Cuando decimos populismo (Segunda y última parte)

Por Daniel V. González

Aun reconociendo las dificultades para definir al populismo, es necesario precisar algunas características a fines de aprehender su funcionamiento y vislumbrar sus efectos, que siempre resultan perniciosos tras una euforia inicial esperanzadora.
• El populismo crea escenarios que favorecen la corrupción. Con una Justicia sometida y un parlamento domesticado, el populismo queda libre de controles y además, impune. En tal situación tiene un amplio margen para la corrupción y el desfalco de los recursos públicos. Además, en su discurso tiende a justificar la corrupción en tanto se ejecuta en defensa del pueblo y sus intereses: todos los gobiernos roban pero éste lo hace para beneficiar al pueblo y a los pobres, tal es el argumento. Algún osado “intelectual” llegó a decir que la corrupción juega a favor de la democratización del sistema político pues, si no existiera, sólo los pobres podrían hacer política. A menudo, el populismo atribuye a la “moralina de las clases medias”, los reproches que se le hacen en materia de corrupción.
• El populismo siempre actúa con demagogia. Halaga al pueblo y a los pobres. Se presenta como un gobierno dispuesto a defenderlos de la avaricia de los ricos, a quienes responsabiliza de sus padecimientos. Construye mecanismos de clientelismo político que a la larga afianzan a los pobres en su condición pues elimina los vínculos entre el esfuerzo personal y la prosperidad. El clientelismo genera réditos electorales inmediatos pero posterga indefinidamente cualquier solución duradera al problema de la pobreza.
• El populismo tiende hacia el socialismo. Entre populismo y socialismo no existe una muralla china. Un gobierno populista avanzará hacia la socialización tanto como se lo permita el contexto político donde se desenvuelve. Populismo y socialismo comparten su índole autoritaria, su desprecio por la democracia y por las libertades individuales. La admiración de los líderes populistas hacia el socialismo es manifiesta e incluye una cuota de envidia pues los socialistas o comunistas cuentan con el poder total, sin el corsé democrático que deben soportar los populistas. Tras la caída del Muro de Berlín y la implosión del socialismo, el populismo ha tomado su lugar como esperanza redentora. En cierto modo, el populismo es el nuevo nombre del socialismo.
• El populismo frecuentemente se asienta en una abundancia circunstancial de recursos. La última oleada populista en América Latina tuvo que ver con el aumento de los precios de los alimentos, materias primas y petróleo, ocurrido a partir del comienzo de este siglo. Esa inmensa masa de recursos generó la sensación de que la abundancia transitoria se debía a las políticas impulsadas por el populismo cuando en realidad provenía de un alza de la demanda mundial, protagonizada por China, que impulsó los precios de las commodities hacia niveles nunca vistos. El despilfarro de esos recursos significó la pérdida de una oportunidad histórica para que esas naciones emergieran de su situación de atraso. A mediados del siglo pasado, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, también hubo un auge populista por razones similares.
• El populismo no es privativo de los países atrasados. Con otras características y singularidades también puede verse en naciones desarrolladas. Siempre apela al patriotismo, a la defensa del trabajo nacional y a la protección de la producción propia. Su discurso es nacionalista y con él logra conmover profundas fibras en sectores que han sido embestidos por alguna crisis que casi siempre tiene que ver con el progreso o con nuevas situaciones internacionales desencadenadas por el progreso. El triunfo de Donald Trump, la decisión británica a favor del abandono de la Comunidad Europea y el avance de Marine Le Pen en Francia, confirman lo que decimos.
• El populismo tiende a la violencia. Eso está en su naturaleza y en su dinámica pues rechaza la democracia, los controles republicanos, la división de poderes, la independencia de la Justicia y la existencia de una prensa libre. Aunque siempre parte de mayorías circunstanciales, muchas veces importantes, la democracia tiende a corregir sus vicios y a desplazarlos del poder. Para mantenerlo necesita de la violencia. Esto puede verse claramente en Venezuela, en este momento.
Regresemos al principio: el populismo siempre ofrece un paraíso instantáneo y un infierno futuro. Las medidas populistas siempre ofrecen soluciones inmediatas pero para un plazo breve. El problema es que lo hace a costa de destruir o de horadar severamente la posibilidad de soluciones más permanentes y sólidas. Es que éstas siempre demandan esfuerzo, tiempo, sacrificio y padecimientos momentáneos. Y esto va contra la naturaleza misma del populismo.
En tanto piensa que la responsabilidad de la pobreza está fincada en problemas de distribución de la riqueza existente, el populismo cree tener a mano soluciones inmediatas. Por eso siempre logra algunos éxitos en el corto plazo pero inexorablemente llega el momento en que los verdaderos problemas salen a la luz, profundizados. Esta situación se da en todo proceso populista y es completamente verificable con datos, cifras y resultados.
En definitiva, el populismo no es más que un espejismo, un atajo inviable que se ofrece para la solución de problemas que demandan esfuerzo, tiempo, trabajo y atención cotidiana. En la actualidad, los resultados del populismo pueden verse con claridad en Venezuela, país que ha sido destruido en un par de décadas.
Pese a todo, el populismo, al igual que las ideas socialistas, jamás desaparecerá. Tal como lo explicó el intelectual francés François Furet, las deficiencias, injusticias y desequilibrios que genera el capitalismo siempre serán propicios para estimular el surgimiento de las ideas socialistas u otras similares que ofrezcan rápidas salidas de situaciones de pobreza o de postergación social. El constatado y reiterado fracaso de los experimentos populistas nada significan ya que los intelectuales populistas han renunciado al análisis de los hechos y se limitan a repetir, como quien recita una letanía, su recetario inmodificable.
En tal sentido, el populismo más que una ideología es hoy una suerte de religión que no admite discusión ni dudas.