Por Gonzalo Neidal
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Elisa Carrió no es una mujer fácil de llevar.
Ella ha sido una persona importante en la constitución de la alianza que ahora gobierna el país y hasta el momento suma apoyos y votos para el presidente Macri. Todo bien.
Con el tiempo, Carrió se ha ido transformando en una suerte de referente moral, en alguien a quien amplias franjas de votantes reconocen una alta cuota de honestidad y una gran vocación de lucha contra la corrupción que ha caracterizado al gobierno anterior. Una suerte de fiscal moral de la república. Su presencia en el gobierno para muchos significa una certificación de Normas ISO en materia de probidad.
Hasta ahora, los votantes no han preferido a Carrió para cargos ejecutivos. La quieren más bien en la denuncia, en el seguimiento de casos de corrupción. La prefieren acorralando a funcionarios o jueces que no actúan con honestidad.
Y Carrió se siente cómoda en ese rol.
Le gusta pontificar. Ciertamente se trata de una función muy confortable.
Otra cosa es gobernar, claro.
Para ejercer el gobierno, se sabe, no es aconsejable calzar zapatos blancos. A menudo se salpican con los fangos del poder. Resulta inevitable. Esto ya lo descubrió un señor llamado Niccolo di Bernardo dei Machiavelli y lo escribió hace casi 500 años para Lorenzo de Medici. Él señaló para siempre que política y moral no necesariamente transitan el mismo camino. En todo caso y siendo ambiciosos podemos pretender que converjan en los objetivos finales.
La búsqueda de lo perfecto siempre lleva a rechazar lo bueno. Se trata de un objetivo difícil de satisfacer en cualquier país del mundo. En tal sentido, siempre habrá motivos para la disconformidad. Sobre todo si el prestigio del denunciante o cuanto menos su ubicación en las encuestas, depende de la frecuencia e intensidad de las denuncias.
La sed del denunciante es perpetua. Tanto que uno comienza a preguntarse si lo que verdaderamente le preocupa es la salud moral de la república o su propio posicionamiento ante la opinión pública.
La relación de Carrió con el gobierno siempre será de un equilibrio inestable. Queda por verse si se trata de un vínculo similar al de la fábula de la rana y el alacrán, es decir si la vocación de Carrió por la denuncia es un mandato atávico tan fuerte que terminará por hundir todo en aras de una santidad que nunca termina de alcanzarse.
Cada día nos levantamos pensando qué nueva denuncia hará Carrió. A qué nuevo malo habrá descubierto. Quién será el que ahora no cumple con su canon de honestidad. Qué nuevo planteo le hará al presidente. Si objetará a un ministro de la Corte, a un encumbrado miembro de la AFI, a algún precandidato de Vidal o a algún contratista de obra.
Cada tanto, Macri deberá concederle una entrevista para tranquilizarla y explicarle que, además de satisfacer su espíritu de integridad y rectitud republicanas, él debe seguir gobernando.