Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com

La selección de textos de hoy presenta a menores captados por la noticia periodística por casos puntuales o por las acostumbradas escenas que desarrollaban estos cachorros y preadolescentes en la vida urbana de hace 120 a 140 años.
Por lo que se extrae de la lectura, tanto podía tratarse de menores sin hogares bien constituidos, como de aquellos cuyos padres no ejercían una vigilancia diaria sobre ellos. También aparecen niños que trabajaban como criados o al servicio de otras personas. Y aun puede que asomen simples chicos que pasaban en la calle más tiempo del que era aconsejable, y que realizaban alguna travesura. Sin embargo, en las breves crónicas salta el juego de naipes, el consumo de alcohol, el raterismo e incluso la pelea con armas cortantes. Frecuentemente los periódicos retrataban sus andanzas con vara poco indulgente.
La cita más antigua del conjunto proviene del diario El Progreso de 1874:
“Grupos de muchachos
Llama la atención de una manera alarmante la corrupción de los muchachos.
En todas las calles se tropieza con grupos de muchachos mal entretenidos
Y lo que más alarma es, que los juegos y entretenimientos de los muchachos no son ya como antes.
Uno que otro juega a las bolitas ya; los demás toman juegos que no son de su edad, tienen naipe en el bolsillo y es común sorprenderlos reunidos con una botellita y haciendo alarde de beber aguardiente y ginebra.
No ganan legítimamente lo que gastan en naipes y licores; todos los que tiene muchachos a su servicio se quejan de haberse convertido en rateros.
Es preciso que la Policía, se de cuenta de lo que está sucediendo y emprenda con empeño la persecución de estos pequeños corrompidos de que al fin se forman los grandes criminales.”
Los menores así descriptos tal ya pasaban de niños, aunque esta es sólo una presunción. Sí puede que fuesen más pequeños los ladrones de fruta que señala El Progreso de 1884. Tal vez se tratase, simplemente, de niños de familias que una siesta se escaparon de su casa para probarse a sí mismos en estos menesteres. La cárcel no era adecuada para ellos:
“Qué pícaros!
Se hallan alojados en el hotel del gallo dos menores de edad, por haber sido sorprendidos en flagrante delito de hurto en una quinta. Los diablillos habían querido sacar tripa de mal año, proveyéndose de una buena cantidad de fruta cuando se vieron de pronto descubiertos por el dueño de casa, quien los entregó de una manera cordial al vigilantes que estaba allí de facción. A más se supone andan fugados de sus casas.”
Constituía un delito de más envergadura el robo que publica en 1896 Los Principios:
“Robo de guantes
Hace dos o tres días que un agente de policía condujo a la oficina de pesquisas al menor Ramón Rivero por haberlo sorprendido vendiendo guantes a domicilio lo cual era una vehemente sospecha de hurto. En efecto: una vez en presencia del comisario de pesquisas el muchacho declaró haber sustraído esos guantes del Registro del señor Pablo Karná; sustrayéndole veinte y ocho pares declarando que once habíalos vendido en casas de familia donde un agente, acompañado del ladrón, practica activamente las investigaciones del caso. Ramón Rivero ha hurtado pues treinta y nueve pares de guantes y se tiene la esperanza de que serán mucho más en cuyo caso el pequeño caballero de la industria tendrá que confesarlo sin reticencia alguna.”
Pero donde el cuadro adquiere un cierto escalofrío es en las siguientes crónicas, que relatan peleas entre muchachos domésticos, que terminan con heridos. La primera es de 1884 y la informa La Conciencia Pública:
“Pelea
Hoy se trabaron en pelea dos muchachos sirvientes en el Teatro Progreso, resultando uno de ellos, Manuel Ceballos, herido de un tajo en el muslo.
El heridor huyó.
El herido fue llevado a la Policía y conducido en seguida al hospital.”
La siguiente crónica de una riña la trae El Eco de Córdoba en 1886. El Jefe de Policía era Marcos Juárez, y el diario refería una injusticia policial:
“En los ojos del Cabildo
El niño Guillermo Vandor fue mandado anteayer por el Presbítero Pereyra para que se presentara a la oficina del Gefe de Policía y le pidiera el manteo y el sombrero de teja que este funcionario le había tomado cuando estuviera preso.
Antes de presentarse ante D. Marcos para desempeñar su cometido, se subió a las galerías del interior del Cabildo, en donde se encontró con un menor doméstico del Dr. Almada Maldonado, que hablaba insolencia contra el sacerdote espresado.
El infantil Vandor le manifestó en términos propios a su edad, que el Presbítero Pereyra era un sacerdote honorable.
Esto bastó para que el muchacho arremetiera empuñando una navaja, con la que le infirió un tajo en la mejilla derecha de la cara, y otro en una mano.
Los soldados se apercibieron de esta contienda sangrienta, y acudieron en el acto al sitio donde se produjo. Las heridas que ha recibido Vandor son enormes, principalmente la de la cara.
El heridor fue puesto inmediatamente en libertad, sin que se le haya aplicado ningún correctivo, mientras que el herido estuvo a punto de ser víctima de una reprimenda a latigazos.
Vaya un modo de hacer justicia!”
Finaliza la serie con la siguiente cita del diario Los Principios de 1897:
“Menores vagos
Casi no hay día que en nuestra sección policial no tengamos que dar cuenta de delitos cometidos por menores de edad.
Es un caso de corrupción social que merece un serio estudio por parte de la prensa y mayor vigilancia por parte de los padres de familia y de las autoridades.
Los Cafés, las casas de juego y aun las casas de bailes públicos se ven frecuentadas noche a noche por niños de doce, trece y catorce años, que con el mayor desparpajo se ejercitan en la práctica de los malos hábitos que en ella se adquieren.
Pobres seres! Si a edad tan temprana se revuelcan en el lodo de la degradación, empapándose el cuerpo y el alma en esas emanaciones que destruyen todo sentimiento moral y religioso, qué puede esperarse de esos jóvenes para el porvenir?
Son candidatos a morir en un presidio, en un manicomio o devorados por el veneno mismo de esos vicios que practican.”