Por Pablo Esteban Dávila
Sorprendió el ex director general de la Agencia Federal de Inteligencia, Oscar Parrilli al afirmar, en soledad, que “a Nicolás Maduro no lo critican por los errores sino por sus aciertos, como a nosotros”. Estas expresiones reeditaron la certeza de buena parte de la sociedad en el sentido que, de haber continuado el gobierno kirchnerista, Argentina habría terminado como Venezuela.
Aunque la amenaza terminó volviéndose abstracta (el triunfo de Mauricio Macri la alejó en el momento oportuno), es interesante hacer notar que los K supieron implantar sus preferencias boliviarianas en el propio territorio que los vio nacer: Santa Cruz. Por estas horas, la provincia sureña parece un trasplante de Venezuela en nuestro país, especialmente por la crisis sin final en las que ambas se encuentran sumergidas.
En efecto, las semejanzas, aún con los inevitables matices, asustan. Santa Cruz, al igual que Venezuela, es una provincia petrolífera. Como tal, recibió regalías por más de 500 millones de dólares en la década de los ’90 y cuantiosos montos por el mismo concepto en los últimos doce años. Este flujo, sin embargo, no fue invertido en diversificar su estructura económica ni, mucho menos, modernizar su base social. Continúa siendo una jurisdicción rentística, plagada de empleo público improductivo e incapaz de generar empleos de calidad. La baja en el precio internacional de los hidrocarburos profundizó sus inconsistencias, de la misma manera que sucedió en las tierras de Hugo Chávez, el modelo político de los Kirchner.
La riqueza subterránea de Santa Cruz fue, asimismo, complementada por cuantiosos fondos federales que fluyeron a través de la superficie política nacional durante los gobierno de Néstor y Cristina por igual. Muchos de estos montos (al menos 46 mil millones de pesos) fueron canalizados a través de Lázaro Báez y sus empresas, con los resultados –o, mejor dicho, la falta de ellos– por todos conocidos.
Aquella terra australis fue también objeto de costosas y enormes fantasías, bien al estilo de las soñadas epopeyas chavistas. En 2004, el entonces presidente Kirchner anunció la construcción de una usina termoeléctrica de 80 megavatios en Río Turbio, que utilizaría el carbón mineral que el yacimiento minero produce en aquella localidad. Se gastaron 800 millones de dólares en la planta (inaugurada en 2011) sólo para comprobar que, al final de cuentas, el carbón que se extrae no es suficiente como para hacerla funcionar en forma ininterrumpida. El proyecto se encuentra hoy parado y a la espera de definiciones.
Este dislate fue, posteriormente, complementado con el anuncio de las monumentales represas Gobernador Cepernicy –no podía ser de otra manera– Néstor Kirchner, que costarían la friolera de 4.700 millones de dólares y que tendrían una potencia instalada de 1310 mega watts, un 5 % del máximo consumo nacional de energía. Como tantos otros proyectos K estas represas quedaron, por ahora, detenidas en los anuncios. Lo que sí produjeron fue una avalancha de compras de amigos del poder de las tierras que serían inundadas por los correspondientes espejos de agua y, por lo tanto, sujetas a expropiación. También generaron denuncias por sobreprecios y contubernios entre las empresas constructoras adjudicadas, sin que se sepa exactamente cuándo comenzarán a construirse y cómo serán financiadas, ya que el compromiso de los Bancos Chinos involucrados en su construcción sería relativo.
Los números de vértigo con los cuales fue obsequiada Santa Cruz durante tanto tiempo no sirvieron de nada, al menos si se observa su actual realidad. Alicia Kirchner, su gobernadora, se encuentra jaqueada por huelgas de docentes, judiciales y otros sindicatos de empleados públicos. Para envidia de Roberto Baradel allí las clases todavía no han comenzado, en tanto que los hospitales se encuentran sin insumos ni prestaciones esenciales. Lo único que parece funcionar correctamente es la policía que, por estas horas, encuentra mucho trabajo en reprimir a los manifestantes que, todos los días, se ocupan de recordarle a la señora Kirchner que adeuda salarios desde hace meses y que las finanzas públicas se encuentran sumidas en el caos. Casi como en Venezuela.
Es así: de tanto venerar al comandante Chávez y callar los desvaríos autoritarios de Nicolás Maduro, la dinastía Kirchner se ha dado el gusto de reinar en una provincia que se parece cada vez más a su admirado experimento caribeño, con la salvedad del frío patagónico. Sociedades en pie de guerra, Estados quebrados, promesas de revoluciones incumplidas y miles de millones de dólares despilfarrados en corrupción e ineficiencia son las insoslayables similitudes entre ambas situaciones.
Esta no es una casualidad macabra. Es, en realidad, la consecuencia inevitable del populismo estatista. El quebranto económico y la represión policial –que es su derivado inseparable– terminan siendo el colofón de los regímenes que detestan el mercado, las instituciones liberales y la propiedad privada. Hoy, al igual que Venezuela, Santa Cruz es mucho más pobre de lo que era, su sociedad se encuentra signada por el clientelismo y la falta de oportunidades y su sistema político se balancea al borde del colapso.
La gran diferencia con Maduro es que Alicia Kirchner todavía no cuenta con muertos en su conciencia y, una no menor, es que tiene un presidente de la Nación a quién recurrir. En este sentido, Mauricio Macri ha dado pruebas de una magnanimidad que sus antecesores no tuvieron. Desde comienzos de año, la Nación ha auxiliado a Santa Cruz con un promedio de 25 millones de pesos diarios que, aparentemente, no han servido de gran cosa. Además, y lejos de regocijarse por el apriete de los manifestantes contra la gobernadora y Cristina Fernández en la residencia de gobierno santacruceña, Macri ha lamentado los excesos de los manifestantes y reiterado, una vez más, que la violencia no es el camino.
Lo que sí parece claro es que, a pesar de los buenos modales, la Casa Rosada no está dispuesta a consentir sin más que todo siga igual por aquellos confines. Una cosa es financiar a un distrito en problemas y otra muy distinto es hacerlo con uno que, durante más de una década, fue el más privilegiado por la distribución discrecional de fondos desde el tesoro nacional. Cualquiera tiene derecho a prolongar una fiesta absurda, pero pedirles a los demás que la solventen es too much, Cristina dixit.
Queda para la reflexión el absurdo de estos líderes que, de tanto anunciar revoluciones imaginarias y justica social con gasto público, se olvidan del largo plazo y de lo que ocurrirá cuando la plata dulce se termine. Venezuela soñó, con el petróleo, que restauraría el prestigio perdido del socialismo estilo cubano, en tanto la dirigencia santacruceña Santa Cruz se engañó pensando que el “modelo de acumulación de matriz productiva diversificada e inclusión social” era algo más que una fantasía basada en las commoditiesagrícolas. Pobrecitas. Hoy pagan con hambre, represión y amargura tanta candidez.