Por Daniel V. González
El peronismo cuenta con la pretensión de haber creado una nueva
visión de la economía, distante del capitalismo y del socialismo. A partir de ahí no le resulta difícil coincidir con los puntos de vista de la Iglesia católica. Incluso los más entusiastas creen ver en el peronismo la expresión misma de la realización de la Doctrina Social de la Iglesia.
La identidad de la economía del peronismo es sintetizada por Antonio Cafiero en el prólogo a la edición de Cinco años después, libro publicado en 1961 en el que intenta reivindicar la política económica peronista y refutar el informe presentado por Raúl Prebisch hacia fines de 1955.
Dice Cafiero:
“(…) la ideología del Justicialismo reconoce una clara filiación cristiana que la sitúa más allá del liberalismo y del marxismo y provenía de una original y genuina inspiración nacional en cuanto dio respuestas autónomas, ampliamente participadas por el pueblo, a la temática del desarrollo económico y social del país”.
En relación con su raigambre técnica el peronismo siempre se ha reivindicado como “keynesiano”, interpretando a su modo las ideas de John Maynard Keynes, muy especialmente las que éste impulsara respecto del gasto público y los estímulos fiscales y monetarios a la demanda agregada, a fines de revivir la economía afectada por la crisis mundial de los años treinta.
El peronismo, entonces, cree haber pensado y desarrollado un sistema económico propio que permite crecer, desarrollar la industria y generar un clima de equitativa distribución del ingreso. Esta singularidad reclamada por el peronismo ¿le hace justicia al movimiento o bien, pese al halo épico que lo rodea, especialmente por las figuras de Perón y Eva, el peronismo no es más que un vulgar movimiento populista como tantos otros que han existido a lo largo y ancho de América Latina?
Un libro publicado por Rudiger Dornbusch y Sebastián Edwards (Macroeconomía del populismo) aporta definiciones claras acerca de los elementos que habitualmente contienen la macroeconomía populista y su vecindad con los programas socialistas.
Dicen los autores:
“Para nosotros, el ‘populismo económico’ es un enfoque de la economía que destaca el crecimiento y la distribución del ingreso y menosprecia los riesgos de la inflación y el financiamiento deficitario, las restricciones externas y la reacción de los agentes económicos ante las políticas agresivas ajenas al mercado”.
Y luego advierten: “las políticas populistas fracasan en última instancia y su fracaso tiene siempre un costo terrible para los mismos grupos que supuestamente se quiere favorecer”.
Más adelante, los autores describen cuatro fases del desarrollo de la economía populista:
• Primero, un aumento de los salarios y el empleo y gran movimiento económico.
• Luego llega el cuello de botella del comercio exterior, la falta de divisas que convocan a una devaluación. Aumenta el déficit del presupuesto como consecuencia de los subsidios generalizados.
• Después llega la escasez, la aceleración de la inflación y se profundiza la falta de divisas.
• Finalmente, el gobierno reduce los subsidios, devalúa y caen los salarios reales hasta que finalmente llega un imprescindible ajuste ortodoxo, generalmente en un nuevo gobierno.
Estas etapas pueden verse en todos los movimientos populistas de América Latina de cualquier época. Esta trayectoria parabólica también puede apreciarse en el peronismo clásico, el que transcurre entre 1943 y 1955. El de Perón y Evita, aunque aún hoy es motivo de loas y permanece en el imaginario popular como el de los años más felices, en los que un líder con elevado concepto estratégico supo gobernar un país pastoril y llevarlo en tan solo una década a una categoría industrial.
Esta versión indica que en esos años la Argentina se encarriló firmemente hacia un proceso de industrialización que se cortó abruptamente por la restauración ganadera de 1955. También que fue aquel un tiempo de prosperidad para los trabajadores, que llegaron a la mitad en la distribución del ingreso nacional y accedieron a la posibilidad de un ascenso social como nunca volvió a repetirse.
Lo cierto es que la economía del peronismo clásico tiene dos etapas bien diferenciadas. Primero, un tramo expansivo muy publicitado e instalado como representativo del “verdadero” peronismo, que ha quedado impreso en la memoria y en los libros de textos como brillante y pleno de conquistas y de prosperidad. Cuando se habla del peronismo se piensa en esos años de gloria, progreso, ascenso social e industrialización.
La otra etapa, en cambio, es completamente desconocida. Casi nadie habla de ella. Ha sido desaparecida de la Historia, de las argumentaciones, de los estudios. No merece ni por cerca la misma atención que los años de expansión aunque se trata de la consecuencia inevitable de los primeros años de gobierno. Hablar de un Perón del ajuste no es ciertamente grato para ningún peronista pero además implicaría el reconocimiento explícito que aquello que el peronismo atesora como su aporte a la teoría económica universal no es más que un fiasco.
En efecto, Perón tomó consciencia de los problemas que se habían generado en los primeros años de su gobierno merced a las políticas que él mismo impulsó y trató de corregirlos en con su Segundo Plan Quinquenal, a partir de que asumió su segundo gobierno en 1952.
De tal modo, la economía del peronismo de aquellos años, puesta siempre como un ejemplo, ha transcurrido también por los cánones habituales de todos los populismos que en los países atrasados han amagado con una oferta de soluciones sencillas al duro problema del crecimiento. El eufórico crecimiento de los primeros años (1943/1949) no resultó sostenible a lo largo del tiempo. Este carácter efímero es el Talón de Aquiles del populismo, que consume recursos de forma irresponsable, logra un sacudón transitorio con variables en crecimiento pero compromete irremediablemente el futuro. Fue el propio Perón quien, consciente de que su gobierno iba hacia una crisis, tomó cartas en el asunto y se puso al frente de un ajuste que, con los las categorías que se manejan hoy, podría calificarse de “neoliberal”. Auge y decadencia, keynesianismo y liberalismo, expansión y ajuste son aspectos inseparables de una misma trayectoria.
Los peronistas se niegan a hablar del Perón del ajuste en tanto ello desmentiría el relato según el cual es posible una rápida y consistente expansión de la economía sobre la base de la protección al mercado interno, la creación de empresas públicas y una política de expansión del gasto público. Las rectificaciones posteriores no hacen más que confirmar las objeciones de largo plazo que siempre se hacen a estas políticas y las observaciones sobre su falta de sustentabilidad y consistencia.
Los años de expansión habitualmente están identificados con la presencia de Miguel Miranda en la conducción económica; los de ajuste, con Alfredo Gómez Morales. Pero uno y otro no son sino dos caras de la misma moneda: el uno, la expansión fácil fundada en abundancia de recursos; el otro, los retoques imprescindibles que naturalmente vienen después de los manejos displicentes. Es el sino de las políticas populistas aunque habitualmente siempre los ajustes quedan en manos de un gobierno de distinto signo político.