Por J.C. Maraddón
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La serie “13 Reasons Why”, de Netflix, es uno de los temas noticiosos obligados por estos días, sobre todo por la polémica que levanta al poner la lupa encima del suicidio adolescente. Con el bullying y la violencia de género como temáticas, la tira producida por Selena Gómez genera acaloradas discusiones en ámbitos familiares y escolares, propiciando que se hable precisamente de algo sobre lo que se evita profundizar. Hay también quienes atribuyen a “13 Reasons Why” un efecto pernicioso, porque presenta a la suicida como un personaje con el que muchas chicas de esa edad pueden identificarse.
Mediante excelentes actuaciones y una sólida estructura narrativa, la serie captura al espectador y lo obliga a sumergirse en ese especial submundo de la escuela secundaria, al que suele idealizarse cuando el tiempo pasa y los recuerdos se desdibujan. Pero, al ver esos trece episodios, quien ha atravesado esa etapa desde un pupitre no puede evitar remontarse a momentos en los que, o bien fue objeto del escarnio ajeno, o bien se encargó de hacerle la vida imposible a un compañero, a una compañera o a un docente. Aunque la acción transcurra en el presente y en Estados Unidos, las acciones se adaptan a cualquier tiempo y a cualquier lugar.
Como un componente inseparable de la trama, la música aflora a lo largo de esta tira, a veces como un trasfondo opresivo y en otras ocasiones como un sonido que, desde el primer plano, asume protagonismo y traslada al espectador a una sensación que deja un nudo en la garganta. Existe -es evidente- una preocupación particular por la banda sonora, en la que comparten espacio algunos clásicos del rock con nombres más nuevos y alternativos, que funcionan como un guiño de complicidad para los adultos y para los jóvenes, respectivamente.
Entre todos esos temas que acompañan las grabaciones que ha dejado Hannah, en las que explica los motivos de su fatal decisión, se cuelan músicas incidentales que, al escucharlas en detalle, toman otra dimensión. Por ejemplo, la canción “Run Boy Run”, del francés Woodkid, que ilustra una escena del episodio 2 y que transmite una atmósfera cargada y asfixiante. Para la popular, el tema remite a una secuencia clave de la película “Divergente”, con lo que anuda a “13 Reasons Why” con una historia que fue muy exitosa entre los teenagers, mecanismo que en la serie de Netflix funciona a la perfección.
Woodkid se llama, en realidad, Yoann Lemoine, y sus mayores logros han girado en la órbita del videoclip, un género en el que dirigió “Teenage Dream” de Katy Perry, “Back to December” de Taylor Swift y “Born to Die” de Lana Del Rey, entre muchos otros. Su música, que en el orden cronológico surgió después de su vocación por la producción audiovisual, ha sido catalogada como neofolk, por ponerle algún nombre, porque en realidad lo que él hace carece de una definición posible. Y en “Run Boy Run”, de 2013, se oye una base industrial que le imprime dinamismo sonoro.
Su inclusión en “13 Reasons Why” no podría ser más atinada, porque se amolda a la perfección al sentimiento que se pretende despertar en el público. Y porque, después de largos años en los que los movimientos de cámara, los efectos visuales y las maravillas de la compaginación fueron los recursos a los que se apeló con mayor asiduidad en la pantalla chica, el sonido ha recobrado la importancia que merece en este tipo de realizaciones. Con Martin Scorsese como cultor obsesivo de esa gimnasia, pocos ignoran que una buena canción en el momento adecuado, consigue lo que no podrían hacer miles de imágenes sucesivas.