Por Gabriel Abalos
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Nacido en Córdoba, Jorge Luján es reconocido internacionalmente como autor de libros dedicados a los niños. Acaba de presentar en Córdoba Salando el río con una cucharita, su primera novela para grandes, editada por Comunicarte de Córdoba, donde el oficio de la palabra amable, del afecto y la ternura siguen acompañando la escritura, aquí volcada obviamente a la prosa. El foco en su propia infancia le permite mantenerse como el niño “soñando en la azotea”, cuya formación está inspirada por el asombro y el descubrimiento.
La distinción entre destinatarios demarca, no obstante, algunos elementos sobre los que, en entrevista, especifica su autor: “A diferencia de mi escritura poética en la que predomina la alusión, la elipsis, la contención, en la novela intenté priorizar los choques de fuerzas y el fluir narrativo. En ambos casos, tanto en la poesía como en la prosa, valoro la transformación de los personajes y una revelación final que re-signifique el texto.”
Su infancia –la infancia del hombre que emite la voz narrativa- se despliega en los breves y contundentes capítulos de las tres partes en que está dividido el relato, escrito en frases breves y precisas, con una gran dote de sensibilidad, aun cuando aborda pasajes tristes y dolorosos. “La primera parte es un Allegro –explica el escritor-, en ella el niño tiene 8 años, aparecen algunos motivos como ‘el abuso’, ‘el bulling’, ‘los padres distantes’ ‘el bobo del pueblo’ ‘la pedofilia eclesiástica’, ‘el hombre con duende (tío marginado por ser poeta y distinto), ‘la fuerza de la amistad’. La segunda parte es un Adagio que contiene un flashback hasta el bisabuelo -El Maestro, que en realidad se llamaba Francisco Luján y fue el primer maestro de Río Ceballos como indica la placa debajo del aguaribay histórico que está protegido con una reja enfrente de la iglesia del pueblo-. Sigue con mi abuelo a quien el inglés llevó a la Pampa y regresó con un gran rebaño bovino -y sin su compañero indígena que no cabía en un mundo de blancos-, luego reaparecen los motivos del padre y su hermano Tiago que terminó en Oliva, y algunos sucesos del niño. En la tercera parte, un Allegro con brío, se retoma al niño adonde se lo dejó en la primera parte, o sea a los 8 y se lo ve crecer hasta los 12 años en que ingresa al Liceo.”
Jorge aporta algunos detalles sobre el proceso narrativo específico que entró en juego en la novela, que no se limita al registro de la emoción, y precisa cuáles fueron sus elementos rectores: “La escritura y sobre todo la reescritura se fueron enriqueciendo a partir de cuatro aspectos: la Sonoridad (aliteraciones, paronomasias, asonancias), el Pensamiento (metáforas, metonimias, paradojas), las Imágenes (realistas, insólitas, oníricas) la Afectividad (emociones, sentimientos, humor).”
Las vivencias permiten rearmar el paso del tiempo, el desarrollo de las emociones, el tipo de vida en que abrevan esos recuerdos: una vida de pueblo casi rural, en el seno de una familia donde los afectos no fluyen singularmente, un grupo familiar que –atado al destino de un padre bancario que es trasladado cada tanto- debe refundarse en diversos escenarios físicos y afectivos. Medios donde no se echa de menos la enseñanza, aquellos personajes que se encargan de transmitir las dosis de ternura y de ejemplo para el cachorro en crecimiento. Tampoco faltan los males de siempre: la discriminación, el influjo de una religión moralista, la violencia y otros.
Allí desfilan los ancestros, con sus historias. Se remarca la ausencia de la familia materna y, en la paterna, la del tío que escribía poesía y se escapaba siempre, hasta que lo internaron por no adaptarse a la mediocridad reinante. Figuran también el primer y candoroso amor, los temblores de la pesadilla, el cándido despertar sexual, las travesuras que para los adultos son escándalo. Su hermana menor y su hermano mayor, cuyos rasgos extremos dejan al del medio casi transparente. El enamoramiento de la maestra, feliz y productivo, la epopeya del sabor, de la amistad, del regusto, del poder de la naturaleza, del deslumbramiento.
“La novela me llevó algunos años –puntualiza Luján-. Cuando la empecé tenía las historias, el léxico pero aún me faltaba la voz narrativa, la construcción de escenas y el desenlace. Cuando concebí la estructura en 3 partes como una sonata comenzó el proceso de escritura.”
En ella aparecen dos “voces”, una de ellas en itálica. Así explica el escritor el fundamento de esa dualidad: “Sentí la necesidad de que tuviera dos tonos. Es decir un mismo narrador con dos intenciones distintas: una irónica, humorística y en ocasiones surrealista (en itálicas) —que me permitía hacer más llevadero el dolor— y otra con un amplio espectro emocional que permitía ir presentando los momentos dramáticos, jubilosos o aventureros sin atenuantes (en tipografía normal). Aspiraba de este modo a un equilibro entre el gozo por vivir y el peso del lado oscuro de la realidad”.
Salando el río con una cucharita capítulos inolvidables, entre ellos la visita frustrada al tío internado, rica sin embargo por otra parte en poemas funerarios. O el dedicado al vendedor de arrope, que va de la dulzura del paladar a la amargura de un crimen.
En suma, el libro propone un recorrido que se verifica con suavidad y sin excesos de palabras: sólo las justas, las necesarias, las significativas. Jorge Luján ha depositado en esta novela provisiones de emoción que lectores y lectoras no podrán dejar de apropiarse durante su lectura, la que les dejará una reconfortante borra de afectos.