Por J.C. Maraddón
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Así como la zeta del Zorro constituye una marca indeleble en la memoria de aquellos que crecieron viendo la serie de Disney, también la aureola de El Santo es un signo de aquellos tiempos, en los que el televisor en blanco y negro presidía el living comedor de los hogares de clase media. Simon Templar, ese extraño Robin Hood del siglo veinte, era el menos convencional de los agentes secretos que poblaban la pantalla chica durante esos años sesenta en los que la Guerra Fría se puso más caliente y en los que la política internacional parecía girar en torno a esos personajes que conspiraban en las sombras.
Sin embargo, Simon Templar no fue un invento de la Guerra fría ni de las reyertas entre Oriente y Occidente posteriores a 1945. Es más, surgió de la imaginación de un escritor que vivió a mitad de camino entre esos dos mundos, porque era hijo de padre chino y madre inglesa. Leslie Charteris creó a El Santo para su novela “Meet The Tiger”, de 1928, donde este forajido/justiciero busca frenar las actividades ilegales de un contrabandista de oro apodado “el Tigre”, para luego devolver lo robado a su legítimo dueño y cobrar la recompensa.
Por más de cincuenta años, ese simpático atorrante iba a protagonizar infinitas aventuras, que trascendieron lo literario para introducirse en el cine y la televisión. Tenía tanta fuerza y tanta riqueza ese personaje creado por Charteris, que se prestó a todo tipo de adaptaciones. Y hasta llegó un momento en el que otros escritores se hicieron cargo de continuar la saga, bajo la estricta supervisión del autor original, que a esa altura ya se había hartado de llevar de acá para allá a su criatura y de hacerlo vivir peripecias memorables que ponían a prueba su bondad y su vocación de servicio.
No cabe duda que haberle dado a vida a Simon templar fue el aporte más trascendente que Leslie Charteris realizó a la cultura universal, aunque esa contribución haya sido, precisamente, la que lo sumergió en una especie de anonimato. Porque más allá de las regalías que puedo haber percibido por su obra, el que se ganó la celebridad no ha sido Charteris sino Templar, sobre todo a partir del éxito de la tira que produjo la televisión británica desde 1962 y que, luego de ser adquirida por la cadena NBC para su emisión en los Estados Unidos, sedujo a los telespectadores de todo el planeta.
De su mano, obtuvo fama y prestigio internacional un actor inglés que, al momento de ser citado para rol estelar, ya tenía 35 años y una carrera profesional en la que sobresalía una quincena de largometrajes junto a varias de las más rutilantes figuras del periodo dorado de Hollywood. Pero fue con esa serie, conocida en la Argentina como “El Santo”, que Roger Moore adquirió una popularidad arrasadora. Tanto que una década después, en 1973, iba a ser convocado para asumir el papel del agente al que todos soñaban con interpretar en el cine: James Bond.
A los 89 años, falleció el martes en Suiza ese flemático actor británico, que en el palmarés de su biografía ostentaba la distinción de haber sido el que durante mayor cantidad de tiempo se calzó el traje de 007. Para otros, en cambio, el recuerdo de Moore confunde su apariencia física con la de Simon Templar, ese raro bienhechor que dejaba su tarjeta de un hombrecito con aureola como prueba de su autoría, al igual que El Zorro marcaba con su espada la zeta en el uniforme que cubría la barriga del Sargento García. Como los pintores que, después de haber concluido el cuadro, estampan su firma.