Por Marcos Duarte
Juan Schiaretti decidió jugar en un tablero que, hasta el momento, parecía reservado para José Manuel de la Sota. Sin enfrentarse con su antecesor, el mandatario cordobés confirmó que pretende ser un protagonista de la postergada renovación del Partido Justicialista nacional.
El peronismo cordobés venía funcionando bajo una máxima no escrita: Juan en la provincia, José en la nación. Esta tácita división de roles fue respetada a rajatabla durante los primeros dos años de gestión.
La decisión de De la Sota en el sentido de no encabezar la lista de diputados nacionales de Unión por Córdoba dejó un espacio vacante y es sabido que la política, como la naturaleza, tiene horror al vacío.
En la semana posterior a la definición del ex gobernador, Schiaretti emprendió un raid de apariciones en una clave que, hasta el momento, era desconocida. En primer lugar, lideró una reunión de gobernadores peronistas en la que se debatió el escenario electoral de cara a los comicios de octubre.
Constituido de hecho en vocero de esta liga que integran los representantes de la nueva generación de mandatarios provinciales justicialistas, puso tiempos para la irrupción de este espacio en la política partidaria. “La reorganización del peronismo seguramente se producirá después de las elecciones legislativas” dijo el cordobés luego del cónclave que tuvo lugar en la casa de la provincia de Entre Ríos en la Ciudad de Buenos Aires.
Luego, en declaraciones televisivas, puntualizó algunas condiciones para la organización partidaria. “El kircherismo es un ciclo ya terminado” afirmó y describió la influencia política de Cristina Fernández como “un problema que deben resolver los compañeros de la provincia de Buenos Aires”.
Si bien consideró imprudente opinar sobre cuestiones internas de otros distritos, las entrelíneas de lo expresado por el gobernador de Córdoba no dejan lugar a dudas: el PJ solo podrá ser competitivo si deja atrás la etapa kirchnerista. Este concepto forma parte del núcleo de coincidencias fundacionales de la nueva liga de gobernadores.
La estrategia nacional de Schiaretti tiene, por lo menos, dos metas inmediatas. La primera es conformar un bloque que permita mejorar las condiciones de negociación con el gobierno nacional.
“Gobernabilidad de ida y de vuelta” fue la fórmula que eligió el cordobés para graficar esta idea. En buen castizo, esto implica desmontar la táctica de bloqueo que promueve el kichnerismo en el parlamento a cambio de un trato cordial del poder ejecutivo para con las provincias que no se enrolen en el oficialismo.
Schiaretti piensa que, luego de los comicios, la prioridad del gobierno nacional será la reducción del déficit fiscal. En ese camino, las provincias gobernadas por el justicialismo pueden ser las primeras perjudicadas. La necesidad de unir fuerzas para equilibrar la presión que ejercerá el ejecutivo a las administraciones provinciales es la principal motivación de los mandatarios que se reunieron la semana pasada.
Así lo expuso el cordobés en la visita a La Rioja que realizó la semana pasada. “Las provincias nacieron en nuestra patria antes que la Nación y es hora que las provincias sean capaces de coordinar acciones de gobierno sin pedirle permiso a la Nación” dijo flanqueado por su colega riojano Sergio Casas. Además, apoyó un reclamo histórico de la provincia vecina en relación a la recuperación del punto de coparticipación que perdió en 1988.
La segunda faceta del plan tiene que ver con lograr un equilibrio político que complemente la conversación institucional. El cordobés aspira a que un nuevo PJ pueda servir como contrapeso a Cambiemos en el plano electoral. El actual esquema de dispersión, afirman, facilita el avance de la coalición entre macristas, radicales y lilistas en las provincias.
En el entorno de Schiaretti afirman que su raid nacional no implica necesariamente aspiraciones presidenciales. En el mismo sentido, desmienten que la movida sea incompatible con la anunciada candidatura de De la Sota. Están convencidos que las elecciones legislativas servirán para ordenar el archipiélago peronista y que, luego de eso, cada dirigente encontrará su lugar.