energía atómica, las producciones sintéticas, la extensión de la automatización, la modernización progresiva de la agricultura, la desaparición de las distancias por obra de la radio y de la televisión y la velocidad creciente de los medios de transporte.
En el campo social, señala las nuevas circunstancias: los seguros sociales, los movimientos sindicales, la elevación de la instrucción básica, el auge cada vez más extendido del nivel de vida, la reducción de separaciones entre las distintas clases sociales.
Y advierte sobre los problemas que se han agudizado: los desequilibrios existentes entre la agricultura y la industria y los servicios generales y también entre zonas de diferente prosperidad económica en el interior de cada país. Y también, en el plano mundial, entre los países de distinto desarrollo económico.
Y es a partir de este racconto cuando Juan XXIII comienza a exponer sus propios puntos de vista sobre la situación del mundo a comienzo de los años sesenta.